
Es semana de Carnaval, y en la política catalana no hay mejor experto en el arte de las máscaras y el dominio de los movimientos entre las sobras que Carles Puigdemont, aunque su mejor disfraz es el que se ha ido confeccionando desde que huyó de España para evitar a la justicia española tras el 1-O: el de adalid internacional del eterno procés. Con su antifaz de superhéroe de la causa catalana, Puigdemont ha hecho modus vivendi de alimentar los sentimientos irracionales del independentismo, y con un partido creado en torno a su figura pretende seguir haciéndolo. Con su estrategia entre bambalinas ha logrado controlar la Generalitat en la sombra más tiempo que el que fue oficialmente president. Lo hizo con Quim Torra y quiere hacerlo con Laura Borràs, si bien su nueva pipiola tiene ganas de volar sola.
En el caso de Puigdemont, su mayor jugada maestra (término independentista para los hitos del procés) ha sido la de inventar todo un sistema de propaganda exterior del independentismo catalán con el que vivir con desahogo a base de donativos y prometiendo objetivos inalcanzables con la baza de quien no debe rendir cuentas por no ostentar ningún cargo oficial en el Govern.
Con todo, ahora es el único miembro del Govern de 2017 que sigue como cabeza de lista en las elecciones al Parlament del 14 de febrero, aunque sea de manera simbólica, ya que en su situación legal actual no piensa regresar a Cataluña.
Actualmente, la vida del eurodiputado Puigdemont ha bajado revoluciones respecto al periodo álgido de los meses posteriores al procés hasta casi desaparecer del radar, pero con su presencia en la campaña de las autonómicas del próximo domingo mantiene viva la mecha de su influencia en la política catalana.
En Bruselas, donde tuvo problemas para encontrar un grupo que le aceptara, su foco está ahora mismo en el proceso de suplicatorio puesto en marcha en el Parlamento Europeo para retirarle su inmunidad como miembro de la Eurocámara, y que actualmente está en fase de tramitación.
Por lo demás, mantiene un perfil bajo tanto en el Parlamento como en su relación con los medios que cubren la actualidad en las instituciones comunitarias, y aprovecha sus esporádicas intervenciones en el pleno para rescatar el asunto catalán y la situación de los líderes independentistas en prisión, lo que ya le ha valido varios encontronazos con otros eurodiputados españoles, especialmente los del PP. Con ello ya consigue lo que le basta: tener un espacio en los informativos de la televisión y la radio públicas catalanas, para que los catalanes no le olviden.
El residente de Waterloo está adscrito al comité de Comercio Internacional del Parlamento, aunque su intervención en asuntos legislativos es limitada. Su principal actividad hasta la fecha ha sido plantear preguntas a la Comisión Europea, principalmente sobre derechos humanos, y para cuestionar a España en Bruselas. La última fue sobre la efigie del Rey emérito en las monedas de euro.
Puigdemont ha hecho modo de vida de su interés de juventud por la proyección internacional de la causa catalana. Valgan dos ejemplos: fue director general de la publicación Catalonia Today, un diario catalán en inglés que contribuyó a impulsar, y en 1994 publicó el libro Cata ... qué ?. Cataluña vista por la prensa internacional (Ed. La Campana), que tuvo una secuela en forma de columna semanal en la revista Presencia.
Pero para seguir como adalid del procés en el extranjero necesita mantener viva la llama independentista en Cataluña, y por ello se ha inventado un partido forjado a su medida y para sus intereses, Junts per Catalunya, para el que no ha dudado en traicionar a sus anteriores compañeros de filas.
La ruptura con el PDeCAT del pasado verano es la consecuencia última de las estratagemas previas del líder oculto los últimos años tras Quim Torra, que desde que llegó a la presidencia de la Generalitat siempre destacó que el presidente legítimo estaba "en el exilio", y que consultaba previamente con Waterloo cualquier decisión de calado.
Puigdemont ha logrado incluso arrebatar al PDeCAT el nombre de Junts per Catalunya
Puigdemont ha ido sustituyendo a los independentistas moderados por acólitos a su figura en todos los foros de influencia política en España. No solo dentro del partido, sino en la Generalitat (como la exconsejera de Empresa del Govern de Torra y ahora candidata a la presidencia de la Generalitat por el PDeCAT para el 14 de febrero Àngels Chacón) y en las Cortes.
En su tiempo de president de la Generalitat, Carles Puigdemont mantuvo una relación un tanto especial con sus parlamentarios en Madrid. Es el caso de Marta Pascal y de Carles Campuzano. Con perfiles negociadores y de entendimiento con el resto de las fuerzas políticas en las dos cámaras, estos dos políticos tuvieron que soportar las actuaciones del entonces líder de la Generalitat, hasta el punto de no entender hasta dónde fue capaz de llegar Puigdemont con su presión al Estado, y luego con su posterior fuga a Bruselas. Pascal, por su parte, llegó a viajar a Bruselas para entrevistarse con el exhonorable, pero muy pronto se vio que, a Puigdemont, Pascal no le servía para sus propósitos. La herida ya se hizo honda. El partido ya había saltado por los aires.
Tan lejos ha llegado Puigdemont que hasta le ha arrebatado al PDeCAT el nombre de Junts per Catalunya, tras varios intentos fallidos de impulsar nuevos partidos con otras denominaciones, como la Crida Nacional per la República.
Asimismo, Carles Puigdemont ha sabido sacar el máximo partido político de las redes sociales. Ya lo hizo como presidente catalán y más todavía después. Así, cuando su visibilidad mediática decaía en Cataluña, lanzaba una ofensiva a base de tuits con la que mantenerse en la palestra y retornar al debate público de la actualidad. Y en unos años en que la política catalana se basa más en las palabras y los símbolos que en los hechos, ser fuerte en las redes sociales es una garantía de éxito.
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