
El revés en Sabadell, por segunda vez en cuatro años, mete presión sobre la cúpula de BBVA, cuya estrategia en términos de operaciones corporativas no siempre se ha visibilizado con claridad. El presidente del grupo, Carlos Torres, y el consejero delegado, Onur Genç, que el próximo año tendrán que recabar el apoyo de los accionistas para renovar mandato por otros tres años, arrancaron como tándem con el inicio de 2019, cuando Francisco González se vio obligado a anticipar su salida del grupo por el 'Caso Villarejo'.
Torres había recalado en 2008 en el grupo bancario tras su paso por McKinsey y Endesa, donde fue director general de estrategia y lideró su dirección corporativa financiera en una etapa donde la eléctrica vivió las opas de la alemana E.On y Gas Natural frente a las de la italiana Enel junto con Acciona.
Tras encadenar la responsabilidad de la división de Desarrollo Corporativo y Estrategia de BBVA y la dirección de Banca Digital, González confió en él en 2015 para ejercer la responsabilidad de número dos tomando el relevo a Ángel Cano. Cuando asume la presidencia, Torres traspasa sus responsabilidades a Genç, el entonces máximo ejecutivo de BBVA en Estados Unidos y número dos en la filial turca Garanti Bank.
Su primera gran apuesta, en términos de operaciones corporativas, fue transferir el negocio de banca comercial o retail en Estados Unidos a PNC por 9.600 millones de euros, de los que casi 8.000 millones fueron directos a engordar su confortable hucha de capital.
La posición americana se había construido con la anexión de algunas entidades desde 2004 y 2010 se reforzó con la adquisición de Compass bajo la apuesta de González, pero sin llegar a ocupar en ningún momento una posición suficiente para competir bien en un mercado tan grande y fragmentado.
Su venta, con las milmillonarias plusvalías, se interpretó, por tanto, como el aprovechamiento de una gran oportunidad, sobre todo, cuando BBVA apuntó que aprovecharía el talón para forjar la fusión con Sabadell en 2020, aunque fracasaría por desavenencias en el precio.
El tope se fijó, según transcendió por entonces, en 2.500 millones de euros, que ya incluían una prima para el inversor. BBVA evitó elevarlo porque el banco catalán no era rentable, su filial británica TSB era más un quebradero de cabeza que la franquicia de rentabilidad creciente actual y sobraban las incertidumbres sobre el impacto final que la pandemia acabaría acusando sobre el conjunto de las economías y el negocio financiero.
La negativa de Sabadell movió a BBVA a utilizar parte de los ingresos de EEUU para subir del 49,85 al 85,97% su participación accionarial en el turco Garanti, que aún continúa sin presentar sus mejores números por culpa de la hiperinflación de la economía, si bien ha logrado estabilizar la actividad y la cuenta.
No era la operación mejor vista por el supervisor por los riesgos del mercado otomano y las fricciones, entonces, del régimen de Erdogan con la Unión Europea, aunque el mercado tenga un fuerte potencial por su joven población y baja bancarización.
La incursión en el país arrancó en 2010 después de que BBVA replegase en China y desde entonces ha invertido más de 8.000 millones, una cuantía que la franquicia no había conseguido recuperar en valoración hasta hace relativamente poco tiempo.
Al margen de las apuestas corporativas se entendiesen mejor o peor en su momento, la realidad es que la cotización de BBVA hoy destaca en el parqué por batir de largo a competidores nacionales y europeos. Y con aquel talón de EEUU y la generación orgánica de capital el banco ha repartido más de 13.200 millones de euros entre 2021 y 2023 a accionistas vía dividendos y recompras de acciones.