
El dato adelantado de inflación del mes de junio es profundamente preocupante, pero al mismo tiempo poco sorprendente dada la trayectoria ascendente tanto de la inflación general como muy especialmente de la inflación subyacente.
Como ya hemos subrayado en varias ocasiones en estas mismas páginas, la subyacente es un buen indicador de cómo la inflación se está extendiendo por todos los capítulos de consumo de manera acelerada (5,5% interanual).
Llegados a este punto, al igual que sucedió en la crisis de los 70, es necesario actuar con mucha contundencia para frenar el proceso inflacionista y, a partir de ahí, ir normalizando progresivamente la tasa de inflación hasta los niveles objetivo en torno al 2%. Para atajar la inflación, no sólo es necesario entender el origen (la combinación entre un shock de oferta duro con origen en el mercado de commodities, los cortes en las cadenas globales de suministro y combinado con la salida de la mayor parte de la liquidez embalsada durante años originada por las políticas monetarias expansivas) sino la cadena de transmisión de la inflación sobre la estructura productiva.
Concretamente, es necesario identificar qué fuerzas están favoreciendo el crecimiento de los precios tanto por la vía de la oferta como por la vía de la demanda. En el caso de la oferta, la respuesta es clara: el shock negativo de oferta anteriormente mencionado es la clave.
Pero en el caso de la demanda, hay que realizar un análisis más profundo. En él, encontraremos cómo las familias de renta media-alta son las que están acelerando su consumo y, con ello, estimulando la subida de precios. A pesar de que en términos agregados el consumo familiar se está reduciendo (tal como atestigua el último dato de la Contabilidad Nacional del primer trimestre, donde el gasto en consumo de las familias se redujo un 2% intertrimestral), este segmento formado por rentas familiares por encima de los 40.000 euros anuales está impulsando la subida de precios, especialmente con impulsos que les han supuesto un efecto renta como la subvención a los combustibles, el tope al precio del gas, la bajada de los impuestos indirectos y otras medidas como las que aprobó el Consejo de Ministros del pasado sábado.
En este sentido, una vez identificado el mecanismo que acelera la inflación (incluso con el riesgo de que una parte importante de estos consumidores se vean beneficiados de una subida de sus rentas a finales de año si se mantiene la indexación de pensiones al IPC), la mejor manera de enfriarlo es mediante la subida de los tipos de interés.
Urge que el BCE sea contundente
Cuanto antes y más contundente actúe el Banco Central Europeo (BCE), más fácil será conseguir este enfriamiento. Obviamente, hay que pagar un precio que es causar una recesión. Pero si se maneja adecuadamente el timing y las expectativas de los tipos, más corta y menos intensa será esta recesión.
No tener política monetaria propia hoy es un problema de primera magnitud para España en un proceso inflacionista como el actual. Es tarea de los Gobiernos europeos, dada la escasa independencia de la política fiscal y monetaria (tristemente muy deteriorada la confianza y reputación de ésta en los últimos años) presionar para que el BCE actúe cuanto antes y de manera más intensa de lo prometido, antes de que sea demasiado tarde y se produzca otro efecto Volcker.
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