Opinión

A vueltas con la inflación

Desde hace algunos lustros el mundo occidental ha tenido un entorno donde el nivel de precios crecía de forma modesta, e incluso durante algunos años, en ciertos países, como España en 2014 o 2020, la inflación ha sido negativa.

Las explicaciones a estas bajas tasas de inflación (a pesar de las políticas monetarias expansionistas aplicadas a partir de la crisis financiera de 2008) son varias, entre las que podemos citar el aumento del comercio internacional y en especial con China, de donde occidente ha importado productos manufacturados baratos, el aumento de la tecnología, que abarata costes, y el envejecimiento de la población, que empuja a consumir menos.

Desde mediados del pasado año, sin embargo, asistimos a un fenómeno nuevo, no visto desde hace varias décadas: un incremento fuerte del nivel de precios o, lo que es lo mismo, una elevada inflación.

La inflación en Estados Unidos está en el 7,5% (dato a enero de 2022), la mayor tasa en cuarenta años. En la eurozona, el último dato de inflación, que corresponde a diciembre de 2021, es de un 5%, la mayor desde que existe el euro. En España, la inflación se situó en enero de 2022 en un 6%, la mayor cifra en treinta años.

Hace unos meses, la mayoría de los bancos centrales, economistas e inversores entendían que la inflación era algo coyuntural y pasajero provocado por tres factores. En primer lugar, el efecto base (se comparaban precios actuales con precios en una situación de confinamiento o de altas restricciones de movilidad). En segundo lugar, los altos precios de la energía (petróleo y gas natural) suponen gran parte de la inflación (en España alrededor de la mitad). En tercer y último lugar, los cuellos de botella en diferentes industrias, provocados por un parón de la economía y una posterior demanda muy acentuada, son también una parte relevante de la subida de precios. Dichos cuellos de botella se han magnificado con las políticas de muchos fabricantes de just in time, donde se minimizan inventarios, y la política de COVID cero de China, la cual puede suponer disrupciones en la producción.

Desde hace poco tiempo, los bancos centrales –y también los inversores– están cada vez más preocupados por la posibilidad, cada vez menos remota, de que la inflación se convierta en algo que dure tiempo, e incluso que se perpetúe a medio plazo. En este momento, el consenso económico opina que la subida de precios acabará moderándose, sobre todo en Europa, donde hay menor presión salarial, pero realmente existe un riesgo de que esto no ocurra en el corto plazo. En caso de existir efectos de segunda ronda, es decir, que los salarios suban y que, a su vez, suban costes empresariales y precios de los productos, podríamos entrar en una espiral inflacionista. Que esto ocurra parece, hoy por hoy, relativamente poco probable en Europa, pero factible en Estados Unidos, donde la tasa de paro está por debajo del 4%.

Los bancos centrales están empezando a actuar contra la subida de precios, y comienzan a tomar medidas. Por ejemplo, el Banco de Inglaterra ha subido tipos en apenas dos meses. En enero la Reserva Federal (banco central de Estados Unidos) ratificó su intención de aplicar políticas monetarias menos expansivas y con alta seguridad subirá tipos de interés en marzo. Probablemente incremente las tasas oficiales entre tres y cinco veces en 2022. El Banco Central Europeo, hasta ahora muy reacio a cambiar su política monetaria, se acaba de abrir a subir tipos si la inflación sigue alta, y algunos inversores piensan que en 2022 podremos asistir a dichas subidas (algo impensable hace unos meses).

A su vez, las políticas monetarias menos expansivas tienen efectos profundos en la economía. Por un lado, ralentizan, en cierto modo, el crecimiento económico, y por otro, dificultan la financiación barata de los Estados, que recordemos que están hiperendeudados desde hace años y en especial tras la Covid 19. Es importante enfatizar que la alta deuda existente es sostenible gracias al muy reducido nivel de tasas de interés. Adicionalmente, una subida de las tasas de interés perjudica a la valoración de los bonos y acciones, ya que el precio de estos se estima mediante una técnica que es el descuento de flujo de caja, y a más tipo de interés, menor valor de los activos. Los bancos centrales, de no tener presiones inflacionistas, no hubiesen tomado medidas de política monetaria menos expansivas tan rápido y con esta velocidad.

En el corto plazo parece que la inflación continuará elevada. Factores como las relaciones entre Rusia-Ucrania, que tensionan la energía, o la variante ómicron, que impide parcialmente normalizar la economía y resolver los cuellos de botella, no son buenas noticias para los precios. Sin embargo, con la mirada puesta dentro de unos meses, tal vez para verano, es probable que la inflación comience a reducirse, sobre todo en Europa, donde los salarios no están tensionados. Los cuellos de botella acabarán por solucionarse, y las materias primas y la energía, aunque estén a precios elevados, en algún momento pararán su escalada alcista. Adicionalmente, la economía, aunque crecerá fuertemente en 2022 y probablemente en 2023, ya lo hace a un menor ritmo que en 2021, lo que se traduce en una menor presión de la demanda y, en consiguiente, de los precios de los productos.

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