Las cifras de dos dígitos en los índices de inflación son ya una mayoría en Europa. De hecho, en buena parte del este del continente se supera ya el 20%, según los datos de julio de Eurostat. Sin embargo, la sombra de esta inflación desbocada, vinculada estrechamente a la evolución de los precios de la energía, se está extendiendo por el resto del continente, hasta llegar a economías tan importantes como la británica o la alemana, poniendo en jaque la estabilidad política en Europa.
El último jarro de agua fría lo ha dado el banco de inversión Citigroup, quien ayer pronosticó que la inflación del Reino Unido se dispararía hasta el 18,6% en 2023. La última vez que los precios subieron por encima del 18% en la isla británica fue en 1976, cuando un shock en el suministro global de petróleo sacudió la economía mundial. El exmiembro de la Unión Europea, superó el 10% de inflación a finales de julio, otro récord imbatido en los últimos 40 años.

Pero los pronósticos del Citi indican que no hay visos de tregua, sino todo lo contrario. "Los riesgos siguen al alza", avisa el economista de este banco de inversión, Benjamin Nabarro. El Reino Unido está sufriendo las consecuencias del Brexit y una turbulenta crisis política interna que lo hacen todavía más vulnerable al resto de problemas que sufre el conjunto del globo. Sin embargo, las perspectivas no son mucho mejores para el Viejo Continente.
También ayer, el Bundesbank, el Banco Central de Alemania, pronosticaba que la inflación continuará pisando el acelerador en el motor económico europeo los próximos meses, hasta poder superar el 10% en otoño. Según los últimos datos de la agencia europea de estadística, Eurostat, Alemania cerró julio con una inflación del 8,5%, todavía por debajo de la media de la eurozona. Sin embargo, con una economía tan industrializada, la locomotora germánica es una de las economías más vulnerables a los cambios en el mercado energético y, en particular, a cualquier disrupción del suministro de gas ruso, con el que Putin juega para ir desgastando poco a poco Europa y Occidente después de las rondas de sanciones económicas impulsadas contra su país y él mismo.
Crisis en Alemania
"Es probable que el alto grado de incertidumbre sobre el suministro de gas este invierno y los fuertes aumentos de precios pesen mucho en los hogares y las empresas", advierte el Bundesbank en su informe mensual. Hasta ahora, la inercia pospandemia han hecho que tanto las economías europeas hayan resistido mejor de lo esperado el embate de Moscú pero se acerca el otoño y empiezan a notarse algunos signos de fatiga ante las consecuencias de la guerra. Y si la economía alemana sufre, sufre toda Europa.
A nivel político, el siempre volátil gobierno italiano, ha sido el primero en caer como consecuencia directa de la guerra en Ucrania y las próximas elecciones hacen temblar a toda Europa, pues la ultraderecha más próxima al Kremlin tiene todos los números de hacerse con el poder. Que la tercera economía europea pase estar bajo las riendas del exbanquero Mario Draghi a las de la populista Giorgia Meloni , no es el único factor desestabilizador para el continente. El presidente francés, Emmanuel Macron está en horas bajas después de perder las legislativas y el canciller alemán, Olaf Scholz, tiene tantos frentes abiertos en su casa que poco tiempo tiene para pensar en llenar el hueco que su predecesora dejó en el timón de la Unión Europea.
Problemas para el liderazgo europeo
A todo esto hay que añadirle el constante boicot del presidente húngaro, Viktor Orbán, a las decisiones comunitarias y las recientes declaraciones del líder polaco Mateusz Morawiecki, que comparó la Unión Europea con la Rusia de Putin. Con todo esto tiene que lidiar Bruselas, que con la marcha de Draghi ha perdido otro pilar en el Consejo Europeo, con quien impulsar medidas comunes que podrían servir para mitigar las consecuencias de una crisis que, de nuevo, afecta a todos. Las primeras señales de falta de unidad y liderazgo fueron con la aprobación del último paquete de sanciones, que Orbán vetó hasta conseguir quedar al margen. Pero también, el del plan para ahorrar energía este invierno, una estrategia que el Ejecutivo Comunitario armó a medida de Berlín y sin el suficiente consenso en el resto de países.
No ayudarán a calmar las aguas las dificultades sociales que previsiblemente se avecinan si los precios continúan disparados por encima del 10% hasta el próximo invierno. Según los pronósticos del BCE a principios de verano, los salarios crecerán en torno a un 3% en Europa este año. Las matemáticas son sencillas: la pérdida de poder adquisitivo no es nada desdeñable.
Si el encarecimiento de las facturas más que triplica el de los sueldos, sindicatos y agentes sociales se verán con toda la fuerza para exigir incrementos. Pero si las empresas, los costes de producción de las cuales también se están disparando, ven también como suben sus costes salariales, el cóctel tiene todos los ingredientes para revertir la recuperación y provocar también la inestabilidad en unas sociedades que empiezan a sufrir fatiga económica por las consecuencias de una guerra en las fronteras de Europa que está entrando directamente en sus casas, sus empresas y su trabajo.