Reino Unido acaba de vivir uno de esos momentos que pasarán a los libros de Historia. El Tribunal Supremo británico ha decidido, por unanimidad de los 11 miembros, que el cierre del Parlamento ordenado por el primer ministro, Boris Johnson, fue inconstitucional. Una nueva derrota de Johnson, la enésima y la más dura sufrida en su corto mandato. El premier acata el fallo aunque sigue defendiendo el cierre del Parlamento británico. "No creo que sea lo adecuado, pero seguiremos adelante", ha dicho Johnson.
El Tribunal decidió, primero, que la decisión del Gobierno, pese a haber utilizado un poder de la prerrogativa real, puede ser revisada por los tribunales. "No hay duda que los tribunales tienen poder de supervisar y fijar los límites del poder de Su Majestad para suspender el parlamento, y las dos partes lo aceptan", dijo la presidenta de la Corte, Brenda Hale.
A continuación, explicó que "el límite en el poder de suspender el Parlamento está en que busque detener, sin justificación, su obligación constitucional de ejercer la soberanía parlamentaria". En ese caso, "si no hay justificación razonable, es innecesario determinar si el primer ministro dijo la verdad o no". Y esta "no ha sido una suspensión normal antes de un discurso de inicio de la legislatura".
"Los efectos sobre los fundamentos de la democracia fueron extremos"
En conclusión, "los efectos sobre los fundamentos de la democracia fueron extremos", "sin justificación" por lo que "la decisión de pedir a la reina que suspenda el Parlamento es nula y sin efecto". Así, el orden del día del Parlamento regresa al que había el lunes 9 de septiembre, antes de la orden de cierre. De esta forma, los presidentes de los Comunes y los Lores podrán retomar las sesiones de forma inmediata.
Duro golpe para Johnson...
La decisión supone una victoria histórica para los defensores de la soberanía parlamentaria, y una derrota extraordinaria para Johnson, que recibió la sentencia más dura de todas las posibles. Los parlamentarios podrán volver ahora a debatir el Brexit y, posiblemente, aprobar nuevas restricciones sobre el acuerdo de salida o incluso una moción de censura frente a un Gobierno en minoría que ha perdido todas las votaciones que ha celebrado hasta la fecha.
No solo eso, sino que los diputados deberán volver a Westminster justo en medio de la temporada de congresos de los partidos. Los 'Tories' de Johnson, de hecho, tenían previsto reunirse la semana que viene para relanzar su partido de cara a las inminentes elecciones generales. Unas fechas que ahora, de repente, se han convertido en laborables.
...y para Cummings
Pero quizás el mayor derrotado es Dominic Cummings, el jefe de Gabinete de Johnson y su consejero principal, que planeó estos movimientos para dejar a los diputados sin margen de maniobra. En realidad, su efecto fue empujar a los diputados conservadores opuestos al Brexit duro hacia la rebelión inmediata y acelerar la aprobación de la ley que obliga a Johnson a pedir una prórroga si no hay un acuerdo el 19 de octubre. Y su respuesta de amenazar con la expulsión del partido a todos esos parlamentarios no hizo más que aumentar el número de rebeldes, de 15 a 21, y dejar al Gobierno en una minoría aplastante.
Con esta sentencia, se anula además la posibilidad de que Johnson intente cerrar de nuevo Westminster hasta el 1 de noviembre, algo que el primer ministro no había descartado. Los jueces dejaron claro que cualquier intento de suspender el Parlamento en las mismas circunstancias sería exactamente igual de inconstitucional. Así que nadie echará ya a los diputados de sus escaños en la recta final del Brexit.
El efecto más inmediato es que Johnson pierde definitivamente todas sus cartas en la manga: ni puede ya amenazar con un Brexit sin acuerdo si la UE no cede a sus exigencias, ni puede evitar que los diputados examinen sus avances (o no avances) en la (según Bruselas, inexistente) negociación del Brexit. En otras palabras: Johnson ya no tiene dónde esconderse, cómo presionar a la UE ni la posibilidad de llegar el 21 al Parlamento y amenazar con "mi acuerdo o el caos".
El plan inicial de Johnson y Cummings había sido el mismo: amenazar con una salida sin acuerdo para debilitar a los radicales del Partido del Brexit del populista Nigel Farage; acallar a los diputados rebeldes para que no pudieran frenar sus maniobras, e intentar ir a unas elecciones anticipadas en octubre que le permitieran llevarse los votos de los partidarios del Brexit blando y los del duro a la vez antes de optar definitivamente por uno de los dos. Ahora, todo se va al traste: las elecciones serán solo después de que Johnson haya tomado una decisión y alienado a una buena parte de su electorado potencial, sea cual sea la que escoja. La dimisión de Johnson, por increíble que parezca, gana ahora enteros como única salida al laberinto en el que él mismo se ha metido.