
Son cada vez más los expertos que analizan y advierten del riesgo de que EEUU caiga en la trampa de Tucídides con China. Al igual que en la Grecia clásica el temor de Esparta ante el ascenso de Atenas llevó inevitablemente a la guerra, hoy existe el riesgo de que la potencia dominante (EEUU) entre en conflicto con la potencia emergente (China) para frenar su auge económico y geopolítico. Sin embargo, la fuerte y estrecha integración económica entre los dos enemigos puede terminar siendo un cortafuegos con el que pocos habían contado. Una sociedad rica como la de EEUU y otra en camino de ello como la de China tienen mucho que perder en cualquier conflicto frontal ("nadie gana en una guerra comercial", dijeron las autoridades chinas hace meses). Tanto tienen que perder ambos países que incluso se han visto forzados a detener de forma abrupta esta incipiente guerra comercial. Parece que ambos se han dado cuenta de que no pueden vivir sin colaborar con su mayor 'enemigo'. El fin del comercio entre EEUU y China supondría el despido de millones de personas en el 'gigante asiático', la paralización de fábricas y la desaceleración de su economía. En EEUU se quedarían, probablemente, sin muchos de los insumos y bienes que necesitan para crecer y consumir, mientras que la economía perdería también gran impulso y los precios subirían. Hay tanto que perder que al final va a resultar más fácil hacer de tripas corazón para sellar un buen acuerdo comercial con un abrazo entre dos enemigos condenados a entenderse.
Esta serie de temores empezaron a calar entre los máximos responsables de ambos países, sustanciándose, en medio de la guerra dialéctica que había puertas afuera, una reunión secreta hace ya tres semanas de la que se ha tenido conocimiento ahora. Como recoge este martes el Financial Times, el secretario del Tesoro de EEUU, Scott Bessent, principal negociador de Trump en este partida de ajedrez comercial, y el ministro de finanzas chino, Lan Fo'an, mantuvieron un discreto encuentro en los pasillos del Fondo Monetario Internacional (FMI) en el marco de las reuniones de primavera del organismo. Aunque las negociaciones de este fin de semana en Suiza han sido la primera reunión oficial, en esa cita 'a escondidas' ambas partes se sondearon para una rápida tregua. Como glosa Barbara C. Matthews, antigua agregada del Tesoro de EEUU para la UE, en un análisis para el think tank Atlantic Council, tanto Washington como Pekín entendieron enseguida que "no se podían permitir el lujo de una desvinculación a largo plazo y de una desviación del comercio".
En el caso de EEUU, el riesgo era sufrir un rápido deterioro de la economía y, sobre todo, una escasez de ciertos bienes fundamentales para los comercios y las industrias del país. Lograr la reindustrialización de un país con unos costes laborales que se encuentran entre los más altos del mundo y donde el mercado laboral ya se encuentra muy ajustado iba a ser tarea imposible, al menos en el corto plazo. Lo que sí se iba a ver en el corto plazo eran estantes vacíos con algunos de los bienes más demandados por los americanos, algo imperdonable para la sociedad más consumista del mundo. De la misma manera, un repunte en los precios, después de años de presiones inflacionarias, infundía respeto. A fin de cuentas, la Reserva Federal no está teniendo ningún margen para bajar los tipos de interés. Al final, Donald Trump ha tenido que sellar esta tregua antes de que su plan comenzara a hacer 'aguas'.
El jefe de Maersk, Vincent Clerc, advirtió la semana pasada de forma contundente que, si no se alcanzaba un acuerdo comercial entre EEUU y China antes del verano, los consumidores estadounidenses podrían enfrentarse a estanterías vacías en grandes superficies como Walmart o Target. "Las imágenes de estanterías vacías en los grandes minoristas de EEUU quizá no estén justo a la vuelta de la esquina, pero, seamos claros, si no encontramos una solución antes del verano, va a empezar a doler bastante", declaró Clerc.
