
El mercado permite apostar contra todo o casi todo, también la muerte. Es lo que subyace en los conocidos como bonos de mortalidad extrema. Se trata de una variante de los conocidos como bonos catástrofe -'cat bonds'- mediante los cuales el tenedor recibe un alto retorno pero se puede quedar sin cupón y hasta sin principal si se cumple un evento dramático previamente pactado a través de un número dado de muertes. En este caso sería que determinados países alcanzasen una determinada tasa de mortalidad en un determinado período hasta el vencimiento del bono, ya sea por una pandemia, una guerra o un ataque terrorista.
No se deben confundir con los conocidos como 'bonos de la muerte', otro de los sonoros inventos de Wall Street para buscar rentabilidades. Los 'death bonds' consisten en la titulización de seguros de vida de personas con problemas para pagarlos o que quieren pasar sus últimos años con liquidez. Las compañías compran esta pólizas y las empaquetan emitiendo deuda para los inversores con ellas como subyacente. Ni que decir tiene que, a menor esperanza de vida del titular del seguro, mayor será la rentabilidad obtenida al cobrar lo estipulado antes y tener que dejar de pagar antes la póliza.
La clave de bóveda de los bonos de extrema mortalidad, sin embargo, radica en que sirven a las compañías aseguradoras para derivar riesgos ante una catástrofe que pueda asestarles un fuerte golpe si reciben una avalancha de reclamaciones de sus asegurados. En otras palabras, es una forma de reaseguro. La gracia para el inversor es que los retornos son altos, que la diversificación que ofrecen al no estar correlacionados con el resto del mercado es un plus y que el evento a evitar es altamente improbable, por no decir que por completo. No obstante, como siempre ocurre en el pantanoso terreno de la probabilidad, nunca se está libre de que se superen las expectativas o los cálculos más atrevidos.
Ya en 2014, cuando el virus de ébola alcanzó su apogeo y existían algunos de estos bonos, se quiso quitar hierro al asunto desde las aseguradoras afirmando que el evento acordado suponía un aumento de la mortalidad hasta tasas poco comunes. Como recogía Reuters en aquel momento, desde la agencia de calificación S&P se aseguraba que para que estos bonos cayesen tenían que producirse acontecimientos tan improbables en principio como "una detonación nuclear, una repetición de la pandemia de 1918 en el entorno actual o una guerra mundial". En el mismo apunte se recogía el chascarrillo de un banquero que se jactaba del poco riesgo de estas inversiones: "Hay riesgo cero con estos bonos, de verdad. Porque si se activa el impago, significaría que tanto tú como tu jefe estaréis muertos". El coronavirus y la diferencia en los márgenes de mortandad pactados en la emisión demuestran que hay un término medio tan inesperado como doloso para el inversor.
Pese a que no es el mercado más extenso ahora mismo, y además se prodiga más en eventos que ya se han citado como huracanes o terremotos, sí existe algún ejemplar de estos bonos ligados a la mortalidad en la fauna de la renta fija que sigue con vida con el Covid-19 campando a sus anchas por todo el mundo. Uno de ellos tiene nombre y apellidos. Se trata de la transacción Vita Capital VI Limited (Series 2015-1) emitida por la célebre reaseguradora suiza Swiss Re en 2015. Es un bono de Clase A a cinco años a transcurrir desde enero de 2016, con lo que expira en enero de 2021. La emisión inicial fue de 100 millones de dólares y el cupón quedó fijado en el 4,61%.
Para que se active el impago, la condición es que el índice de mortalidad se desboque en cada área cubierta. En este caso, el índice se debe disparar a un nivel del 120% para Australia, del 115% para Canadá y del 120% para el Reino Unido teniendo en cuenta la ponderación entre edades y géneros. Es cierto que esta elevación de la mortalidad puede producirse por diversas causas, pero los analistas que valoraron en un inicio el bono ya apuntaban que el mayor riesgo eran "las enfermedades pandémicas y los brotes de gripe grave".
Aunque en España, por poner un ejemplo cercano, hay comunidades como Madrid que han registrado porcentajes por encima del 100% en exceso de mortalidad en momentos puntuales del pico de la pandemia -por ella y por efectos colaterales como el colapso hospitalario en personas con otras afecciones previas-, no está claro que los citados países lleguen a esos niveles. En Reino Unido, según las cifras más recientes de la ONS (Office for National Statistics), la última semana de mayo se registró un número de muertos por todas las causas un 81% mayor que en el promedio de los últimos cinco años para ese mismo período. La cifra correspondiente para lo que va de año se situaría en el 20%.
