
La inflación española de marzo de casi el 10% ya supera significativamente a la de países como Alemania, Italia o Francia cuya inflación en marzo fue del 7,5%, del 6,7% y del 4,5% respectivamente. Los diferenciales de inflación frente al promedio de la eurozona, que se están acrecentando en los últimos meses, reflejan en parte los mayores costes que soportan nuestras empresas frente a las de otros países y perjudican la competitividad relativa de nuestras empresas, como consecuencia de la apreciación de nuestro "teórico" tipo de cambio efectivo real. Hay que incidir que esta elevada inflación que padecemos no es mayoritariamente una inflación de precios internos, más típica de coyunturas de sobrecalentamiento de la actividad; sino que es, en su mayor parte, importada, obedeciendo a incrementos de los precios de las materias primas energéticas, con gas y petróleo a la cabeza, y de alimentos, como los cereales, entre los más destacados. Pero tampoco se trata de un escenario que aparezca, en exclusiva, tras el inicio de la guerra de Ucrania, sino que ya estaba teniendo lugar con anterioridad, debido a los desajustes de oferta y demanda tras la crisis pandémica, y que el conflicto armado, en todo caso, agudiza.
Donde más están impactando estos mayores costes y precios es en las empresas intensivas en su actividad productiva en las materias primas que más se han encarecido en términos relativos, que ven como este aumento de costes va en su mayor parte contra su cuenta de resultados, sin perjuicio de que se visibilice, a su vez, en una pérdida de renta real de los consumidores con el consiguiente drenaje también para las empresas dedicadas a satisfacer el consumo privado.
La corrección del déficit público en España desde el 11 por 100 del PIB en 2020 hasta el 6,8% en 2021, todavía muy por encima del 4 por 100 del promedio de la Eurozona, se ha conseguido, de hecho, por el efecto positivo sobre la recaudación del aumento de la inflación en la última mitad del año, que explica del orden de un tercio de la mejora. En todo caso, las múltiples subidas impositivas decretadas, muchas de ellas sobre las empresas y/o enmascaradas como progresividad en frío, también han contribuido a la inflación. Por ejemplo, el IVA que, al aplicarse automáticamente sobre el valor de los bienes, amplifica el aumento de los precios. En este sentido, no es casual que los países europeos que en esta última crisis incurrieron en menores niveles de déficit son los que a su vez tienen ahora menores niveles de inflación.
El plan de choque aprobado la pasada semana semana con el Real Decreto 6/2022, se encuentra retrasado con respecto a los aprobados en nuestro entorno, y, además, no se ha concentrado, como tenía que haber hecho, en ayudar a las empresas y sectores más afectados, a los cuales destina menos de un tercio de los seis mil millones de euros de ayudas no financieras. Por ello, su impacto positivo sobre la inflación va a estar limitado a los tres meses que van a durar estas subvenciones, aunque es cierto que en este período las medidas pueden reducir la inflación en hasta diez décimas de IPC, de las que aproximadamente la mitad se podrían visualizar ya en abril como consecuencia de las subvenciones a los carburantes.
El escenario central ahora es que los elevados niveles de inflación vigentes se atenúen en los próximos meses, y que dejemos atrás los máximos actuales, convergiendo así con los niveles inferiores que está registrando la inflación subyacente. A ello contribuirán, por un lado, aunque modesta y temporalmente, las medidas implementadas por el Gobierno, a las que habrá que unir un efecto escalón, derivado de la comparación frente a los niveles de los precios del pasado ejercicio, que rebajará el crecimiento de la inflación, y que se apreciará de forma más nítida en la parte final del año. Adicionalmente, cabe esperar que la guerra en Ucrania no se prolongue demasiado en el tiempo, lo que contribuirá a rebajar las presiones sobre la inflación, así como a reducir la enorme incertidumbre existente, que también condiciona las decisiones de los agentes económicos. Por ello, y máxime en el contexto actual, donde los bancos centrales están comenzando a endurecer sus políticas monetarias, y siguiendo las recomendaciones de los principales organismos internacionales, es fundamental evitar ahora efectos de segunda ronda, mediante las tan temidas espirales precios-salarios, que aumenten los costes de nuestras empresas y enquisten la inflación en niveles inasumibles.
El gran error que estamos pagando ahora es que llevamos ya varios años sin acometer medidas positivas de estímulo de la oferta productiva como reformas estructurales de liberalización, bajadas de impuestos, y mejora de eficiencia del gasto público, que hubieran sido clave para aumentar nuestro potencial de crecimiento a largo plazo y, por lo tanto, contener la actual inflación importada que no deja de ser en si misma un choque negativo de la oferta. De hecho, muchos de los cambios legislativos en nuestros mercados de factores productivos, han ido en la línea contraria, esto es apostar por mayores dosis de dirigismo e intervención pública contrarias a la libertad de empresa, llegando incluso a propuestas de control de precios o beneficios impropios de una economía moderna de mercado, que desincentivan a la oferta y frenan posibles restricciones de demanda como, por ejemplo, la mejora de la eficiencia energética. Fuera de este ámbito, podemos poner todos los paños calientes que queramos, pero no serán verdaderas soluciones.