
Reino Unido y la Unión Europea deciden este fin de semana si el 3% que les falta para alcanzar un acuerdo comercial justifica el caos que supondría cerrar la actual transición del Brexit sin un marco de relación. El cara a cara entre Boris Johnson y Ursula von der Leyen que debería haber imbuido brío político a las conversaciones técnicas únicamente logró consensuar un supuesto último plazo, mañana, para intentar cerrar un pacto que ambas partes calificaban este viernes de "altamente improbable".
La retórica y el drama forman parte de la escenografía habitual del Brexit, pero esta vez, el riesgo es el de un desenlace por accidente. El primer ministro británico insiste en que es necesario un "gran cambio" en la cosmovisión comunitaria, pero a horas del momento de la verdad, resulta difícil detectar espacio para el compromiso que meses de diálogo y la intervención de los líderes no habían conseguido hallar.
La raíz del problema es doble y se enquistó desde el principio. Londres rechaza ceder más en pesca, consciente de que el sector, aunque residual económicamente (representa un 0,2% del PIB británico), simboliza la victoria de la salida en el referéndum de 2016. Bruselas, por su parte, ni se plantea menoscabar la integridad del mercado común, ofreciendo a su ex socio, la segunda economía europea, acceso libre sin que este se comprometa a respetar el armazón normativo de los Veintisiete.
Los obstáculos afectan consecuentemente tanto a las esencias, como al pragmatismo de la interacción comercial entre potencias. Johnson habla de soberanía e independencia cuando califica de inaceptable lo planteado por la UE, pero para la Comisión, la cuestión es económica: no puede garantizar cero aranceles y un escenario sin barreras, salvo que compartan estándares. La brecha es lo suficientemente amplia como para parecer insalvable, sobre todo, porque cerrarla implicaría una considerable concesión por alguna de las partes.
Sin embargo, si algo han demostrado ambas es que con artificios técnicos y una buena operación de márketing, hasta la más humillante claudicación puede presentarse como una victoria en casa. En última instancia, la decisión compete a Boris Johnson, un dirigente que, a diferencia de la negociación del divorcio, ya no sufre presión doméstica alguna. Su mayoría absoluta, de 80, y el respaldo total de su gabinete le otorgan una licencia ilimitada para operar como considere.
El cálculo no es, por tanto, tan económico como político. Este sábado justo hace un año, Johnson había logrado los mejores resultados electorales para los conservadores en más de tres décadas, una victoria catalizada, precisamente, por su padrinaje del Brexit, un inconmensurable desafío que definirá su legado y, con él, la posición de Reino Unido en el mundo.
Relacionados
- Wall Street pone fin a la semana con una caída del 1%, aunque los índices siguen pegados a máximos
- Sánchez asegura que Iberia podrá seguir volando en el espacio europeo tras el Brexit
- El pesimismo reina en Bruselas: el Brexit sin acuerdo gana peso y Johnson cree que será maravilloso
- El miedo al Brexit congela el rally de las bolsas europeas: el Ibex 35 pierde un 3,1% en la semana pero salva los 8.000