Opinión

Ucrania, España y la factura de la luz

Las tensiones internacionales nunca son buenas, y menos si terminan en conflicto armado debido a su enorme coste en términos humanos y económicos. La crisis entre Rusia y Ucrania no es una excepción y, además, se produce en un momento en el que la economía internacional todavía está debilitada por los últimos coletazos del Covid-19 y por la fuerte subida de los precios de la energía que se inició el año pasado.

Este es el contexto que hay que tener en cuenta para poder valorar los efectos de esta situación sobre la economía española, porque van más allá de las consecuencias que puedan tener las sanciones de la Unión Europea contra Rusia. De hecho, esa es la menos importante de las consecuencias potenciales. Las exportaciones a Rusia entre enero y noviembre de 2021, último periodo para el que se dispone de datos del ICEX, sumaron un total de 2.056 millones de euros. Una cantidad poco significativa si se tiene en cuenta que las ventas a Francia ascendieron a 46.073 millones y las exportaciones a Alemania sumaron 29.796 millones. Cuantitativamente, por tanto, son poco importantes.

El problema es que esta situación se produce cuando la economía española todavía no se ha recuperado de la crisis del Covid-19, ni del castigo que supone para ella la fuerte subida de los precios de la energía que viene produciéndose desde mediados del año pasado. Desde esta perspectiva, los sectores que más podrían sufrir serían los de moda, cerámica, automoción, maquinaria e industria química. Por comunidades autónomas, las más perjudicadas resultarían el arco mediterráneo, País Vasco, Madrid, Galicia y Andalucía.

El stock de inversión directa española en Rusia tampoco es muy importante. En 2019, último año para el que se disponen de cifras, sumaba 1.021 millones de euros, según datos del ICEX, y se concentraba, sobre todo, en el comercio mayorista y minorista, la extracción de petróleo y la fabricación de carburantes y plásticos.

El problema lo tiene España por el lado de las importaciones, que sumaron un total de 5.254 millones de euros, porque se trata de productos energéticos, particularmente gas natural y, en menor medida, petróleo. Aquí es donde está el quid de la cuestión.

Desde los 90, España ha seguido una estrategia de diversificación del abastecimiento energético. Esa estrategia ahora pasa por momentos difíciles ya que a la crisis del gasoducto de Argelia ahora se suman los problemas que pudieran derivarse del conflicto de Ucrania. No hay que olvidar que una de las principales razones de la fuerte subida del precio del gas en los mercados internacionales ha sido la reducción de las ventas rusas. Y Rusia podría optar por cerrar el grifo a Europa como respuesta a las sanciones. Esto complicaría bastante las cosas a España puesto que el gas natural es esencial como fuente de energía para los hogares, así como para producir electricidad en las centrales de ciclo combinado. Dicho de otra forma, los problemas actuales con el precio de la energía podrían verse agravados, con sus consecuencias negativas para la recuperación económica y del empleo.

España, además, debe entender que, ante estas circunstancias, habría que revisar la estrategia energética de nuestro país. La política energética de los países industrializados se asienta sobre tres pilares. El primero es la seguridad en el abastecimiento energético, cosa que ahora España no tiene tan garantizado después de la crisis del gas de Argelia y ahora como consecuencia de las tensiones en Ucrania. El segundo es que el abastecimiento debe producirse a precios que no estrangulen el crecimiento económico, pero esos precios no son los vigentes actualmente, como se ve por el fuerte encarecimiento del gas natural, el petróleo y la electricidad y la revisión a la baja de las previsiones de crecimiento económico derivada de ello. El tercero es que la energía sea respetuosa con el medio ambiente y el gas natural lo es. En cualquier caso, lo que ayer se daba por garantizado, con el gas de Argelia y de Rusia, hoy ya no lo está tanto, lo que obliga a replantearse de alguna manera la estrategia energética. Esta es otra consecuencia, en parte, de la crisis de Ucrania.

Por último, hay que valorar las consecuencias de esta crisis para la financiación de la economía española. La crisis de Ucrania suscita muchas incertidumbres, que pueden agudizarse si las tensiones van a más. Las inquietudes se centran, sobre todo, en los efectos que la crisis tendría para el crecimiento económico, los precios globales de las materias primas y la energía, la inflación y los mercados financieros. En este contexto, los inversores suelen buscar refugio, como prueban las caídas de las bolsas registradas al hilo de los acontecimientos de Ucrania. Esto los lleva a colocar su dinero en los países que consideran más creíbles y sólidos. España, con una deuda pública que supera el 120% no estaría entre las opciones favoritas de los inversores. Esto podría tener consecuencias negativas para la financiación de la economía española y para la recuperación.

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