
No fue fácil alcanzar en el seno de Europa el acuerdo sobre la puesta en marcha de los fondos europeos que tendrían que servir para la reconstrucción económica de los distintos países. Por varias causas. La primera de ellas porque la situación financiera de las cuentas públicas no es la misma en unos países que en otros. La segunda, porque el daño económico provocado por la pandemia tampoco es homogéneo. En tercer lugar, porque se teme, desde el corazón de Europa, que algunos países no se ajusten, a la hora de invertir los dineros procedentes de los fondos, a las reglas del juego. Cuarto, porque el núcleo duro europeo se mantiene en sus trece de imponer unas condicionalidades a lo largo del período en que fluyan tales fondos, que determinados países del sur rechazan. Y quinta, porque igual algunos Estados confunden la finalidad de estos fondos, cuyo papel es el de actuar como catalizadores de reestructuraciones de modelos económicos, como parche para solventar los problemas estructurales que arrastran sus finanzas públicas.
Bajo ese prisma, el dilema fundamental a lo largo de las discusiones sobre la gestación de esos fondos giraba alrededor de si los países integrantes de la Unión Europea se constituyen en aliados o no, forzando así posturas radicales que pudieran llevar no solo a extremismos en el cuadro europeo sino incluso a romper la misma unión. Esa ruptura del espíritu europeo, si no hay dinero de por medio, no sería tan descartable. Con dinero, obviamente, las cosas cambian.
El problema clave es que España e Italia no tienen dinero ni capacidad de endeudamiento
El trasfondo del asunto estriba en la diferente, por no decir encontrada, idiosincrasia entre los denominados países frugales – donde se alinean, bajo la égida más difusa y a la sombra en este punto de Alemania, los ortodoxos con la rectitud fiscal por bandera como Suecia, Dinamarca, Países Bajos, Austria, Finlandia, con guiño favorable de las repúblicas bálticas, cuyas cuentas son un primor – y los países del sur, tachados como frívolos, encarnados esencialmente y en este orden por España e Italia. Baste recordar, a propósito de esas discrepancias, que meses atrás por parte de algunas autoridades de los países frugales se lanzaron duros alegatos y descalificaciones sobre la falta de rigor y disciplina fiscal de España e Italia.
El problema clave es que el Sur de Europa, la periferia, de nuevo representada por España e Italia, no tiene dinero ni capacidad de endeudamiento, debilitados ambos países por unos déficits públicos crónicos y acumulando volúmenes de deuda pública preocupantes en el caso de España y peligrosos hablando de Italia. Dejemos de lado por hoy a Francia, cuyos números están entrando en un bajón quizás crónico.
Por ende, ni España ni Italia disponen de las esenciales palancas fiscales para salir por sí solas de la catástrofe económica causada por la pandemia, lo que explica que los países frugales, cuyas cuentas públicas acostumbran a saldarse con superávit y luciendo unas cotas de moderado endeudamiento, insistan en que para solventar los problemas derivados de los desequilibrios fiscales, la Unión Europea ya cuente con un dispositivo habilitado para ello: el MEDE, Mecanismo Europeo de Estabilidad, cuya finalidad, como consecuencia de la gran crisis financiera anterior, es la de auxiliar financieramente a los países europeos que se encuentren en dificultades.
No obstante, el MEDE es una figura que todo gobierno procura esquivar considerando la carga emocional, la psicosis y la implacable y prolija lista de deberes que se asigna, cuando se rememora la estampa de los temidos "hombres de negro" que pisaron tierras helenas con motivo del rescate e intervención de Grecia, sin olvidarnos de Portugal e Irlanda, y el severo catálogo de ajustes que se implementan. Dicho de otro modo, activar el MEDE para un determinado país equivale a sentenciar a su gobierno y, en principio, a doblegar a la población a tiempos de austeridad, que deviene en la palabreja acuñada de "austericidio". Y aunque tal vez en lo sucesivo, tras las malas experiencias de Grecia, el libreto de la austeridad se ajustará a un guion menos rígido y más condescendiente para los países susceptibles de ser rescatados por el MEDE y, consiguientemente, intervenidos, el fantasma de que acechen tiempos de recetas ásperas no es bienvenido por el pueblo socorrido, amén de atar en corto la capacidad decisoria y la libertad de movimientos del correspondiente gobierno de turno, cuando no un efectivo cambio de gobernanza.
La España iracunda y vacua en su faceta política genera desconfianzas en Bruselas
En definitiva, la discusión entre el Norte y el Sur de Europa, por más que se llegara a un consenso dando luz verde a los 750.000 millones de euros, que ahora parece que son 800.000 millones, de los fondos europeos para la reconstrucción, perdura y con toda probabilidad se sentirá más según vaya fluyendo el dinero hacia los países destinatarios. Porque, insistimos, no todas las naciones europeas tienen la misma necesidad sobre esos fondos ni idéntica filosofía sobre su percepción y aplicación. Y, además, hablemos claro, los unos, que son los de arriba del mapa del Viejo Continente, no se fían de los otros, entre los que destacamos con luz propia nosotros por que el caso de Italia, con un sobrio Mario Draghi liderando al país, empieza a marcar diferencias con esta España iracunda y vacua en su faceta política, como contemplamos estos días, que genera todo tipo de desconfianzas allende nuestras fronteras.