
"Abandonad toda esperanza". Esta inscripción que Dante Alighieri nos cuenta en su Divina Comedia que se halla en las puertas del infierno, bien puede aplicarse hoy a la economía española. Porque si algo nos faltaba para dar la puntilla a esta economía nuestra agonizante era un estado de alarma propasado y un presupuesto del Estado irrealizable y mentiroso.
Unas cuentas del Estado que nos amenazan con un atraco fiscal que no van a pagar los ricos, como demagógicamente venden desde La Moncloa, sino los trabajadores, las empresas y las clases medias. Españoles que ganen más de 300.000 euros anuales son una exigua minoría y el incremento de ingresos que pueden generar apenas superar los 300 millones de euros, muy lejos de esos 550 millones que anuncian desde el Ejecutivo. Una medida que como denuncia también el Instituto de Estudios Económicos, provocará fuga de talento y una pérdida de empleo de hasta el 4 por ciento.
Mientras, quienes consumen las bebidas azucaradas o los plásticos, quienes utilizan el gasóleo como carburante, recurren a planes privados de pensiones son la inmensa mayoría de los ciudadanos a los que los cálculos de los expertos estiman se les van a esquilmar más de 4.000 millones de euros.
Subir la fiscalidad en Sociedades repercutirá en subida de precios y en una mayor destrucción de empleo
Esto sin contar las imposiciones a las tecnológicas y a los bancos a través de la llamada tasa Tobin, que al final pagaremos también todos mediante el abono de servicios ahora gratuitos como el WahtsApp, o a través de un incremento de las comisiones de las entidades financieras. Lo mismo que va a ocurrir con la subida de la fiscalidad en Sociedades y Patrimonio, que las empresas repercutirán en aumentos de precios, destrucción de puestos de trabajo y que acelerará la mortalidad empresarial en un país en el que desde el mes de marzo hasta hoy han cerrado ya 100.000 empresas y tenemos 750.000 trabajadores en los ERTE, de los que prácticamente la mitad no van a volver a su puesto de trabajo.
Todo ello envuelto en un escenario macroeconómico que, lejos del utópico que dibujan los presupuestos presentados, se encamina a un cierre de 2020 con un retroceso de la economía del 14 por ciento, un déficit público del 12 por ciento del PIB, una deuda explosiva que superará el 115 por ciento y un paro próximo al 20 por ciento de la población activa. Indicadores arropados, además, por una prima de riesgo artificial.
Y con este panorama, más que de recesión de depresión, el Gobierno nos quiere hacer creer que va a incrementar la recaudación un 13 por ciento, hasta 255.631 millones de los que 222.107 millones de corresponden a los ingresos tributarios. Nos lo expliquen, si es que pueden. Como también deben explicar cómo van a colar en la Unión Europea esos 236.331 millones de euros de gastos no financieros del Estado, un 41 por ciento más que en 2020, la mayoría destinados a gastos corrientes y que quieren disfrazar como inversión.
No olvidemos que para obtener los 140.000 millones de ayudas europeas no sólo hay que presentar medidas económicas, sino que son necesarias reformas institucionales y políticas para mejorar la calidad de la democracia y de la gobernanza española y que cualquier estado miembro puede bloquear el desembolso del dinero.
Calidad de gobernanza que es difícilmente compatible con un Estado de Alarma por seis meses y sin sometimiento al control parlamentario en el que las limitaciones del toque de queda, la descoordinación entre las medidas adoptadas en cada comunidad autónoma, la pérdida de ventas y de ingresos que supone especialmente entre los autónomos y pymes, y las incertidumbres que genera, van a derivar en una hemorragia de cierres de negocios, el incremento de un desempleo desbocado, un hundimiento del consumo y una retirada o aplazamiento de inversiones nacionales y extranjeras.
El Presupuesto irrealizable y el estado de alarma propasado darán la puntilla al PIB
Y con este panorama el Gobierno de Sánchez e Iglesias tiene la insolencia de subirse el sueldo lo que ya no es sólo un desprecio a los españoles a los que deberían servir y no servirse, sino una falta absoluta de dignidad y de vergüenza.
Como en el memorable poema de Francisco de Quevedo "miré los muros de la patria mía, si a un tiempo fuertes ya desmoronados", y con la sociedad anestesiada.