Hay dos contextos en los que un gobierno puede aprobar las cuentas: cuando hay estabilidad parlamentaria y cuando es rehén de los apoyos que necesita para sacarlos adelante. Las cuentas de Sánchez han salido gracias a un ejercicio de malabarismo en la que las cesiones a los grupos políticos de interés han marcado su aprobación.
En esencia, están pensadas para intentar la recuperación económica a través de políticas expansivas de gasto en prácticamente todas las áreas y sectores. El aumento de gasto es la nota que los caracteriza, la cuestión es si todo el esfuerzo presupuestario está orientado a mejorar la economía o si una parte de él es el resultado de las cesiones impuestas por sus aliados.
Se dedica más dinero a algunos ministerios. Destacan los crecimientos presupuestarios del Ministerio de Seguridad Social y Migraciones en el que va a contar con más de 33.000 millones de euros adicionales, de los que dos terceras partes, corresponden a garantizar el pago de pensiones en virtud de la reforma del sistema.
Por su parte, los ministerios más fortalecidos serán el de Industria, Comercio y Turismo y el de Cultura y Deporte. Entre los perdedores están las carteras de Transición Ecológica y Universidades.
Hasta aquí, nada que reprochar, solo indicar que el aumento presupuestario ha sido posible por la ayuda de Europa. Hay que recordar que el déficit público ha crecido en 60.000 millones, pero la financiación del BCE ha hecho posible unos tipos de interés extraordinariamente bajos que permite al gobierno ahorrar más de 1.300 millones de euros en concepto de intereses.
¡Pero, ojo! Cuando los fondos se evaporen el problema será mayor y los peligros de la política monetaria son evidentes. De hecho, la inflación es un problema que, de mantenerse, provocará la paralización del dinero a espuertas. No hay que olvidar que a la Sra. Lagarde la pagamos por mantener a raya la inflación, no por ocuparse del crecimiento económico y que, el esfuerzo que está haciendo tiene su coste.
En ese sentido, las debilidades del Presupuesto son múltiples. Por ejemplo, no tiene en cuenta elementos como: si la inflación es persistente, es esperable un frenazo en seco de la financiación de la deuda, entre otras medidas; La ralentización en el crecimiento económico de los últimos meses recomienda rebajar las previsiones de crecimiento. Sin embargo, el ejecutivo ha mantenido las previsiones más optimistas. Esto es económicamente un error, otra cosa es que políticamente siempre es necesario que la tarta sea grande para dar un trozo a todo el que lo exija y sea necesario su voto; Es posible que vivamos un escenario en el que la pandemia pueda continuar marcando la marcha económica. La variable del coronavirus ómicron, que en tan solo unos días ha vuelto a poner patas arriba a la Unión Europea ya ha provocado nuevas restricciones a la movilidad y, por tanto, al crecimiento. Las consecuencias económicas son conocidas, y el gobierno es débil parlamentariamente. Muchas de las críticas que recibe su gestión argumentan que se trata de una coalición de gobiernos y no de un gobierno de coalición.
Este hecho hace que las cuentas públicas sean el resultado de una negociación en la que el PSOE cede ante su socio de gobierno y, después, la coalición cede ante los regionalistas, nacionalistas e independentistas.
Como prueba está el hecho de que ERC y PNV han afilado el cuchillo con que terminar de filetear los recursos según sus necesidades.
La consecuencia es la percepción de dependencia de una amalmaga de formaciones políticas con intereses diversos y minoritarios que determinan el gasto.
Sánchez ha decidido que su prioridad es permanecer en el poder, para ello ha fomentado la política de confrontación entre bloques lo que, si bien deja al PP fuera de la toma de decisiones, le hace prisionero de formaciones periféricas.
En definitiva, la situación que atravesamos se puede resumir en: es necesario, más que nunca la política económica expansiva, pero debe estar bien orientada; Los presupuestos son el resultado de los mordiscos que, especialmente nacionalistas e independentistas han dado en las negociaciones. No se trata de enjuiciar, sencillamente ellos operan con su lógica y el gobierno también. Lo malo es que el resultado es negativo; Cuando el riesgo de la economía es alto, no tienen sentido los intereses localistas; La capacidad de gestión del gobierno está seriamente cuestionada. Los empresarios no están claramente convencidos de la utilización de los fondos Next Generation para la transformación productiva, y el problema de fondo es que hay una crisis de gobernanza y de crédito en el liderazgo del gobierno.
Sinceramente, no creo que haya nadie sensato que no crea que el Estado debe intervenir en este momento. Otra cuestión bien distinta es debe hacerlo para relanzar la economía o para satisfacer decimonónicos ideales de nacionalismos periféricos. En momentos de dificultad hace falta un referente, el problema es que es España todo está a albur de la aritmética parlamentaria.