
Pablo Iglesias nunca ha ocultado su interés por el Ministerio de Trabajo. No tanto para crear empleo, como sí para pagar más a lo que se quedan sin él. Ya en las anteriores elecciones, el 26-A, donde un pacto de gobierno de izquierdas resultó frustrado, en última instancia y a la desesperada, el líder de Podemos lanzó la caña para quedarse con las políticas activas de empleo.
Entonces, provocó la risa del respetable, y entre ellas la de la exministra de Trabajo, Magdalena Valerio, quien tuvo que recordar que esas políticas son competencia de las autonomías.
Tras cinco meses de negociación, el precio de Pablo Iglesias a la investidura de Pedro Sánchez fue orillado. Moncloa debió pensar que el mejor apoyo era el de Ciudadanos, convencido de que otras elecciones acabaría abrasando a Unidas Podemos en las urnas.
Lejos quedaban los días en los que el PSOE solo quería propuestas de nombres independientes
El cálculo fue errado. Y hete aquí que Iglesias, con el peor resultado de su corta historia política, sí o sí se volvía irremplazable, porque ni el número de diputados de Cs era suficiente ni tampoco el PP estaba dispuesto a inmolarse por la gobernanza de Pedro Sánchez.
De las tensiones y asperezas de las negociaciones de abril de 2019 entre el PSOE y Unidas Podemos, al almíbar de los días previos a la Navidad. El talante era otro. El PSOE aparcaba la estrategia, y en buena lid veía hasta idóneo que Iglesias fuera vicepresidente del Gobierno y que incluso uno de sus miembros se convirtiera en ministro de Trabajo. Lejos quedaban los días en los que el PSOE solo quería propuestas de nombres independientes y de reconocido prestigio profesional.
Iglesias ha encontrado el modo de rentabilizar un negociado delicado cuando aumenta la tasa de paro
El destino, la baraka, la aritmética parlamentaria, o la disposición de alcanzar el Gobierno gracias a los votos de los partidos independentistas que se quieren separar de España, no han dejado otra opción a Sánchez que entregar Trabajo a Podemos.
Ni José Luis Rodríguez Zapatero –quien estos días se ha reunido con Nicolás Maduro y Delcy Rodríguez en Venezuela, y ya en España con Pablo Iglesias–, el anfitrión de las políticas activas, lo hubiera aventurado de esta manera. Okupando espacios, con la creación de empleo decreciendo, Iglesias –verdadero ministro de Trabajo– ha encontrado el modo de rentabilizar un negociado delicado cuando aumenta la tasa de paro. De ahí que saliera corriendo para ponerse el primero en la firma del acuerdo alcanzado entre el Gobierno y los agentes sociales para subir el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) a 950 euros al año.
De ahí que el viernes, y mintiendo a las asociaciones agrarias, jugara al despiste con ellas desconvocándolas de una reunión apenas unas horas antes, excusando motivos personales, y unilateralmente –aunque rodeado de los sindicatos que van a favor de obra– anunciara la disminución de días para cobrar las peonadas.
Como mocito feliz –el personaje televisivo que siempre se coloca en las fotos detrás de cualquier famoso–, el vicepresidente segundo también aprovechó su paso esta semana por la Comisión de Derechos Sociales y Políticas activas de Discapacidad para prometer una renta mínima de 1.080 euros al mes a parejas con dos hijos. Claro que esta competencia sería del ministro responsable de la Seguridad Social, el expresidente de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, José Luis Escrivá, quien sobre esto no ha dicho ni media palabra.
Mientras, se cuestiona en los círculos políticos y empresariales la credibilidad de la tan promocionada mesa de diálogo social, por la que han de pasar medidas tan importantes como la reforma laboral que llevó a cabo Mariano Rajoy. Por ahora, y de momento, lo que sí se sabe es que el despido por absentismo y bajas laborales será derogado en el próximo Consejo de Ministros. Claro que, la presencia del Rey en este Consejo puede trastocar la medida en aras del del diálogo dentro del marketing político.