Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto... ¡No era así! Mi infancia son recuerdos de una televisión en blanco y negro en la que en los calurosos veranos aguardaba que en los telediarios apareciesen los índices de las bolsas de Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia, porque quería que subiese más la última, quizás pensando, muy de pequeño, que fueran los goles de Kempes la que la impulsaban.
Los años despertaron mi interés por la bolsa, por el motivo que había detrás para que las cosas cambiasen de precio. Supongo que con la misma curiosidad con la que escucho ya a niños hablar de criptomonedas, pero seguro que sin la codicia tan exacerbada de idolatrar a un becerro de oro.
Cuando andaba en pantalón corto en esto del periodismo acababa de estrenarse una de las mejores marcas de este país y, sin duda, el referente indiscutible del mercado español a años luz de cualquier otro sujeto que queramos buscar: el Ibex 35 -que el viernes 14 de enero ha cumplido 30 años-.
Para la progresía el Ibex es el estereotipo del poder, de la desigualdad y una mal entendida lucha de clases. Para los liberales representa el capitalismo popular, la conexión entre el ahorro de un particular y la capacidad de generar riqueza, de participar en la financiación del crecimiento de un gran país como es España.
Las familias españolas eran las grandes propietarias del Ibex 35 y, lamentablemente, hoy ese porcentaje se ha reducido al 17%-18%. Eran los tiempos en los que comprábamos acciones en las privatizaciones. Los años en los que comencé a publicar las primeras informaciones de valoración por comparables. En los que la demanda por acudir a una OPV era tan elevada que obligaba a hinchar las peticiones de títulos. Recuerdo que en una de las últimas de Endesa las peticiones fueron mucho menores de las previstas y tuve que pedir un pequeño préstamo para arreglar el agujero hecho a mi cuenta.
Si alguien hubiese invertido dinero hace tres décadas en el Ibex habría logrado un 4% de rentabilidad anualizada, que con los dividendos se va al 8%. Excepcional, porque supera la pretensión lógica de lograr un 7% anual, que como consecuencia del interés compuesto permite duplicar toda inversión cada diez años.
Sin embargo, hay que subrayar que la cifra tiene una trampa que oculta que el 8% no es incólume. El Ibex tiene dos etapas de quince años bien diferenciadas. La que se cuenta en verde esperanza hasta 2007 y la que se construye en gris sombrío tras las crisis acumuladas de Lehman, deuda y Covid. Nada que ver las rentabilidades.
Además, al inversor español se le ha quedado pequeño el Ibex, que, como en toda inundación, en la que lo primero que falta es el agua potable, fue la botella a la que agarrarse en los noventa para canalizar parte del ahorro que generaba la sociedad. Hoy ese ahorro tiene muchas más botellas de las que beber.
*Joaquín Gómez es el director adjunto de 'elEconomista'.