Consultor de Dirección y Planeamiento Estratégico

El espíritu transgresor es un hijo natural de la vida parida en libertad, mucho antes de ser domesticada por la familia, las costumbres, la educación, las creencias religiosas, el dominio o la cultura. La tentación por dejarse ser en libertad o por incumplir la norma impuesta por cada colectivo social, o transgredirla -por gusto, conveniencia o necesidad-, convive permanentemente con los esfuerzos culposos de los adultos por controlar las fugas hacia áreas de infracciones, excesos o abusos. Es lo que naturaliza la eterna pulseada entre el entramado legislativo -el que sostiene las reglas de la convivencia democrática- y la multiplicación de ideas empecinadas en inventar atajos por vías non sanctas. Ya sea para saltearse obligaciones o para obtener ventajas tramposas o para consagrar nuevas variantes de corrupción o, en los casos más nobles -según algunos-, para desterrar hábitos asociados a injusticias o desigualdades difíciles de superar apelando a protocolos convencionales o poco respetados de la vida republicana.

Es cierto que una vez que la vacuna y los tratamientos contra el coronavirus acaben con lo más cruel de esta pandemia que nos asuela, tendremos que reconocernos en escenarios alterados, con paradigmas de convivencia reformulados. Es cierto también que los proyectos empresarios para desembarcar en el día después, reclaman ser concebidos con urgencia, apelando a juegos de modelaje y respuestas intensamente creativas y desprejuiciadas, sin aguardar a que el día D nos sorprenda tratando de afrontar, con la vieja caja de herramientas, los cambios y reinvenciones de hábitos, preferencias o estilos de la nueva demanda. Sin embargo, en cualquier caso, seguirá habiendo, al menos, tres instrumentos conceptuales que no perderán vigencia y que seguirán siendo marco y condición esencial a efectos de desarrollar respuestas solventes e imaginativas para comprender y superar los desafíos de estos tiempos.

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