Director general de Dcoop

La semana pasada comenzó con una concentración de miles de agricultores y ganaderos a las puertas del ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en Madrid, convocados por las organizaciones agrarias Asaja y COAG. Los agricultores y ganaderos han vuelto a salir a las calles para protestar, como ya lo hicieron a comienzos de este año por razones como la implantación de la Ley de la Cadena Alimentaria o la firma de pactos con Mercosur (Mercado Común del Sur), una alianza económica integrada por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Como si de una visión se tratase, ya en aquellas protestas por numerosas ciudades de la geografía nacional mostraron su descontento con el apoyo de la Unión Europea a una política que, creemos, va en contra del trabajo en el campo en muchas ocasiones. La llama se ha vuelto a encender tras el acuerdo de libre comercio entre la Comisión Europea y Mercosur el 6 de diciembre.

Sin ánimo de polemizar, en el contexto de un encuentro informal con periodistas, Dcoop denunció hace unos días lo que viene comentando desde hace ya tiempo y es de sobra conocido por todos en este mundo: la existencia de indicios el mercado que hacen pensar que existe fraude en el sector del aceite de oliva. No podemos aportar pruebas, pero sí hay evidencias, como la existencia en el mercado de aceites de oliva envasados que, aunque cumplen con la normativa, tienen la mayoría de sus parámetros químicos al límite cuando esto es imposible de que ocurra de forma natural. Además, algunas campañas (como la recién acabada), en la que tan pendientes estábamos del precio del aceite, ha habido momentos en los que el aceite lampante ha estado más caro que el aceite de oliva refinado, del que procede, algo que carece de toda lógica de mercado.

La agricultura de secano lleva años viviendo una continua huida hacia adelante en el intento por mantener la rentabilidad de las explotaciones. Primero fueron muchos los que se vieron obligados a transformar sus explotaciones pasando de los cultivos herbáceos, principalmente cereal y girasol, al cultivo de olivar. Este proceso que se inició con las explotaciones más pequeñas, continuó con las demás ante la falta de rentabilidad de estos cultivos hasta provocar una irreversible e imparable transformación de las campiñas. Difícilmente los cultivos de cereal, oleaginosas y proteaginosas podrían prosperar en un entorno europeo en el que España comparte precios y costes, pero en el que se sitúa a la cola en productividad.

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