
De algún sitio habrá que sacar el optimismo o saber por dónde se mercadea con él para que seamos capaces de recobrar confianzas perdidas. Uno querría ser vocero de buenas nuevas; empero, la terca realidad se empeña en intensificar la vis escéptica que quizá ahora, con el vocablo tan en boga, es la negacionista. Filosofías baratas al margen, las cosas económicamente no chutan por acá. Confiemos que sí lo sigan haciendo por Madrid después de sus elecciones autonómicas y que la luz económica que brilla por allí sirva para iluminar al resto de una España oscura que se mueve a trompicones.
Si 2020 concluyó con un derrumbe de nuestro PIB de esos que hacen época, lo que demuestra que aquí no se ha gestionado correctamente el efecto pandémico y que las decisiones de nuestras autoridades han dinamitado la economía a diferencia de otros países, el primer trimestre de 2021 nos sigue sumergiendo en ese pozo, esperemos que tocando fondo pronto, con una caída del PIB del -0,5% si se compara con el último trimestre de 2020, pero con un desplome del -4,3% respecto al primer trimestre de 2020. Después de Portugal somos el país de Europa cuya economía más se precipita.
Habrá que ver si efectivamente durante la segunda mitad del verano se atisban síntomas de recuperación. Lo malo es que la primera mitad del verano, según se baraja, no dará la talla. De no ser así, 2021 será año duro para el paro, por un lado, por la tendencia al aumento que se palpa y, por otro lado, para el empleo porque difícilmente, en el contexto existente, habrá contratación. Los datos de ayer siguen situando cerca de los 4 millones el número de desempleados, con menos cotizantes a la Seguridad Social, 638.000 trabajadores en ERTE, autónomos sin trabajo y mucha gente sin laborar.
No se trata de que desde las altas esferas gubernamentales nos digan que habrá una revolución del empleo. La única conjura que cabe es la de que se ataje la hemorragia empresarial y que sean nuestras empresas las que creen trabajo. Sin empresas no hay empleo ni economía. Por eso habría que apoyarlas. Y, por supuesto, nada de reformas laborales tal y como está el patio, ni hablar de subidas de salarios mínimos ni es pertinente insistir en el gancho electoralista de la semana laboral de cuatro días. Ahora, lo que toca es currar con todo el empeño para salir del barrizal. Y confiar en que el PIB pueda remontar durante este año al 6,4% que sería la única manera de paliar parcialmente los estragos de un maligno 2020 en el que se precipitó al -11% según el Fondo Monetario Internacional.
No obstante, como las respuestas fiscales del Gobierno hasta la fecha apenas han existido, habrá que fiar el devenir económico al ritmo de vacunación, a que no haya rebrotes del virus y, sobre todo, a que gracias al proceso de inmunización de la población consigamos impulsar la actividad económica, empujar el empleo y que esta dinámica comporte mayores ingresos tributarios y no por la execrable vía de aumentar los impuestos, en contra de lo que hacen otros países europeos que son nuestros referentes.
Sin embargo, se otean cielos tormentosos. La Autoridad Fiscal ve imposible medir el Plan de recuperación que España ha presentado a Bruselas con los datos proporcionados por el Gobierno, lo que simboliza dudas al respecto. Por consiguiente, si todas las expectativas se concentran en tal Plan, de momento se diluyen.
Y si el presente es muy peliagudo, el futuro está muy nublado. A uno le sorprende la reconfortante valoración que sobre las previsiones de nuestras finanzas públicas hacen los responsables gubernamentales, presumiendo de que las cosas no apuntan tan mal.
Si en 2020 nuestro déficit público fue del -11% del PIB, para 2021 los cálculos del Gobierno pronostican el -8,4%. ¡Auténtico desastre sin parangón ni paliativos! Y en 2022 del -5%. En 2023 del -4% y en 2024 del -3,2%. Por más que se pretenda acaramelar esa perspectiva deficitaria, no nos engañemos: esto supone un lastre morrocotudo para que España se enderece. Porque el sector privado está compelido a apechugar con esa mochila deficitaria que atenaza su recuperación.
El otro capítulo escabroso es la pronosticada evolución de la deuda pública que según el Gobierno se situará en 2021 en el 119,5% del PIB, esto es, casi al mismo nivel que en 2020 que cerró con el 120%, y luego se iría atemperando al 115,1% en 2022, al 113,5% en 2023 y al 112,1% en 2024. Niveles de deuda pública malos de solemnidad y que son para echarse a temblar. Y, a todo eso, ya no hablemos de la destrucción del empleo, del paro y de las desgracias de nuestras sufridas empresas con un reguero de quiebras que marcará récords. Lo dicho: si el presente es abrupto, el futuro se antoja borrascoso.