Si vamos a hacernos un análisis de sangre y todos los marcadores nos salen en negrita, la preocupación por nuestro estado de salud sería máxima. La situación económica y geopolítica de España empeora por momentos, aún más si cabe, a la vista de que todos los indicadores macroeconómicos apuntan a que las constantes vitales de nuestro país marcan un grave deterioro diario, a pesar de que vemos cómo los ciudadanos siguen viviendo en una especie de metaverso que nos oculta la realidad que amenaza nuestros ahorros y nuestra calidad de vida como ya ocurrió con rescates del pasado.
Simplemente con echar un vistazo grueso a los indicadores clave de nuestra economía, nos encontramos con un sistema al borde del colapso que actualmente está sostenido artificialmente por el BCE que sigue frenando el cambio de política y relajando de nuevo los criterios de convergencia.
Para empezar, estamos ante una situación de altísima incertidumbre con un PIB menguante en la medida que todas las instituciones hacen previsiones a la baja cada dos meses, habiendo pasado de un crecimiento del PIB del 7% de los PGE a menos del 4% como comienza a pronosticar un cada vez mayor consenso del mercado. Para algunos, un crecimiento inferior al 3% supondría entrar en Default.
En cuanto a la inflación desbocada que se encuentran en el 8,7% interanual, ya está asumida que es estructural y que se mantendrá en esos niveles durante el presente año y el que viene, empobreciendo aun mas a los ciudadanos cuyos salarios crecerán mucho menos sin necesidad de acudir al inviable pacto de rentas que se intenta promover desde el Gobierno. Este factor afectará al consumo y la inversión que son los principales motores de nuestra economía.
Pero es que las pensiones representan 2 de cada 5 euros del gasto público, situándose en torno a los 170.000 millones de euros con tendencia creciente, vista la mayor longevidad de nuestros mayores y la incorporación al sistema de los baby-boomers con bases de cotización mayores. De hecho, la pensión media ya es superior al salario más habitual, una señal de que el sistema está a punto de romper sus costuras. Y eso sin incluir la posible subida conforme a la inflación de este año que aumentaría en casi 14.000 millones el gasto estructural.
En esta situación, el déficit público se mantiene en torno al 5% a pesar del aumento récord en la recaudación tributaria, es decir, se gasta arbitrariamente generando un déficit estructural desbocado financiado mediante subidas injustificadas de impuestos pero especialmente mediante un fuerte aumento de la deuda pública a un ritmo de unos 200 millones de euros diarios, lo que hace que el stock actual de deuda sea de 1,46 billones de euros, es decir, cada uno de nosotros debemos (y no lo sabemos) casi 31.000 euros. Esta deuda nos hace pagar más de 30.000 millones de euros al año en intereses, una cifra que aumentará significativamente a la vista de que el Tesoro debe refinanciar cerca de 150.000 millones este año con tipos de interés que triplican los previstos conforme a las políticas anunciadas por el BCE que nos ha comprado el 40% de toda nuestra deuda y que cerrará el grifo de la barra libre dejándonos a los pies de los caballos del mercado, lo que aumentará nuestra prima de riesgo hasta niveles que podrían acercarse a los de 2012.
Si nuestra economía productiva fuese como un tiro, podríamos levantar el vuelo, pero es que tampoco se están aprovechando los fondos europeos para reforzarnos estructuralmente e industrializarnos pues se gastan en proyectos de dudoso efecto tractor o en dar subvenciones a empresas quebradas que nunca devolverán estas ayudas mientras que los pequeños empresarios, autónomos y sus empleados engrosan, cada día más, las listas de cese de actividad y paro. Y lamentablemente, nuestro desempleo es el mayor de toda la UE con escaso margen de mejora, a pesar de que el gasto en fomento del empleo es de 7.650 millones, unos 2.000 millones más que antes de la pandemia y el único empleo que ha aumentado ha sido el público en vez del privado.
Y, por último, si añadimos la situación de un euro cada vez más débil frente al dólar y una Europa que sólo sabe ir a rebufo de lo que hace EEUU, tenemos el caldo de cultivo en el que la eurozona puede colapsar por varios frentes, poniendo en duda la viabilidad de la moneda única y de la unión monetaria, pues la quiebra o el simple atisbo de quiebra de nuestro país, podría activar un efecto dominó imparable y suponer el principio del fin del euro si alguien desde Europa no para este desaguisado.