Opinión

La gran coalición

  • Casado y Sánchez deben aprender de los errores de Rivera
  • Un pacto PSOE-PP es la mejor opción ante la desaceleración económica
Un Gobierno del PP y PSOE sería lo más positivo para hacer frente a la ralentización económica

La coalición PSOE-PP –y, quizás, Cs- es la más deseada por la mayoría de los ciudadanos, los cuales, sin embargo, la consideran improbable si no imposible. Si es la más deseada, ¿por qué esa mayoría la considera altamente improbable? Dejando de lado que ya existe un preacuerdo con UP y que el PSOE está negociando con ERC, la respuesta se encuentra en aquella distracción verbal un tanto narcisista de J.-C. Juncker: "Los políticos sabemos lo que tenemos que hacer. El problema es que no sabemos cómo hacerlo sin perder las elecciones".

De acuerdo con esta premisa, la única posibilidad de que haya una gran coalición pasa porque los dirigentes de ambos partidos acaben dándose cuenta de que esa es la opción que más les conviene a ambos. Para ello, deben prestar atención a lo sucedido a Ciudadanos.

En algún momento, tras las autonómicas andaluzas, Rivera llegó a la convicción de que el PP se acabaría disolviendo. Sus electores estaban migrando hacia Vox y hacia Ciudadanos, lo que interpretó en el sentido de que el PP tendría un final parecido al de UCD. Apalancado en esa convicción, decidió ocupar el espacio del presunto moriturus, abandonando el centro moderado y liberal al que había accedido tras abdicar de su ideario socialdemócrata - lo que ya había disgustado y desorientado a una buena porción de electores-, incrementando su tolerancia cero con los nacionalismos periféricos y adoptando él un nacionalismo centrípeto y excluyente.

Sánchez y Casado deben tener en cuenta lo que le ha sucedido a Ciudadanos

Con ello, Ciudadanos comenzó a adoptar actitudes características del PP. Ante esa evidencia, muchos de sus electores decidieron que preferían votar al PP "auténtico", lo que, a su vez, obligó a Rivera a intentar ser aún más "auténtico" que el PP, lo que llevó a muchos de sus electores a votar al partido que personificaba, desde su fundación, una derecha radical escindida del PP porque consideraba que éste actuaba con demasiados complejos, tanto frente a la izquierda como frente a los nacionalismos. In claris, decidieron que preferían votar a Vox.

Si Rivera hubiera hecho caso a cabezas bien amuebladas de dentro y de fuera de su partido, habría pactado con Sánchez, lo que le hubiera agradecido la inmensa mayoría, pese a que eso implicara el incumplimiento formal de una promesa electoral.

Ciertamente, la habría incumplido, pero para conseguir lo que forma parte de la savia de Ciudadanos y una de las razones fundamentales por la que lo votaba una gran parte de sus electores: contener y, de ser posible, debilitar a los nacionalismos periféricos sin caer, por ello, en otro nacionalismo de la misma plomada, si no, diversamente, eliminando privilegios territoriales injustificados y exigiendo un trato igualitario para los ciudadanos que integran las comunidades lingüísticas que conviven en las comunidades autónomas biculturales dominadas por los nacionalistas periféricos, algo que dejaba en evidencia tanto a los nacionalistas centrípetos como a los centrífugos. No se trataba de crear un nuevo nacionalismo sino un patriotismo convivencial de base constitucional.

Un gobierno PP-PSOE se hallaría en mejores condiciones de afrontar la crisis

PSOE y Ciudadanos habrían formado un Gobierno apoyado con 180 escaños, desde el que se podría haber diseñado, junto con otros partidos, las líneas maestras de la política y de la economía española para los próximos veinte años y, además, Ciudadanos, desde el Gobierno, podría haber influido sobremanera en la política a seguir en relación con los nacionalismos en aspectos clave desde una nueva perspectiva. En lugar de ello, prefirió dejar que el PSOE se entregara a Podemos y a los nacional-secesionistas, porque Rivera creyó que Sánchez cedería para conseguir formar Gobierno y ello, junto con la disolución del PP, le encumbraría a él como líder del centro derecha. Para su sorpresa y la de muchos, Sánchez no cedió y prefirió convocar elecciones.

Ante tal comportamiento, los electores han situado a Rivera donde creen que debe estar. Algo parecido les puede pasar a Sánchez –especialmente-y a Casado, si siguen por donde van.

Ambos sienten el aliento de partidos situados a su izquierda –UP- y a su derecha –Vox- respectivamente, lo que les genera la ilusión óptica de que deben escorarse respectivamente a su izquierda y a su derecha si no quieren perder votos en beneficio de sus respectivos extremos. He aquí el gran error, especialmente del PSOE.

