El espíritu transgresor es un hijo natural de la vida parida en libertad, mucho antes de ser domesticada por la familia, las costumbres, la educación, las creencias religiosas, el dominio o la cultura. La tentación por dejarse ser en libertad o por incumplir la norma impuesta por cada colectivo social, o transgredirla -por gusto, conveniencia o necesidad-, convive permanentemente con los esfuerzos culposos de los adultos por controlar las fugas hacia áreas de infracciones, excesos o abusos. Es lo que naturaliza la eterna pulseada entre el entramado legislativo -el que sostiene las reglas de la convivencia democrática- y la multiplicación de ideas empecinadas en inventar atajos por vías non sanctas. Ya sea para saltearse obligaciones o para obtener ventajas tramposas o para consagrar nuevas variantes de corrupción o, en los casos más nobles -según algunos-, para desterrar hábitos asociados a injusticias o desigualdades difíciles de superar apelando a protocolos convencionales o poco respetados de la vida republicana.

Consultor de Dirección y Planeamiento Estratégico