
Hace un año, la Organización Mundial de la Salud declaraba que los brotes de coronavirus en numerosos países habían alcanzado el estadio de pandemia mundial. El letargo en la comunicación de la OMS, ya realizada con millones de ciudadanos aislados en el norte de Italia y el coronavirus trotando en libertad de unos territorios a otros, se ha instalado en todas las dinámicas adoptadas por Europa.
Un año después, las azotadas poblaciones de Estados Unidos y Reino Unido comienzan a ver la luz al final del túnel con un ágil plan de vacunación, mientras que los países europeos permanecen encallados en un letargo de vacunas trufado de problemas.
Al incumplimiento del contrato de AstraZeneca, que ha restado dosis al bloque de los 27, se suma ahora la precaución ante los posibles trombos causados por este mismo antídoto a personas vacunadas en Dinamarca y Austria. Siete países más, incluyendo a Italia y Noruega, han detenido la vacunación con el medicamento de AstraZeneca a la espera de que la Agencia Europea del Medicamento realice un estudio en profundidad. Es decir, a las ya insuficientes dosis se sumarán... menos dosis.
Los países europeos han registrado a lo largo de este año casi 40 millones de contagios -contando todo el continente, con Rusia, la cifra se eleva medio millón más- y 800.000 muertes. Aplicando un laxo sistema de cierres y aperturas, en nada igualables a las acometidas en el estallido de la pandemia en primavera de 2020, han desfilado tres olas ante nuestros ojos, con una tercera mortífera especialmente en países de la UE alabados por su temprana gestión.
Alemania ha pasado de ser ejemplo a situarse entre las naciones europeas con más muertes por covid-19, 72.810, según la última actualización del Ministerio de Sanidad. Esto la sitúa por encima del dato oficial de muertes en España, 72.085, y no tan lejos de las 89.000 de Francia.
Reticentes a los cierres por el impacto económico, Reino Unido y Suecia se atrevieron a ensayar un método alternativo cuando el resto de países se replegaban sobre sí mismos y construían estampas fantasmagóricas de urbes vacías. El objetivo de lograr una inmunidad de rebaño permitiendo el contagio de la población no sólo no se logró dando rienda suelta al libre movimiento y actividad, sino que costó vidas. Reino Unido es el país con más muertes de Europa, más de 124.000; Suecia, con más de 13.000, dista mucho del resto de territorios escandinavos, que contemplaban con horror el laissez-faire biológico sueco.
El desarrollo de una vacuna antes del fin de 2020 parecía una utopía. Y, sin embargo, el trabajo científico, la experiencia acumulada y la colaboración catapultó al hito a las compañías Pfizer, BioNTech y Moderna, que sumó la segunda vacuna como regalo de Reyes. AstraZeneca se unió poco después con su antídoto desarrollado en el seno de la Universidad de Oxford, que se convertiría en la salvación británica.
Una nueva cepa del SARS-CoV-2 detectada a mediados de diciembre en Reino Unido dio paso a la primera mutación del coronavirus, muy tardía debido al gran éxito que estaba obteniendo con su naturaleza intacta. Esta variante, que ha demostrado una mayor transmisibilidad y mortalidad, dio paso a otras nuevas cepas en Sudáfrica, Brasil y California, que han puesto en jaque la eficacia de algunas vacunas.
Con el Brexit ya cristalizado y regulada la relación tras el divorcio navideño, Reino Unido demostró que más vale desarrollar en tu territorio tus propios recursos de inmunización que depender de los de otros. Así las cosas, este país y Estados Unidos encabezan las tasas de vacunación mundial -con permiso de Israel, líder absoluto con 104 dosis administradas por cada 100 personas-, mientras que la Unión Europea continúa a rebufo con menos de un 10% de media de población que ha recibido una dosis del antídoto contra el SARS-CoV-2.
En este contexto de carrera entre el virus sorteando las barreras de protección humanas -ahora tenemos mascarillas, test y geles hidroalcohólicos- y la ciencia se despliega una campaña de vacunación muy poco efectiva en la Unión Europea. Tras la trágica tercera ola, se imponen nuevas restricciones ante las vacaciones de Semana Santa, que implican un nuevo varapalo económico a la ya magullada estructura de algunos países con mayor dependencia a las actividades de ocio y turismo, como España o Portugal.
Según los últimos datos publicados por Eurostat, el PIB de la Unión Europea se desplomó un 6,4% y la tasa de empleo bajó un 1,6% en 2020. España se coronó dramáticamente como el país europeo con mayor caída económica, superando el 9% del PIB.
Un año después, nadie duda ya de que habrá una cuarta ola, y una quinta, y así, hasta que se alcance una inmunización suficiente -no menos del 70% de la población- que frene los contagios. En París, las autoridades han comenzado a alarmarse ante un nuevo aumento de contagios, con las UCI de Isla de Francia a punto de colapsarse.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, ya ha descartado el optimismo ante el verano y ha aplazado la inmunidad de rebaño al otoño de 2021. Sin tener en cuenta, sin embargo, que en un mundo con funcionamiento globalizado poco importa que la inmunidad únicamente se logre en Europa o en EEUU si no va pareja a la del resto de países y continentes.