Si ambos partidos se escoran hacia sus extremos: 1.- El centro político, es decir, la moderación, sin cuyo voto no se puede ganar, se sentirá huérfana, y, parte de ella, se irá a la abstención, lo que debilitará la democracia porque la democracia no puede sobrevivir si no predomina la moderación. 2.- Si el PSOE quiere hacer de Podemos y el PP de Vox, el electorado tenderá a radicalizarse y votará a los "auténticos", como ha hecho en el caso de Ciudadanos.

Para formar gobierno con UP, el PSOE deberá ceder también, más o menos, ante el nacional-secesionismo periférico, lo que lo debilitará –y mucho- electoralmente. No debería olvidar que el desafío separatista ha sido el factor que más ha contribuido al fulgurante ascenso de Vox, aunque, ciertamente, no el único.

Un gobierno con UP exige medidas de política denominada social – así llamada si nos atenemos a sus presuntas intenciones prescindiendo de sus resultados- que tengan especial efecto de cara a la galería y deberá hacerlo sin dinero, porque Bruselas exige que se rebajen tanto el déficit como la deuda. Sin esas condiciones, no aprobará los presupuestos.

¿Cómo se hace política "social" sin dinero? Pues subiendo impuestos y adoptando medidas que no cuesten dinero directamente al erario público, tales como, por ejemplo: regulación del precio de los alquileres –que dará lugar a un encarecimiento suplementario-, debido al debilitamiento derivado de la oferta, subida del salario mínimo, lo que provocará despidos ex ante y dificultará la contratación ex post, etc, con las consabidas consecuencias. Todo ello redundará en una pérdida de productividad para mayor satisfacción de, por ejemplo, Francia o Alemania que, como consecuencia de ello, nos comprarán menos y nos venderán más, con el consiguiente deterioro de nuestra balanza por cuenta corriente.

La consecuencia inevitable será el deterioro del bienestar, que se agudizará porque, en ese escenario, Bruselas exigirá más disciplina, es decir, más recortes. Todo ello será el mejor abono para que Vox pueda aspirar a convertirse en el partido más votado en la siguiente cita electoral, al tiempo que, en Cataluña, el crecimiento de los partidos antisistema se vehiculará a través del crecimiento del independentismo. Todo ello con un gobierno de coalición socialista-populista que seguirá necesitando al nacional-secesionismo para mantenerse.

En ese escenario, ¿qué futuro electoral le espera al PSOE? Lo razonable es que el electorado lo someta a un castigo histórico. El PP se mantendría o tendría un magro crecimiento y el gran beneficiado sería Vox.

Por ello, no es argumento contra la gran coalición el que afirma que, de haberla, la única alternativa serían UP y Vox, por cuya razón debe ser evitada. Estos partidos, especialmente Vox, tienen más probabilidades de crecer si el gobierno se conforma con un pacto entre PSOE, UP y nacionalistas periféricos que si se conforma una gran coalición.

Por todo ello, las mejores mentes del centro izquierda le están insistiendo a Sánchez que pacte con el PP, como, en su día, las mejores mentes de Ciudadanos le insistieron a Ribera que pactara con el PSOE.

El PP, por su parte, debería dejarse de medias tintas, y ofrecer un gobierno de coalición al PSOE sin pedir la cabeza de nadie porque el PSOE es el partido más votado y al representante de un partido lo elige su partido y nadie más, guste o no.

Esta opción disgustará a la militancia más radical de ambos partidos, así como a los populistas y a los nacional-secesionistas periféricos, pero tranquilizará a la inmensa mayoría moderada -la "mayoría cautelosa"- que conforma nuestra sociedad.

Un gobierno de esas características se hallaría en mejores condiciones de afrontar la crisis económica y también la territorial, así como de diseñar, con los partidos que deseen sumarse, las líneas maestras de la política y de la economía de nuestro país para los próximos veinte años.

Conforme a lo expuesto, la gran coalición es lo que más interesa a ambos lideres y si dan ese paso, por propio interés, pero lo dan, la gran mayoría los elevará al rango de estadistas. Para quien mayores dificultades ofrece esta decisión es para Sánchez debido a la cultura de "superioridad moral" de la izquierda – pese a todas las evidencias-, que le dificulta pactar con partidos conservadores, por considerarlos un lastre histórico –pese a todas las evidencias-. Los conservadores, en cambio, tienen un mayor sentido de la realidad –en general, no siempre- lo que les facilita no caer en dogmatismos y tener mayor capacidad de adaptación.

Casado, por su parte, podría caer en la misma tentación que Rivera: eludir la gran coalición por creer que Sánchez no irá a las terceras elecciones porque las perdería en beneficio del PP, lo que le obliga a pactar con Podemos y los nacional-secesionistas. Más pronto que tarde, ese Gobierno caerá y él sería el gran beneficiado. Debe tener en cuenta que, en ese escenario, el electorado podría propiciarle un severo correctivo, poniéndolo en manos de Vox en un clima de deterioro económico y social difícil de gestionar.

Todo indica que, en el momento actual, solo la negativa de ERC y de Ciudadanos a abstenerse, dando por supuesta la del PP, puede evitar este desenlace a corto y a largo plazo.

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