Opinión

¿Ralentización o estancamiento?

La tormenta de la recesión se atisba en el horizonte

La guerra y la pandemia han asestado un doble golpe a la economía mundial. El conflicto en Ucrania y los confinamientos en China han dañado el crecimiento y elevado los precios en todo el planeta. El panorama actual depende en gran medida de la evolución que siga la economía estadounidense y de la inflación interna. ¿Será capaz la Reserva Federal de encarrilarla sin provocar una recesión?

El año empezó bien. La economía mundial se recuperaba de la pandemia y exhibía un sólido crecimiento. En Occidente los consumidores gastaban con fruición, estimulados por las generosas medidas de apoyo presupuestario. El empleo crecía. Los beneficios empresariales –y los márgenes– alcanzaban máximos históricos a pesar de la alta inflación. Sin embargo, pese a este prometedor comienzo, dos acontecimientos truncaron la combinación dominante de crecimiento e inflación.

El primero de ellos fue la invasión de Ucrania por parte de Rusia, que ha alterado algunas de las dinámicas de la economía mundial para siempre. Estimamos que la guerra provocará un recorte del 1% en el crecimiento mundial este año, principalmente a través del deterioro del consumo causado por el incremento de los precios de las materias primas. Prevemos nuevas interrupciones del suministro de energía en el futuro; cabe esperar que las sanciones europeas se extiendan a las exportaciones de petróleo ruso y que Rusia adopte represalias que impliquen nuevos cortes del suministro. Si se le deniega el acceso a las importaciones necesarias para refinar y transformar su petróleo, Rusia tendrá dificultades para mantener la producción. Entretanto, se necesitaría una fuerte reducción de la demanda o un notable incremento de la oferta de otros productores para compensar la pérdida del petróleo ruso. En consecuencia, prevemos que el precio medio anual del petróleo permanecerá por encima de los 120 dólares estadounidenses por barril durante el resto del año, una cifra superior a las estimaciones de la mayoría de los analistas y que constituye un importante freno económico.

La segunda fuente de preocupación es China, donde las estrictas políticas contra la COVID-19 están frenando una economía que todavía no había recuperado aún las tasas de crecimiento previas a la pandemia. Es probable que la relajación de las medidas deba esperar hasta después del 20 Congreso Nacional del Partido Comunista, cuya celebración tendrá lugar el próximo otoño. Entretanto, cabe esperar que la preferencia de las autoridades por flexibilizar aún más la política fiscal y monetaria solo compense parcialmente la disminución del crecimiento. Por su parte, los bajos niveles de vacunación sugieren que un repunte robusto del consumo es poco probable. Esperamos una contracción de la economía durante el segundo trimestre y prevemos que el crecimiento caerá este año muy por debajo del objetivo oficial del 5,5% para situarse en torno al 4%. Los problemas del mayor exportador de mercancías del mundo y los retrasos producidos en el mayor puerto del planeta han atascado las rutas de transporte y las redes logísticas mundiales.

En un contexto de ralentización del crecimiento y aumento de los precios, los bancos centrales de los países desarrollados se enfrentan a decisiones difíciles. Al comenzar el año, las expectativas de crecimiento para EE. UU. y Europa se situaban alrededor del 4%, más del doble de su nivel tendencial. En la actualidad prevemos que estas tasas se sitúen en el 2,9 y el 2,5% respectivamente, y el riesgo de recesión parece bajo antes de 2023. Por ahora, la economía estadounidense da muestras de solidez: el desempleo se acerca a mínimos históricos, y el gasto en bienes y servicios continúa aumentando. El objetivo evidente de la política monetaria es conseguir que la demanda descienda hasta situarse en niveles más sostenibles con el fin de contener la inflación, pero evitando estrangularla por completo.

En este asunto, la Reserva Federal se enfrenta a un desafío mayúsculo. Su intervención va a comenzar a producirse mucho más tarde, con la inflación en un nivel muy superior y el desempleo mucho más bajo que en anteriores ciclos de incremento de tipos. Por lo tanto, la trayectoria de la inflación estadounidense será clave para las perspectivas del crecimiento mundial. Para que la Reserva Federal deponga su actitud agresiva, debe ver pruebas claras de un descenso de la inflación. Hasta el momento, las señales son, en el mejor de los casos, mixtas. El crecimiento de los salarios se ha moderado ligeramente. Los efectos de base serán más favorables en lo sucesivo. Con suerte, las tarifas de las aerolíneas y los precios de los hoteles y los vehículos usados se normalizarán en los próximos meses. La inflación de los bienes de consumo está mejorando. Sin embargo, la inflación de los servicios se está desbocando como consecuencia de la fortaleza de la demanda interna, y cabe esperar que los precios del petróleo continúen siendo elevados. Un sector que vigilaremos de cerca es el de la vivienda, un ámbito en el que el enfriamiento de la demanda contribuiría notablemente a reducir al calentamiento de la economía. Los tipos de interés de los préstamos hipotecarios se acercaron recientemente al 6%, lo que reduce la accesibilidad y debilita la actividad. Nuestras previsiones apuntan a que la vivienda lastrará el crecimiento este año y el próximo, y observamos que la escasez crónica de oferta debería ayudar a evitar cualquier crisis futura.

Entretanto, el alza de los tipos estadounidenses dista de mucho de ser exclusivamente un problema interno; está provocando un endurecimiento de las condiciones financieras en todo el mundo, dadas las tensiones a las que se ven sometidos los precios de los activos y los altos niveles de deuda denominada en dólares. Los mercados emergentes se enfrentan a un fuerte incremento de los precios de los alimentos y de los costes de los combustibles que conllevarán una segunda crisis inflacionista, después de que muchos de ellos aplicaran importantes aumentos de tipos. En términos globales, las perspectivas de la economía mundial se han deteriorado a medida que van surgiendo nuevos obstáculos. Los riesgos parecen apuntar a una ralentización del crecimiento, y la probabilidad de que se produzca una recesión el próximo año aumenta. Sin embargo, existen algunos factores que pueden invitar al optimismo. Una respuesta más firme de la zona del euro ante la guerra en el frente fiscal, el paso de la Reserva Federal hacia una postura más neutral, un alto el fuego en Ucrania o la llegada de datos más alentadores desde China podrían llevarnos a adoptar una posición más constructiva. Sin embargo, por el momento preferimos ser cautos.

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