Hace veinte años desde que contemplamos horrorizados y en directo el choque de tres aviones contra el World Trade Center y el Pentágono, mientras el cuarto no alcanzaba su objetivo. Todos recordamos dónde estábamos en aquellos momentos y es lógico que lo recordemos porque aquel día cambió el mundo y comenzó el siglo XXI.
En septiembre de 2001 hacía diez años que la URSS había desaparecido y los Estados Unidos eran la única superpotencia. Vivían en plena euforia y Fukuyama se animó a pensar que habíamos llegado al "Fin de la Historia" con el triunfo del Liberalismo democrático, vencedor del Fascismo y del Comunismo que fueron las otras dos grandes ideologías del siglo XX. Y de ese sueño les despertaron los atentados terroristas del 11-S ante los que los americanos reaccionaron con unidad (recuerden el slogan "United we stand") y buscando venganza, primero en Afganistán y luego en Irak que han sido dos guerras desafortunadas. La de Irak, que dividió profundamente a occidente, dio pie al nacimiento del Estado Islámico que fue derrotado en Oriente Medio pero que crece hoy en en el sureste asiático y en el Sahel. La de Afganistán la acaba de terminar Biden de una manera un tanto caótica y con la humillación añadida de ver a los talibanes regresar al poder en Kabul. Los americanos fueron a Afganistán para echar a los talibanes y acabar con el terrorismo y veinte años más tarde vuelven los talibanes y se despiden de Kabul con el dolor de recibir un atentado suicida en el mismo aeropuerto. Es como para pensar si el enorme esfuerzo realmente valió la pena.
Pero el mundo ha cambiado mucho en estos veinte años y para empezar hay que reconocer que hoy estamos más seguros ante los ataques terroristas porque tanto Al Qaeda como el Estado Islámico han recibido duros golpes, han sido descabezados y la cooperación internacional contra el terrorismo se ha desarrollado mucho, al igual que también ha mejorado mucho la coordinación interna entre los distintos responsables de la lucha antiterrorista dentro de cada país. Ahora conocemos mucho mejor cómo opera el terrorismo islamista, cómo se financia y cómo recluta a sus asesinos. De hecho los atentados islamistas vienen bajando desde 2014 hasta hoy sin que esto quiera decir que debamos confiarnos porque nos atacarán allá dónde les surja una oportunidad de hacerlo, como muestra lo ocurrido hace sólo unos días en Nueva Zelanda. Es también de esperar que los talibanes saquen consecuencias del alto precio que han pagado por cobijar a Al Qaeda, y no hay que olvidar que son enemigos jurados del Estado Islámico que les paga con la misma moneda. Ha sido el Estado Islámico el que se ha atribuido el atentado en el aeropuerto de Kabul durante los últimos días de apresurada evacuación. No se descarta por ello una eventual futura cooperación con los talibanes en contra de que el Estado Islámico pueda utilizar Afganistán para reorganizarse y lanzar ataques contra occidente. Pero quizás sea prematuro hablar de eso en este momento.
En 2001 el mundo era unipolar mientras que hoy se encamina hacia un bipolarismo imperfecto entre los Estados Unidos y China que en algunos asuntos (armamento) tendrán que contar con Rusia, mientras que para hablar de economía y comercio lo tendrán que hacer con Europa. Es un mundo con amenazas (cambio climático, virus mutantes, desigualdades crecientes, ciberterrorismo, desinformación), muy diferentes que las que existían en 2001, y donde la pugna geopolítica se da en dominios como la inteligencia artificial, las redes 5G, la nanotecnología, el espacio, o el Ártico. En un mundo que bascula hacia el Estrecho de Malaca como epicentro económico del planeta, y donde es previsible un retraimiento de los EEUU al menos a corto plazo mientras se lame las heridas de Afganistán. El vacío que dejan los americanos en Oriente Medio, de donde surgieron los ataques terroristas de 2001, tratan de llenarlo los herederos de los viejos Imperios que ya la dominaron durante siglos: Irán (imperio persa), Turquía (imperio otomano) y Rusia (imperio zarista). Una lucha por la hegemonía se ha abierto en la región ante la mirada atenta de China que también mueve allí cautelosamente sus peones mientras confirma su convicción de la irrefrenable decadencia de occidente y toma precauciones en relación con su conflictiva región de Xinjiang, vecina de Afganistán. Todo esto configura una etapa de transición geopolitica que marca el fin del dominio occidental en el mundo mientras el centro de gravedad económico del planeta se desplaza desde el Atlántico al Indo-Pacífico. Nos esperan todavía muchos sobresaltos hasta que ese nuevo orden se asiente.
De lo que no me queda duda es de que todos hemos aprendido la lección de los veinte años transcurridos y que si hoy se produjeran atentados terroristas similares a los del 11-S la respuesta se haría sin invadir ningún país y con técnicas de geolocalización, drones y operaciones de comandos. También se abandonarían los intentos de exportar nuestros modelos democráticos a países con otras tradiciones culturales y simplemente no preparados para asimilarlos. Y en lo que a Europa respecta, una vez más ha quedado en evidencia nuestra penosa dependencia de los norteamericanos en cuestiones militares. A remediarlo apunta la idea de Borrell de crear una fuerza europea de despliegue rápido que comenzará a discutirse este otoño en Bruselas.