
Aunque todo el mundo ha oído estos últimos años sobre Bitcoin, existen otras criptomonedas de gran alcance y seguimiento a nivel mundial como Ethereum, XRP, Thether, Litecoin o Monero. Sin embargo, hay varios centenares más de monedas virtuales que no han alcanzado capitalizaciones significativas. Aquellas que sí las han alcanzado, como las anteriormente mencionadas, presentan otros inconvenientes que impiden considerarlas como dinero.
En primer lugar, la alta fluctuación del valor de las criptomonedas impide, de facto, que se empleen como medio del pago ordinario y generalizado en el mercado. No hay apenas establecimientos de comercio electrónico ni tiendas físicas que acepten el pago con estas criptomonedas debido a la alta variabilidad de su valor. Ningún vendedor se va a arriesgar a recibir como pago del comprador un activo digital que puede perder mucho valor muy rápido.
Para corregir esa limitación de las criptomonedas, se están explorando medidas correctoras, como las denominadas "stablecoins". Este tipo de criptomonedas incorporan en su mecanismo computacional unos algoritmos que tratan de corregir esa volatilidad de los valores. También existen programas informáticos como Bitpay, que ejecutan cambios de monedas virtuales por otras o por divisas fiduciarias cuando se cumplen ciertas condiciones establecidas en función de los cambios en el valor de cotización.
Lo cierto es que el principal reto que afrontan las criptomonedas es que no cumplen con todos los requisitos para ser considerados "dinero". En principio, se trata de activos digitales generados para proteger el valor económico de sus poseedores y servir de unidad de cuenta, es decir, para poder fijar precios y hacer asientos contables con los cuales establecer comparaciones con otros activos económicos y entre diversas organizaciones.
Pero la dificultad verdadera de las criptomonedas reside en el uso marginal que tienen como medio de pago dentro de la sociedad. Por esta razón, actualmente están cobrando valor aquellas monedas digitales que sí pueden aspirar a tener grandes comunidades de usuarios en un tiempo récord. En este sentido, el proyecto que representa Libra, liderado por Facebook, ha acercado la posibilidad de que se pueda desafiar al dinero estatal de curso legal, sobre todo si éste continúa devaluándose a consecuencia de la expansión de la oferta monetaria implementada por los bancos centrales como estímulo para la demanda ante la crisis económica derivada de la pandemia. Si en un futuro hipotético las criptomonedas fueran aceptadas socialmente podrían suponer un verdadero riesgo para la estabilidad financiera e incluso implicar una fuga de depósitos de la banca comercial hacia estos tokens o activos virtuales, máxime en un escenario de tipos de interés muy bajos o nulos.
Teniendo en cuenta los sucesos de los últimos tiempos y, sobre todo, debido a la extraordinaria expansión cuantitativa de la masa monetaria, se puede afirmar que las criptomonedas seguirán actuando como un instrumento de inversión. La razón es bien sencilla. En los últimos años, muchas criptomonedas han demostrado ser activos financieros capaces de actuar como reserva de valor ante la devaluación del dinero oficial sufrido en muchos países. Es decir, han sabido proteger los ahorros de aquellos que han invertido en ellas, aunque realmente no sirvan para comprar algo concreto y tangible en el mercado. Esto explica la inmensa proliferación de plataformas virtuales donde se intercambian criptomonedas por dinero oficial como forma de efectuar las inversiones y desinversiones.
En efecto, de momento parece prematuro aplicar el concepto de medio de pago a las criptomonedas, habida cuenta de que -estrictamente hablando- carecen de un uso generalizado a nivel social. Carecen de una población grande de usuarios que pueda suponer una adopción masiva e internacional para ser empleadas como medio de pago en los contratos privados. Se limitan, hoy por hoy, a actuar meramente como un activo especulativo de alto riesgo que en todo caso puede funcionar como depósito de valor.
Las criptomonedas carecen de un mercado de oferta de bienes y servicios tangibles cuyo precio pueda pagarse con ellas. Es decir, no hay un sistema de precios referido a criptomonedas, más allá de unos pocos establecimientos de comercio electrónico y también dentro de la "DarkNet". De ahí el verdadero interés y desafío que suscita el proyecto Libra a este respecto. Facebook sí tiene la posibilidad real de asociar su futura moneda virtual a su red de servicios de mensajería (Messenger, WhatsApp, Instagram). En consecuencia, Facebook podría dotar a su ecosistema publicitario de un mercado de bienes y servicios reales con precios fijados en su hipotética divisa digital privada. Libra sería una moneda virtual dentro de una red electrónica mundial que nacería con aptitudes de convertirse rápidamente en un medio de pago privado, masivo y global.
Ante el desafío de las monedas virtuales -criptográficas o no- los bancos centrales y los gobiernos están reaccionando. Y lo están haciendo, investigando y desarrollando sus propias monedas virtuales estatales y soberanas (Central Bank Digital Currencies, CBDC), con las que sustituirán o complementarán el efectivo físico. En este sentido, es de esperar que, en este próximo escenario, la regulación se mueva no sólo en la línea de la prevención del fraude fiscal y el blanqueo de capitales, sino hacia la interoperabilidad de los diferentes mercados de moneda virtual y la adaptación definitiva a este sector por parte de las entidades de crédito y empresas financieras. En el contexto europeo, las últimas iniciativas legislativas van en esta línea, tratando de dotar de mayor seguridad jurídica a las plataformas de cambio y custodia de monedas virtuales y otros criptoactivos.
En definitiva, si los legisladores, bancos centrales y autoridades financieras internacionales son capaces de resolver estos problemas de conceptualización y armonización técnica y jurídica, en pocos años las criptomonedas se incorporarán plenamente al sistema financiero mundial, algunas de ellas incluso siendo emitidas y controladas por los propios bancos centrales.