
A juzgar por lo que se lee en los medios de comunicación todo el mundo piensa que la primera preocupación de Occidente es el llamado "cambio climático", pero a la vez se multiplican las protestas ante el aumento de los precios de la energía causados por esas políticas verdes y en algunos lugares empieza a discutirse la acelerada expansión de las energías renovables. Para muestra internacional baste el botón del resultado negativo del referéndum suizo sobre la ley de cambio climático, que estaba apoyada por casi todas las fuerzas políticas. Pero eso no quiere decir que no se deba hacer nada al respecto.
J. M. Mulet, gran divulgador y catedrático de Biotecnología en la Politécnica de Valencia, sostiene en su último libro (Ecologismo real, Planeta, 2021) que cambio climático es una denominación vacía de contenido, pues el clima siempre está cambiando, pero que nunca como hasta ahora su causa había sido tan específicamente humana. Propone como denominación más aceptable de lo que está pasando en el último siglo "calentamiento global antropológico".
De hecho, el término popular pasó de ser calentamiento global a cambio climático porque un think tank de negacionistas del cambio climático vinculado al Partido Republicano estadounidense, tras un estudio, concluyó que el término cambio climático era neutro y asustaba menos, por lo que ayudaba a las tesis negacionistas. El estratega del partido Republicano Frank Luntz fue de los primeros en proponer su uso, con triunfo indiscutible.
Xabier Labandeira, catedrático en la Universidad de Vigo, escribió lo siguiente:
"Es sorprendente que encontremos estas piedras en el camino precisamente en la salida de la crisis pandémica, que supuestamente iba a ser verde. O no: en este momento se juntan las heridas del coronavirus que, de nuevo, ha afectado más a los que menos tienen, con una intensificación de las políticas climáticas que haga posible el cumplimiento de los ambiciosos objetivos acordados en París en 2015. Estamos, al fin, pasando de las palabras a los hechos y por ello comienzan a manifestarse los problemas asociados a un proceso de cambio estructural".
En cualquier caso, es imprescindible minimizar los costes de la política climática para así reducir también sus costes distributivos, que pueden llegar a ser muy altos.
En otras palabras: no se debe seguir engañando a la ciudadanía. Volviendo a lo escrito por Labandeira, es necesario, en primer lugar, abandonar el relato blando de la transición energética y dejarle claro a la ciudadanía que será un camino lleno de obstáculos.
Labandeira propone lo que él denomina cheque verde: "una cantidad monetaria que sirva para compensar íntegramente sólo a determinados grupos por los costes extra ocasionados por la política climática sin menoscabar los incentivos a la eficiencia energética o al cambio de combustibles. Nos encontramos en este caso ante medidas que deben ser personalizadas, que se deberían implantar lo más pronto posible". El cheque verde de Labandeira serviría para hacer compatible la nueva política climática con la protección económica de aquellos grupos sociales especialmente perjudicados por esa transición.
Porque esta transición energética ni será fácil ni su coste debe caer sobre las capas asalariadas con menos renta. El crecimiento de la desigualdad al que venimos asistiendo no debería verse acrecido por una política climática que es, sin duda, imprescindible, pero cuyos costes no deberían golpear a los más débiles.