La preocupación se extiende entre los gigantes del comercio minorista. Según informaba Yahoo Finances, los directivos de Walmart y Target habrían advertido en privado al presidente Trump del caos que estos aranceles podrían provocar entre los consumidores. La logística ya empieza a resentirse: los volúmenes de contenedores entre China y EEUU han caído hasta un 40% en abril, según datos de Maersk. Mientras tanto, las empresas están intentando aguantar tirando de inventarios en EEUU, Canadá y México, aunque, como apuntó Clerc, "hay ciertos productos que no se pueden sustituir fácilmente".
Además de los problemas de abastecimiento, Clerc ha cuestionado la viabilidad de la estrategia estadounidense de relocalizar la producción. "El sueño de poder producir localmente todo lo necesario para la cadena de suministro no es posible", afirmó, recordando que el país sufre una escasez de mano de obra agravada por las deportaciones. "Si tenemos que pagar mano de obra en EEUU, entonces ninguna camiseta se venderá por menos de 150 dólares", sentenció, alertando del fuerte impacto inflacionario que podría derivarse de este escenario.
Por último, el directivo de Maersk advirtió que, si los aranceles se enquistan, las consecuencias podrían ser mucho más graves, llegando incluso a provocar una recesión en la economía estadounidense. "En ciertos casos, eso tendrá un impacto bastante significativo respecto al riesgo de recesión en EEUU", alertó. Esta llamada de atención llega justo antes de la reanudación de las negociaciones entre Washington y Pekín, en las que muchos analistas ven una última oportunidad para reconducir la escalada comercial y evitar un shock de oferta que afecte de lleno al consumo y a los precios.
Angustia en la 'fábrica del mundo'
Al otro lado de la mesa, aunque China no se arrugó en ningún momento -ha profundizado en lazos comerciales con otros países- y se mantuvo firme replicando con aranceles del 125% a EEUU, el miedo a un deterioro económico en medio de una debilidad imperante tras la salida del covid daba a Pekín razones poderosas para avenirse a un entendimiento y subirse al primer tren negociador que viniera de EEUU. Como explica Josh Lipsky, estratega destacado del Atlantic Council, si "el verdadero motivo para que EEUU cerrara un acuerdo fue la posibilidad de perder mochilas, zapatillas y camisetas en Walmart y Target justo cuando los padres empiezan las compras de vuelta al cole", de igual manera "China se vio motivada por el aumento de los despidos en puertos y fábricas del sur de China".
El 'nuevo mundo' posterior a la pandemia ha alumbrado una China redoblando su músculo exportador. La considerada desde hace tiempo 'fábrica del mundo' ha pisado el acelerador a medida que ha mejorado su tecnología y es capaz de producir bienes de mayor valor añadido (ahí están sus populares vehículos eléctricos). Esta inercia se ha visto favorecida por un apabullante estímulo público volcado hacia las industrias y la infraestructura y no tanto hacia el ciudadano. Eso mismo ha hecho que la sobrecapacidad productiva haya ido a más, ya que el consumidor local prefiere ahorrar ante la honda incertidumbre, lanzando aún más las exportaciones. Lo malo de todo esto es que escenarios como el fin del comercio con EEUU supone un abrupto golpe al motor nacional. Para hacerse una idea, las exportaciones netas representaron el 40% del crecimiento interanual del 5,4% en el primer trimestre.
El propio secretario del Tesoro de EEUU, Bessent, ahora 'hombre de paz' comercial, se jactaba hace no mucho de que China podría perder hasta 10 millones de empleos si EEUU dejaba de importar bienes desde el país asiático. Las casas de análisis se apresuraban a echar cuentas y las cifras sustentaban la preocupación de Pekín. En Goldman Sachs se hablaba de hasta 16 millones de empleos en peligro. En Capital Economics, aunque se decía que no todos los empleos se perderían, se calculaba que más de 10 millones de trabajadores chinos dependen de la demanda de EEUU. Estas proyecciones en medio de titulares que ya recogían los cierres y parones en algunas fábricas chinas, con los jefes mandando a los trabajadores a casa, hacía desear un acuerdo con Washington.
