Opinión

Pedro Calviño y Nadia Solbes

La vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño

A Nadia Calviño se le está empezando a poner cara de Pedro Solbes, comentaba irónicamente un veterano socialista recordando el ostracismo al que la política, la historia y el PSOE enviaron al que fuera ministro de Economía de Rodríguez Zapatero, que se vio obligado a dimitir tras servir como felpudo útil de su jefe y ante el caso omiso y el menosprecio de este último cuando, arrepentido, intentó hacerle entender la gravedad de la crisis económica a la que se enfrentaba España y rectificar el rumbo de una política económica suicida.

Algo parecido a lo que está haciendo ese alumno aventajado del zapaterismo que es Pedro Sánchez con su vicepresidenta primera, Nadia Calviño, a la que dejó con el culo al aire sólo 24 horas después de que ésta rechazara públicamente las exigencias de Podemos para aprobar los Presupuestos y aceptando el chantaje podemita de una Ley de Vivienda dudosamente constitucional, reaccionaria e intervencionista. Y lo hizo además ninguneándola al no convocarla a la reunión previa al Consejo de Ministros, y humillándola al obligarla a presidir la reunión del Gabinete para él darse un paseo por el Foro Urbano de Sevilla.

Una Nadia Calviño que está perdiendo todas las batallas contra la ahora nueva favorita del sultán de La Moncloa, Yolanda Díaz, empezando por la subida del salario mínimo y terminando con el citado control de los alquileres y la imposición de un tipo mínimo del 15 por ciento en el impuesto de Sociedades que ella era partidaria de aplazar hasta la firma de un acuerdo internacional en la OCDE. Decisiones que, unidas a la inseguridad jurídica creada por la confiscación de los beneficios a las eléctricas van a provocar la paralización de la construcción residencial con el encarecimiento consiguiente de la oferta, además de cierres empresariales, el freno de nuevas inversiones y la huida de los inversores extranjeros.

Pero tanto el Presidente como su ministra de Trabajo tenían claro que si no había Presupuestos caía el Gobierno y ese era el órdago a jugar por la nueva lideresa podemita ante un presidente del Gobierno sin ideología, sin principios y prisionero de los caprichos y frivolidades de sus socios de coalición.

Unos Presupuestos para 2022 netamente expansivos, con un nivel de gasto récord de más de 196.000 millones de euros, cuando cualquier práctica económica seria y no contaminada por demagogias populistas enseña que elevar el gasto público en plena crisis de déficit y deuda y con la inflación desbocada es una eutanasia económica, además de poner en riesgo la llegada de los dineros europeos del Fondo de Reconstrucción. Nada menos que 25.000 millones de euros, correspondientes a la segunda anualidad y que están incluidos en las cuentas del Gobierno.

Cuentas del Estado que vienen además adornadas con medidas como esos bonos de vivienda y cultural para jóvenes, que van a aumentar el déficit en unos 800 millones de euros y que responden sólo a la lógica socialcomunista de dar subvenciones en lugar de empleo para mantener un voto cautivo como ya hicieran en Andalucía con el PER. Todo ello hipócritamente disfrazado de justicia social, olvidando que la mejor justicia social es crear riqueza y puestos de trabajo. Y todo esto ocurre en un país con 4.267.768 personas sin empleo, que resultan de sumar a los 3.257.802 que recogen las cifras oficiales del paro registrados, los 240.761 no ocupados, otros 303.539 con disposición limitada, 239.230 trabajadores en ERTE y 226.436 autónomos en cese de actividad.

Pero con ser grave todo esto lo peor es que el mercadeo todavía no ha terminado. Ahora empieza la subasta con los independentistas catalanes de ERC, el PNV y con Bildu, necesarios para conseguir la mayoría en el Congreso y que se intentará lograr a base de cesiones de soberanía y prebendas económicas en perjuicio del resto de la comunidades españolas y vulnerando el principio constitucional de igualdad entre los españoles. Pero todo vale, cuando se trata de hacer posible el proyecto personal y único del Presidente, mantenerse en La Moncloa cueste lo cueste y caiga quien caiga, aunque sea España.

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