Opinión

Inflación, un problema real para los ciudadanos

Una subida de tipos por la inflación podría tumbar el modelo económico

Desde hace unos meses cada vez es más recurrente leer sobre la subida del coste de todo tipo de bienes y servicios. No se trata de un problema que afecte a un país en concreto, sino de forma global. Cuando uno centra su atención en la prensa financiera, descubre que, de forma casi monótona, todo parece versar sobre la transitoriedad o no de la inflación.

A veces la inflación se pone el disfraz de crisis energética y la escalada del precio de la luz, del gas natural o de la gasolina. Otras veces, se disfraza de crisis en productos de alimentación, directamente afectados por una subida exorbitada del precio del trigo, el maíz, la soja, el café, etc. En otras ocasiones el impacto se detecta en los fabricantes de ropa que se quejan de los precios del algodón. Y de ahí podríamos pasar al coste de la vivienda, tanto si quieres comprar como si optas por alquilar, a los automóviles por la falta de semiconductores, a la madera, a los piensos, a los fertilizantes, es decir, a casi todo.

Nadie quiere asumir la autoría del problema que nos afecta, aunque realmente sí hay culpables. En mi opinión, fue tal la obsesión de salir de la profunda recesión que provocó el COVID en 2020 que ningún Banco Central ni Gobierno se paró a pensar en las consecuencias que tendrían las medidas de estímulo sin precedentes que se implementaron.

La más obvia es, precisamente, la inflación desatada que vivimos hoy en día. Es una inflación que tiene como origen una demanda creada con esteroides a través de inyecciones masivas de estímulo fiscal y monetario, por un lado, y por el otro lado, una oferta disponible más baja de lo habitual debido a la destrucción del tejido productivo, la falta de inversión en la logística de distribución portuaria, el movimiento antiglobalización que ha despertado la pandemia ante la carencia de bienes de primera necesidad y los problemas de suministro y los cuellos de botella que se han formado a nivel global.

Pero el problema más grave no es que haya inflación, sino que la inflación real, esa que pagamos todos los ciudadanos, es muy superior a la que quieren reconocer nuestros gobernantes a través de las cifras oficiales. Cuando uno analiza el problema desde una perspectiva correcta, descubre que algo raro está pasando. ¿Cómo puede ser que en Europa estemos con niveles de inflación del 4,1% y que las tasas de interés estén entre el -0,50% y el 0%?

A finales de 2007, la inflación también alcanzó cotas en torno al 4% pero los tipos de interés estaban al 4,25%. Hace dos décadas, con una inflación del 3,1%, los tipos estaban al 4,75%. Además, en aquella época el BCE no estaba comprando deuda soberana y corporativa como lo hace hoy a través de programas de QE o "quantitative easing".

Por más que intento encontrar sentido al hecho de que los tipos de interés reales estén en el -4,5%, solo puedo encontrar una explicación lógica. Hace dos décadas la deuda media de los gobiernos dentro de la zona euro respecto al tamaño de su economía era de solo el 55% y ahora ronda el 100%. Si analizamos casos concretos de grandes economías como la italiana, francesa, española o belga, descubrimos que el endeudamiento supera con creces ese 100%. De entre todos los países relevantes solo se libra Alemania. EE. UU. se enfrenta a una inflación superior al 5% y una deuda sobre el PIB en torno al 120%.

Por desgracia, esa tendencia a endeudarnos también afecta a empresas y particulares, que no pueden resistir la tentación de recurrir a las líneas de crédito o préstamos, viendo que las tasas de interés están en mínimos históricos. Solo cuando se llega a entender hasta qué punto nuestro modelo económico descansa en la deuda crónica puede comprenderse el porqué de la negación de los Bancos Centrales ante los datos de inflación de los últimos meses. No pueden reconocer que hay un problema de inflación porque no pueden permitirse encarecer el coste del dinero, porque si suben los tipos de interés el modelo económico que hemos creado se vendría abajo.

De modo que nos encontramos en un callejón sin salida. La historia ha demostrado que el dinero barato invita a endeudarse y, cuando se mantienen esas condiciones durante demasiado tiempo, esa deuda comienza a destinarse a gasto improductivo, es decir, a gasto cuyo retorno futuro no permite hacer frente a la devolución de la deuda en sí misma. Debido a la inevitable caída de la productividad, el crecimiento económico es cada vez más débil, tal y como ocurre en Japón desde hace décadas. Y al igual que ocurre con el caso nipón, no hay una solución feliz al problema que hemos creado. Para impedir entrar en una nueva recesión los responsables de la política fiscal y monetaria decidirán que hay que inyectar más estímulos, lo que se hará emitiendo más deuda y eso nos condenará a seguir por este callejón sin salida. ¿Y la inflación? No se preocupen que, según los Bancos Centrales, es un fenómeno transitorio.

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