Los estrategas de esta última casa de análisis señalaban hace unos días que, aunque EEUU rebajase notablemente los aranceles de tres dígitos contra China a, por ejemplo, un 50%-60%, esto no impediría que las exportaciones se contrajeran en cierta medida durante los próximos dos años. Y avisaban: "Creemos que la construcción inmobiliaria, una fuente clave de demanda para el sector industrial chino, seguirá contrayéndose. Y la última vez que tanto las exportaciones como el sector inmobiliario estuvieron estancados, entre 2015 y 2016 , el empleo en la industria y la construcción cayó alrededor de un 2% anual. Un impacto similar en esta ocasión resultaría en la pérdida de ocho millones de empleos en los próximos dos años". En esta ocasión, añadían, la presión sobre el empleo sería aún mayor esta vez, dada "la ola de automatización que arrasa el sector manufacturero chino, impulsada en parte por el programa gubernamental de renovación de equipos".
No será tan fácil darle al 'interruptor'
Ahora, la tregua temporal alcanzada el fin de semana ofrece algo de oxígeno a Pekín. "En términos de impacto sobre el crecimiento de China, el alto el fuego de 90 días mejorará nuestras perspectivas de crecimiento para el segundo y tercer trimestre. Sospechamos que las exportaciones chinas a EEUU en mayo y junio repuntarán con fuerza, ya que los importadores con inventarios agotados aprovecharán el alto el fuego para reanudar las importaciones", avanza Lynn Song, desde ING. Para Tommy Wu, de Commerzbank, es notorio que "la tregua arancelaria brindará un alivio temporal a los fabricantes chinos. Y gracias a la concentración anticipada de las exportaciones, es probable que la economía china siga creciendo a un ritmo decente en el segundo trimestre".
Por supuesto, darle al 'interruptor' no dará luz de inmediato, arrojando una prueba más de lo que se estaban jugando Washington y Pekín. "Durante la tregua de 90 días, las empresas estadounidenses incrementarán sus importaciones desde China, mientras que los fabricantes chinos acelerarán la producción para satisfacer la renovada demanda. Según informes, minoristas y empresas de logística se están preparando para adelantar los envíos. El problema es que los transportistas con destino a EEUU ya se redujeron hacia finales de abril debido a la caída de los volúmenes de China a EEUU. Retomar la capacidad requiere tiempo. Además, el plazo de 90 días es corto. Las empresas se apresurarán a enviar sus productos a EEUU, lo que podría aumentar drásticamente los precios del flete", avisa Wu desde el banco alemán.
De hecho, solo un día después de conocerse la tregua comercial, ya se ha registrado un fuerte repunte en las tarifas de transporte marítimo en la ruta transpacífica, según informa Bloomberg. Las tarifas por contenedor de 40 pies han subido de 2.000 a 2.500 dólares desde mediados de abril, coincidiendo además con el arranque de la temporada alta del comercio. "Dadas las restricciones de capacidad en la ruta transpacífica, los transportistas están en una posición fuerte para subir precios significativamente", explican analistas de Jefferies.
Ahora, navieras como la citada Maersk trabajan a contrarreloj para aprovechar el breve respiro: "Nuestros clientes tienen 90 días de claridad con aranceles reducidos, y estamos ayudándoles a sacar el máximo partido a esta ventana", señala un portavoz de la firma. Además, el impacto del acuerdo no se limita al eje China-EEUU. Durante los últimos meses, las exportaciones chinas se redirigieron hacia países del sudeste asiático como Vietnam o Tailandia, que a su vez aumentaron sus ventas a EEUU. Este desvío logístico impulsó la demanda de buques en otras rutas, pero ahora podría revertirse.