
El crecimiento económico se asocia con el concepto de progreso. El crecimiento representa un indicador de modernidad, así como una herramienta para erradicar el hambre y la miseria. No obstante, la crisis provocada por la Covid-19 nos incita a revisar nuestros modelos económicos.
A partir de la caída del modelo comunista en 1989 y la apertura del continente euroasiático, la globalización experimentó una aceleración contribuyendo a reforzar el mito de un crecimiento infinito.
Después de 2008, y a través del recorte agresivo de los tipos de interés, las políticas monetarias han mantenido esta esperanza de crecimiento infinito que nos infunde tranquilidad. No obstante, esta situación ha provocado una desconexión entre el crecimiento del PIB y el resto de medidas de progreso, traduciéndose en un aumento de las desigualdades, hasta que la Covid-19 echó por tierra esta mecánica optimizada.
Al inicio de 2020, la sostenibilidad de este modelo dependía de la aceleración del crecimiento por tres razones: primero, unos niveles de endeudamiento en máximos históricos, que necesitaban un crecimiento sostenido; segundo, unas valoraciones extremas derivadas de una trayectoria exponencial del crecimiento de los beneficios empresariales; y tercero, un sistema económico globalizado excesivamente optimizado que permitía a las empresas maximizar su rentabilidad mediante el traslado de la producción a las regiones que ofrecían menores costes operativos.
Este sistema, alimentado por el crecimiento, se debilitó cuando el 50% de la población mundial quedó confinada y el crecimiento se evaporó. Así pues, esta crisis ha puesto claramente en evidencia la extraordinaria vulnerabilidad de un sistema económico demasiado optimizado.
Si bien la economía mundial conseguirá ganar el pulso que mantiene con la Covid-19 (gracias a la capacidad de los países para movilizar con suma rapidez medios humanos, médicos, logísticos, presupuestarios y monetarios sin precedentes), ahora debe librar una batalla más prolongada y difícil contra el cambio climático. Ante este nuevo desafío, el sistema económico debe evolucionar para minimizar este riesgo y esto exige concebir un modelo de crecimiento sostenible.
Un nuevo reto
¿Cuál es el reto? Un modelo de desarrollo económico sostenible supone simultáneamente un aumento del consumo de las personas pobres (tanto de los países en desarrollo como de los países ricos) y una reducción de la huella ecológica mundial. Para lograr una medida objetiva del crecimiento, conviene atribuir el precio justo a los residuos que se producen. En pocas palabras, se trata de que el precio de un producto integre también el coste social o ambiental que permite su producción.
Por otro lado, resulta esencial orientar el ahorro mundial hacia los canales de la economía dispuestos a establecer una transición energética. Para lograr esta orientación, las inversiones previstas deben ser rentables desde una perspectiva financiera.
Disociar el crecimiento sostenible y el retorno financiero razonable resulta utópico. No basta con albergar la esperanza de que una futura tecnología aporte la solución, puesto que existen soluciones. Por consiguiente, los grandes gestores de activos mundiales pueden desempeñar un importante papel a la hora de canalizar un porcentaje razonable del crecimiento del ahorro mundial hacia dichas soluciones.
Aunque la transición ecológica supone un desafío de importante tamaño, su éxito potencial se estima en cifras totalmente factibles. Según la Agencia Internacional de la Energía, en 2018, las inversiones mundiales en activos con reducidas emisiones de carbono destinados a los usuarios finales ascendían a 213.000 millones de dólares, es decir, 3,5 veces menos que las inversiones en las energía fósiles. Para alcanzar el objetivo fijado por el Acuerdo de París, la agencia estima que esta cifra debe alcanzar los 813.000 millones de dólares al año entre 2020 y 2030, lo que equivale a un aumento de 600.000 millones anuales con respecto a 2018.
Este dato parece bastante elevado en términos absolutos, pero en realidad, solo representa alrededor del 12% del crecimiento medio anual de los activos gestionados en el sector de la gestión de activos. Por lo tanto, este objetivo es perfectamente factible, sobre todo si dichas inversiones resultan rentables.
Para conseguirlo, las élites de los países desarrollados que se han beneficiado del anterior modelo económico deben dar ejemplo y lograr convencer al resto del mundo de que un crecimiento moderado no es sinónimo de empobrecimiento.
A finales del año 2020, esto puede resultar más bien contradictorio, pero es posible que el siglo XXI pase a la historia como el siglo en el que el crecimiento se asocie con moderación.
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