
En plenas elecciones presidenciales de Brasil, en octubre de 2022, los principales expertos señalaban que el reto del nuevo presidente era mantener la confianza de los inversores a medida que el PIB se iba a desacelerar. Con la llegada al poder hace ya un año, Luíz Inácio Lula da Silva volvió a conseguir ganarse al mercado al mismo tiempo que se ganaba el favor de las clases más populares de Brasil, tal y como hizo en su primer mandato.
Es cierto que el presidente contó con los vientos a favor durante el pasado año. La economía brasileña tuvo un empeño mejor de lo esperado, con una expansión del PIB cercana al 3%, el triple de lo que esperaban los analistas del mercado en el mes de enero. Al mismo tiempo, la inflación está bajando aunque se mantuvo bastante estancada en el último trimestre de 2023 y cerró enero de 2024 totalmente plana (en torno al 3,8%).
Este buen desempeño económico del país amazónico contó con varios factores muy importantes: la "supercosecha" (con uno de las mayores recolecciones de maíz, soja y azúcar de la historia), la gestión del Banco de Brasil con los tipos de interés, duramente criticada por el propio presidente Lula y alabada incluso por el Fondo Monetario Internacional, y los estímulos postpandemia. Mintras tanto, el mercado de valores subió a su nivel más alto de la historia, lo que llevó a las agencias a mejorar la calificación crediticia de Brasil.
La ampliación del programa de asistencia Auxilio Brasil y el mejor desempeño del mercado laboral redujo los índices de pobreza del país. Esto llevó a que las encuestas muestren un grado de satisfacción amplio con el presidente, que ganó a Bolsonaro por la mínima en la segunda vuelta de los comicios de 2022.
Este hito de reducir la pobreza ya lo había conseguido en su anterior mandato (2003-2010). En concreto, consiguió arrancar a 20 millones de brasileños de la pobreza extrema, lo que le convirtió en uno de los líderes más populares del mundo antes de que un escándalo de corrupción lo llevase a la cárcel.
Pero ahora Lula se enfrenta a un punto de inflexión ya que los vientos se le vuelven en contra y tiene que remar a contracorriente, tanto a nivel económico como político. La desaceleración de la actividad y las elecciones municpales de octubre de este año pondrán a prueba su estrategia.
El economista jefe de Ryo Asset, Gabriel Barros, aseguró en un comentario que "los factores que llevaron a esta sorpresa positiva, no son sostenibles".
Hace dos décadas, Lula aprovechó el auge de los productos básicos para generar dinero con el que financiar sus programas de lucha contra la pobreza, al mismo tiempo que financiaba proyectos de infraestructuras en el país y concedía préstamos públicos prácticamente gratis, todo ello sin que los mercados se asustasen.
Según el consenso de Bloomberg, el crecimiento se está enfriando y se espera que el PIB cierre 2024 con un tímido crecimiento del 1,6%. Al mismo tiempo, el "espejismo agrario" se está desvaneciendo y es posible que Lula tenga que tomar decisiones que no quiere.
La disciplina fiscal difícil de mantener
El presidente quiere seguir manteniendo los programas sociales a medida que intenta meter el déficit en cintura a través del equilibrio presupuestario. El mercado se mantiene escéptico ante esto: "Es solo cuestión de tiempo que Lula da Silva abandone su objetivo fiscal de déficit cero de su propio gobierno para conseguir mantener su gran gasto público a medida que la economía más grande de América Latina pierde impulso", aseguraron desde Genial Investors.
El economista jefe de esta casa, José Marcio Camargo, aseguró a Bloomberg en una entrevista en Río de Janeiro que las garantías que el Partido de los Trabajadores respetará el compromiso del ministro de Finanzas brasileño, Fernando Addad, de elminar el déficit primario de Brasil en 2024 "no va a ser cierta", dijo. Esto se debe a que el gasto público va a superar la recaudación de impuestos.
"El objetivo tendrá que cambiar si Haddad no puede aumentar los ingresos fiscales", afirmó Camargo. "La pregunta ahora es cuándo y cuánto", reiteró.
La primera mitad de este año es clave para Lula. Ahora cuenta con cimientos sólidos que lo mantienen en el poder, gracias al buen desempeño económico de 2023. Ahora tiene que aprovechar este tirón para tomar decisiones clave en el primer semestre de 2024, el período más desafiante y que será determinante ya que la deseaceleración económica puede obligarle a abrir el grifo del gasto público.
Lula tiene que conseguir mantener hasta agosto la confianza de los mercados a través de un compromiso de disciplina fiscal. Si lo consigue, el presidente podrá estar más tranquilo durante la segunda mitad del ejercicio, ya que "los tipos de interés más bajos van a favorecer el crecimiento nuevamente", asegura la economista de Bloomberg Economics, Adriana Dupita. Ya que la caída de los tipos de interés le darán una apreciación de la moneda y un incremento de la inversión en producción".
Una de cal y otra de arena
Al inicio de su mandato, Lula prorrogó las ayudas de la Bolsa de Familia para 21 millones de familias sin ingresos e impulsó el aumento del salario mínimo. Todo esto bajo el amparo del Congreso que le permitió un techo de gasto temporal de 34.000 millones de dólares para financiar esto.
Pero esto vino acompañado con una de las reformas fiscales más anviciosas de la historia del país. El equipo económico de Fernando Haddad se sumergió en una extensa revisión del sistema tributario brasileño lo que alivió la incertidumbre de los mercados, los cuales aumentaron la calificación crediticia.
La administración de Lula está comprometida, de momento, con eliminar el déficit presupuestario primario en 2024 para cerrar las cuentas en superávit en los ejercicios venideros. El nuevo marco fiscal del país establece límites concretos del gasto y establece la posibilidad de recortes si hay signos de pérdida del control presupuestario.
Hay que tener en cuenta que la deuda de Brasil ronda el 75% del PIB del país, la más alta en comparación con otras economías emergentes del muundo y, según los economistas, esto puede lastrar el crecimiento.
En líneas generales, el consenso no confía en que Brasil consiga este objetivo de déficit cero al cierre de 2024. La clave de esto está en ver cómo va a reaccionar la administración de Lula ante este traspiés.