Opinión

La ruina de la inflación

Una subida de tipos por la inflación sería un desastre para la economía española

Estamos viajando en el globo digital, un nuevo sistema económico con capacidad de volar. ¿Por qué insistimos en llevar remos en nuestro viaje? Los remos en el mar tienen su función, pero en un espacio tan reducido y delicado como es el aire, el menor riesgo al que nos enfrentamos es el de darnos un golpe en la cabeza. Siguiendo con esta metáfora, la inflación es peor que un remo, ya que representa un dogma de fe para prácticamente todos los economistas.

La inflación es un indicador industrial, un número con el que se pretende resumir la evolución presente y futura de la fábrica. En el mundo digital las fábricas ya no importan, importan las plataformas. ¿Es posible describir con un solo número la locura de nuestros días? Evidentemente no. Aun así, vamos a seguir el juego: el IPC sube dos décimas en noviembre, hasta el 5,6%, su máximo en 29 años. ¿Qué dice la teoría? El mandato del BCE es controlar el dato por debajo del 2%; una institución con el peso del BCE trabajando solo para un dato. ¿Sacará la artillería? ¿Qué es la artillería? ¿Subir los tipos? Evidentemente, con el nivel de déficit público que tenemos en España cualquier respuesta tradicional a estas preguntas nos llevaría al desastre inmediato.

Además, están los denominados efectos de segundo orden. Hay que actualizar los salarios y los alquileres al ritmo de la inflación, y esto provocará que se desencadene la temida espiral inflacionista. ¿Congelamos los salarios para evitar que esto suceda? ¿No llevan ya congelados desde hace años? Nótese la ironía: afortunadamente llevamos ya muchos años sin inflación. Todo esto nos llega de sorpresa.

Desde que en 2008 se rompiese el sistema financiero, la base monetaria se ha multiplicado por más de siete. Cualquier economista tradicional con este dato debería de haberse quedado fuera de juego, pero sorprendentemente siguen jugando. Las constantes inyecciones de liquidez han provocado una enorme inflación en cualquier activo que prometa un mínimo de rentabilidad: el SP500 en máximos, las criptomonedas, las SPACs o la vivienda. Todo esto no computa para el dato de la inflación, pero sí que repercute en el bolsillo de la ciudadanía. La calidad de los contratos laborales cada vez peor, y todas las instituciones con competencias en la materia, incluido el gobierno, continúan haciéndose trampas en el solitario. Los salarios de los afortunados que consiguen mantener sus antiguos trabajos, congelados, y todo lo que proporciona un mínimo de rentabilidad al posible ahorro con el precio, disparado. Pero esto no se considera inflación.

Tampoco hubo inflación con el cambio de la peseta al euro. De un día para otro gran parte de productos que tenían un precio de 100 pesetas pasaron a valer 1 euro, mientras que los sueldos se actualizaron al céntimo de euro. Pero tampoco hubo inflación.

El problema que tenemos ahora es que esta inflación oficial no se esconde. No podemos ocultarla debajo de la alfombra, ya que viene provocada por subidas de precios en los alimentos, los suministros y la energía. Bonito eufemismo. ¿Qué otras cosas podrían provocar inflación? El resto de cosas ya tienen los precios por las nubes, es lógico que el precio de la alimentación suba, pensando en nuestros agricultores. Los suministros y la energía obedecen a una explicación diferente.

Todo esto tampoco es nuevo. En el año 1968 Noruega descubre sus reservas de petróleo (buscad en Google Government Pension Fund of Norway para más información) y, casualmente, cuatro años después estalla la crisis del petróleo. La OPEP sacó los dientes, fue consciente del poder que tenía y puso patas arriba el mundo. Es imprescindible volver sobre aquellos tiempos para tener referencias de la actualidad. Estados Unidos tuvo que salir corriendo de Vietnam, igual que este verano lo hacía de Afganistán. La inflación destrozó la economía mundial, empujada por el precio del petróleo y de unos nuevos jugadores aparentemente saudíes. En la actualidad es China la que ha madurado, pasando en apenas 20 años de ser un país en vías de desarrollo a lo que es ahora. En paralelo está Rusia con su gas. La tormenta perfecta.

¿Volveremos a cometer los mismos errores de los 70? ¿Seguiremos manteniendo un sistema energético industrial que alimenta a grandes mastodontes energéticos? ¿Hemos aprendido algo después de haber parado nuestras ciudades con el COVID? ¿Tiene sentido seguir basando nuestro modelo económico en la falacia del crecimiento continuado e infinito en un ecosistema cerrado? Afortunadamente el mundo ya ha cambiado, aunque no hayan cambiado nuestros modelos económicos. El trabajo probablemente lo tendrán que terminar nuestros hijos y alumnos, ya que nosotros evidentemente no somos capaces.

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