
El mercado de renta fija vive días movidos. Y no precisamente porque los bonos se hayan vuelto un activo de moda entre los pequeños ahorradores -quien más, quien menos, sigue prefiriendo el ladrillo, aunque cueste un riñón- sino porque la gran liga de la deuda soberana vuelve a estar bajo la lupa de esos temidos "vigilantes de los bonos". El término, acuñado en los años 80 por el economista Ed Yardeni, describe a los grandes inversores que con sus compras y ventas "disciplinan" fiscalmente a los países. Una especie de sheriff global que no necesita pistola: le basta con pulsar la tecla de "vender".
La mecánica es sencilla: si un gobierno se pasa de alegre en materia fiscal -mucho gasto, pocos ingresos y promesas que no cuadran ni en una servilleta-, los vigilantes castigan vendiendo sus bonos y, con ello, encarecen la financiación del Estado. Si, por el contrario, el país transmite señales de seriedad, la presión afloja y los rendimientos se estabilizan.
El cartel de "los más buscados" en este 2025 no es precisamente de serie B. Ahí aparecen Estados Unidos, con su deuda descomunal y una Reserva Federal bajo presión política; Francia,encallada en una crisis fiscal crónica; y, cómo no, Reino Unido, que aún no ha terminado de digerir su "momento Truss". Aquel episodio de 2022, cuando un presupuesto desacompasado hizo temblar el mercado y casi se lleva por delante a los fondos de pensiones británicos, es ya leyenda. Tanto que cada vez que un país se pone "estupendo" en materia fiscal, en la City hablan de un posible "Truss moment".
Y aunque cada economía tiene su matiz, la película se repite: déficits que no encogen, deuda creciente y gobiernos convencidos de que "el mercado les dejará hacer". Pero los mercados no olvidan. Ni perdonan.
Al otro lado del Atlántico, los rendimientos de los Treasuries han bajado en las últimas semanas, apoyados en que los datos de empleo de mayo y junio resultaron más flojos de lo esperado. El mercado descuenta que la Fed recortará los tipos el 17 de septiembre y quizá repita en diciembre. Pero todo está teñido por la presión de la Casa Blanca. Si los datos de inflación no acompañan, el dilema será de órdago: ¿arriesgar la estabilidad de precios para dar oxígeno político?
En Europa, el bund alemán a 30 años marcó recientemente máximos de rentabilidad no vistos en 14 años. No porque Berlín se haya vuelto loco gastando, sino porque los grandes compradores estructurales prefieren ver en que queda todo desde la barrera. Resultado: exceso de oferta en el tramo largo y curvas más empinadas de lo que sería lógico. En Francia, el riesgo político se mezcla con el fiscal. Macron maniobra para evitar elecciones que podrían catapultar al Reagrupamiento Nacional, mientras los diferenciales de sus bonos frente al bund se ensanchan con cada rumor de protesta en las calles de París. Quien crea que lo de los chalecos amarillos fue un episodio aislado, que espere sentado.
Japón merece mención aparte. Tras décadas de tipos anclados en mínimos, el tramo largo de su curva se ha disparado a niveles no vistos desde los 90. El Ministerio de Finanzas se enfrenta a la paradoja de pagar intereses cada vez más altos en un país que aún presume de estabilidad. Los inversores internacionales miran de reojo: si hasta Japón empieza a dar señales de fatiga fiscal, ¿qué queda para el resto?
¿Y España? Aquí, como siempre, jugamos a la contradicción. Nos financiamos más barato que Italia (milagro bendito del BCE), pero seguimos acumulando deuda a un ritmo que da vértigo. Cada debate presupuestario es una tragicomedia con tintes ibéricos: todos prometen gasto, nadie se atreve con recortes serios, y la deuda se coloca confiando en que Frankfurt seguirá siendo nuestro ángel de la guarda. De momento, los vigilantes miran hacia otros lados. Pero ya se sabe: cuando los sheriffs se aburren de Londres, Washington o Tokio, siempre queda Madrid y Roma para repartir alguna colleja.
La renta fija ha vuelto al centro de la conversación. Lo que antes parecía un activo aburrido, hoy es el termómetro más preciso de la confianza en los gobiernos. Y no, no basta con discursos optimistas o promesas de crecimiento. A los vigilantes les interesa la aritmética pura: ingresos, gastos y deuda. Todo lo demás es ruido.
Así que, mientras seguimos discutiendo sobre si la inflación ya está "controlada" o si los bancos centrales han perdido la brújula, conviene recordar que la película ya la hemos visto: cuando los mercados pierden la paciencia, los gobiernos descubren que no hay salvavidas suficiente. Reino Unido lo aprendió en 2022. Francia lo intuye ahora. ¿España? Bueno, nosotros preferimos no mirar demasiado al póster de "los más buscados". No vaya a ser que alguien nos reconozca en él.