Esto no es óbice para que el precio del bono esté cayendo ante la incertidumbre provocada por la pandemia, que, además de la clara virulencia que está mostrando en Reino Unido, amenaza con un severo rebrote en otoño, con el instrumento aún sin vencer. A comienzos de abril, con el Gobierno británico renegando ya de la idea inicial de buscar la 'inmunidad de rebaño' sin medidas de confinamiento y sin haberse producido el ingreso de Boris Johnson por el virus, las expectativas no eran las mejores. Si a finales de marzo el bono aún cotizaba a 97-98 centavos por dólar, enseguida S&P puso en cuarentena el rating del mismo situándolo con perspectiva negativa. "Actualmente creemos que existe una incertidumbre tan significativa en torno al número total de muertes causadas por la pandemia en cualquiera de los tres países que es difícil determinar la probabilidad de un cambio de rating en esta etapa", dijo la agencia. Los analistas de Artemis daban por segura una apreciable bajada del precio en el mercado secundario a lo largo de abril.
Bonos pandémicos
Con algunas similitudes aunque diferencias en cuanto al concepto, existen otras emisiones oscilantes según el número de muertos por una enfermedad. Son los bonos pandémicos y lo que buscan es ayudar a países en desarrollo que han sufrido una grave epidemia a través de ese dinero que no se devuelve a los inversores si fallece un número prefijado de personas. En este caso no hay detrás un interés empresarial de derivar riesgos.
En 2017 el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD), una de las cinco instituciones que componen el Banco Mundial, emitió 320 millones de dólares en bonos a tres años prorrogables uno más. La emisión se dividió en dos tramos: 225 millones para la Clase A con un cupón del 8,37% y 95 millones para la Clase B con un cupón del 12,97%.
Las condiciones para que se desencadenara el impago a los bonistas pasaban por el número de muertes que unaa de estas enfermedades causasen en los países en vías de desarrollo: ortomixovirus (nuevo virus pandémico de la gripe A), coronavirus (SARS, MERS, COVID-19), filovirus (ébola, virus de Marburgo) y otras enfermedades zoonóticas (fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, fiebre del Valle del Rift o fiebre de Lassa).
En el tramo A, el de menos riesgo, se precisaban 2.500 muertes por gripe o coronavirus en alguno de los países en vías de desarrollo, una constante de 250 contagios, un plazo de 12 semanas desde que se identificase el brote y 20 muertes en un segundo país para activar un impago del 16,7% de lo invertido (un total de 37,5 millones) si se trata de un coronavirus, llegando al 100% si es una gripe A. En el caso del tramo B, con un cupón mucho más atractivo, el escalonamiento de desencadenantes es similar, solo que con 250 muertos ya se empiezan a activar los impagos y con 2.500 muertos llegan al 100% si la enfermedad es un coronavirus o un filovirus (en este tramo entraban todas las citadas menos la gripe A). Su encanto reside en el alto cupón percibido hasta que se produce lo inevitable.
Hasta febrero, recoge Reuters, con el coronavirus ya avanzando con rapidez fuera de China, estos bonos oscilaban en una banda de precios de entre 45 y 63 centavos por dólar, habiendo superado los 70 en 2018 en pleno rebrote del ébola en África. Sin embargo, como era de esperar, el Covid-19 ha acabado impactando de lleno en ellos y el 31 de marzo, según los cálculos de una agencia independiente citada por el Banco Mundial, se cumplieron los requisitos para el impago. En esa fecha la pandemia registraba 4.653 casos en los países más pobres del BIRD. Los impagos de los dos tramos dejan un total de 132,5 millones de dólares para ayudar a estos países.
Aunque la intención implícita es que los bonos 'fallen' para ayudar a estos países en caso de tragedia sanitaria, no son pocas las quejas sobre su funcionamiento. Más allá de dejar 'pelados' a los inversores, la disposición de fondos llega cuando ya se ha producido la catástrofe y es tarde para intentar prevenirla. Cuando de verdad vendría bien el dinero para prevenir la pandemia se tiene que afrontar el pago de los intereses a los inversores, y cuando se dispone de este ya hay que trabajar en las secuelas, siempre más dramáticas. Otro agravante es que la cantidad conseguida por el BIRD es muy limitada para los daños sanitarios y económicos que está infligiendo la pandemia en los diferentes países.