Ha tardado tres días en decidirse, pero ha ocurrido. Joe Biden (Scranton, Pensilvania, 1942) ha ganado las elecciones presidenciales este viernes, con una victoria decisiva en su estado natal Pensilvania al contarse los votos por correo, y sostenido por una remontada agónica en Georgia. Un resultado que pone fin a la "era Trump" y que deja al que fuera vicepresidente de Barack Obama a cargo del intento de pasar página e intentar frenar la creciente tensión y división social.
El resultado de los comicios ha sido menos contundente del que pronosticaban las encuestas. El escenario final fue el segundo de los posibles, un fallo a favor de Trump pero que finalmente fue insuficiente para salvar al magnate de la derrota. En un curioso giro del destino, el resultado en delegados apunta a ser exactamente el mismo por el que ganó Donald Trump en 2016, 306 a 232 (una "paliza histórica", según lo describió él en su día), solo que esta vez en su contra. Biden, por su parte, lidera el voto en más de tres puntos porcentuales y cuatro millones de papeletas, y ya es el candidato más votado de la historia del país, y tiene el mayor porcentaje de un rival que se enfrente a un presidente en el cargo desde Franklin Delano Roosevelt en 1932.
La carrera política de Biden es larga, aunque pudo verse truncada bien pronto: tras su primera victoria electoral como candidato a Senador por Delaware, con 30 años, y antes incluso de tomar posesión, Biden vio morir a su mujer, Neilia Hunter, y a su bebé de un año, Amy, en un accidente de tráfico. Una tragedia que pudo poner fin a su carrera antes casi de empezar, pero que supo digerir para labrarse una carrera de 36 años en la Cámara Alta.
Biden ha llegado a la victoria presidencial dos intentos fallidos. El primero fue en 1988, cuando tuvo que retirarse de las primarias demócratas tras ser cazado plagiando un discurso del entonces líder laborista británico, Neil Kinnock. Y la segunda fue en 2008, cuando abandonó tras quedar quinto en Iowa, donde se celebran los primeros caucus para la nominación demócrata, con un 1% de los votos. Pero ahí cazó el interés de Obama, que buscaba a un político blanco con solera en los entresijos legislativos como contrapeso a su etnia y su relativa inexperiencia, y le sumó a su exitosa campaña presidencial de 'número dos'.
Esta victoria llega, sin embargo tras cuatro años que parecían poner fin a su carrera política. En 2016, con Hillary Clinton imponiéndose como la candidata prohibitiva del Partido Demócrata, el propio Obama le pidió a su mano derecha que no se presentara. "No quiero que tu carrera termine en un hotel de Iowa", dijo. Biden, sacudido por la muerte de cáncer de su hijo Beau, renunció a presentarse.
Todo cambió tras la victoria de Trump contra pronóstico en 2016. Con la derrota de Hillary Clinton, Biden volvía a tener un nicho: ser el candidato del regreso a la "era Obama", que recuperara a los votantes obreros que habían abandonado el partido en 2016. Un objetivo que cumplió con creces en estas elecciones, recuperando los estados clave que le dieron la victoria a Trump: Pensilvania, Wisconsin y Michigan.
Pero todo parecía muy lejano en febrero, cuando las contundentes derrotas en Iowa y New Hampshire de las que le había advertido Obama se hicieron realidad. Biden no generaba entusiasmo entre los jóvenes como Bernie Sanders, ni era tan atractivo y renovador como Pete Buttigieg, ni ofrecía ideas izquierdistas revolucionarias como Elizabeth Warren. Su salvación estuvo en el votante negro: tras arrasar en Carolina del Sur, todo el establishment del partido se puso de su lado y protagonizó una remontada exprés histórica que le llevó a la nominación demócrata en apenas tres días.
Unidad y estabilidad
En su campaña, Biden se ha presentado como el "Anti-Trump": un político tranquilo, moderado, que hablará a los estadounidenses de unidad y que no buscará cambios radicales. Su programa, sin embargo, es mucho más progresista de lo que reconocía: un sistema público de salud opcional para los que no tengan seguro privado, subidas de impuestos a los más ricos para frenar el déficit y grandes inversiones en infraestructuras y energías renovables para salir de la crisis del Covid. Una ristra de objetivos que, a falta de decidirse dos escaños en el Senado en Georgia el próximo 5 de enero, tendrán que ser negociados con los republicanos.
El principal objetivo de Biden, sin embargo, no es tan económico como social. Desde un principio, Biden se ha mostrado como el elegido para calmar la temperatura y frenar la fuerte división que lleva sacudiendo al país desde hace una década. Biden pretende negociar con los senadores republicanos -algunos de los cuales ya le están tendiendo la mano- aprovechando su larga experiencia en la Cámara Alta.
Pero el que puede ser su mayor obstáculo es conseguir la aceptación generalizada por parte de la sociedad. Trump está dispuesto a resistirse a aceptar su derrota y sus principales simpatizantes están dispuestos a denunciar un supuesto fraude hasta el final, yendo a todos los tribunales que haga falta. Nadie espera que no haya un traspaso pacífico de poder, pero la tarea de frenar la división, especialmente después del resultado electoral, será un enorme reto.
Lo que sí será histórico es que, de su mano, accederá también a la Casa Blanca Kamala Harris, la primera mujer, negra y asiática, en convertirse en vicepresidenta. Todo un hito que esta exfiscal podrá aprovechar para perfilarse como su futura sucesora. Porque, viendo la edad de Biden, hay una clara duda de si volverá a presentarse. Por el momento, se abren cuatro años para intentar cerrar las heridas causadas por la 'Era Trump' y volver a poner a EEUU en su puesto internacional.