
Los bancos centrales llevan desde hace tiempo, mucho tiempo, siendo las instituciones donde más y más se focaliza la mirada de muchos agentes económicos y financieros. Sin ir más lejos esta mismas semana, ayer para ser exactos, el Banco Central Europeo ha centrado nuevamente la atención. La causa, de acaparar la mirada de muchos, ha estado en declarar que la institución situaba su objetivo de inflación en el 2%. El anuncio de esta decisión supone un cambio en su objetivo en materia del precio de los bienes y servicios. Más concretamente y de acuerdo con la nota de prensa "la nueva estrategia contempla un objetivo de inflación simétrico del 2% a medio plazo". El lenguaje de los bancos centrales es siempre difícil de entender, sin embargo esta vez lo aclara perfectamente al transmitir, dictar podríamos decir, que "este objetivo es simétrico, lo que significa que las desviaciones positivas o negativas son igual de indeseadas".
Nuestro banco central quiere transmitir que más allá de ligar la política monetaria de forma discreta, puntual o de corto plazo, la misma debe tener una visión más continua, de largo plazo. Es decir que es necesario ver la evolución de los precios desde un punto de vista continuo; debe por tanto contemplarse la inflación como una variable que va a estar fluctuando alrededor del 2%. En román paladino: ante la actual situación, que se está dando en este ejercicio, el BCE acomodará sus decisiones teniendo presente que llevamos varios ejercicios por debajo de ese objetivo. El miedo a que la actual elevación de precios no sea puntual sino prolongada está detrás de la decisión.
La decisión, que parece lógica, deja entrever una preocupación de nuestro banco central, como hace poco lo fue de la Reserva Federal de Estado Unidos. Los muñidores de la política monetaria son conscientes de que se les presenta un panorama complicado. En este momento deben decidir donde poner su esfuerzo, en el crecimiento económico y el mercado laboral, o por contra en una acción contra la temida inflación. En el caso europeo la decisión es complicada.
Si miramos al todo poderoso Bundesbank, el banco central alemán y principal "halcón" contra la inflación, la afirmación de la decisión acomodaticia le molestará e incomodará; la opinión pública alemana es crítica con la inflación. Por el contrario otros países menos beligerantes con la evolución de precios, les resultará una decisión acertada. Es una nueva encrucijada donde se debaten internamente los bancos centrales.
Desde mediados de la década de los 90 con la quiebra del hedge fund Long Term Capital Market, la Fed comenzó a realizar una política monetaria nueva, muy arriesgada, y que nos metía en terrenos ignotos. Las decisiones tomadas por Alan Greenspan, presidente de la Fed en aquellos momentos, nos llevaron a una enorme burbuja financiera que se materializó en la cotización de las acciones denominadas puntocom. Cuando el índice norteamericano de empresas tecnológicas Nasdaq corrigió con especial virulencia se volvió a incrementar la oferta monetaria. Los atentados terroristas en Nueva York dieron otra vuelta de tuerca no ortodoxa a la acción del banco central americano; en otras palabras, más dólares. El mundo nadaba por entonces en un mar de billetes verdes provocando una nueva burbuja, la del crédito inmobiliario. En el 2007 aquella burbuja explotó, las famosas subprime, y la Fed aún no había recobrado la ortodoxia; esa explosión generó una pandemia económica mundial. Si aún no era suficiente llegó, sin que nadie lo quisiera o predijera, la pandemia vírica del Covid; nuevamente los bancos centrales incrementaron la dosis de política monetaria.
Esas actuaciones del banco central americano fueron reproducidas por el resto de las principales autoridades monetarias. En Europa a partir de 2011 el BCE comenzó a utilizar las mismas medidas que la Fed, una medicina o droga, según algunos, utilizada para combatir la crisis financiera que nos asolaba. La decisión, desde luego, trataba de frenar las consecuencias de un movimiento sísmico; fueron decisiones bienintencionadas pero que, como todo en este mundo, se pagan.
Hoy la situación es de un mundo anegado de dinero por cierto barato, muy barato, que ha elevado la ratio de deuda global sobre PIB a niveles históricos. No debe extrañar que la productividad del capital sea negativa, es decir cada vez hace falta más dinero para producir una unidad adicional de un bien o servicio. Las actuaciones monetarias han llevado a los mercado financieros, especialmente a la renta fija, a la que es ya una burbuja enorme; está por ver cómo se minimizan sus más que posibles estallidos. Ahora los bancos centrales se encuentran prisioneros del uso masivo del placebo de la política monetaria, por cierto escasamente apoyada con medidas de reformas estructurales y de medidas fiscales por parte de los Gobiernos.
La preocupación existe y no se puede negar, la inflación produce escalofríos. Llega en un momento que, si los bancos centrales toman decisiones drásticas para volver a la normalidad, podrían provocar contracción económica, crisis en países emergentes, incremento del desempleo, precariedad, el estallido de burbujas creada al calor de la política monetaria... en definitiva mucho sufrimiento. La pregunta, para la cual no hay respuesta es si esta nueva actitud acomodaticia será la clave para lidiar y doblegar inflación sin dañar el crecimiento económico endeble, frágil y cuestionable.