Era gallego pero fue arquitecto de una capital que soñó catedrales de mármol y bocas de metro. Él inventó el rombo del Metro y los apeaderos más vintage, como el de la estación de Gran Vía. En una época como la nuestra, tan pródiga en urbanismos de plástico y fachadas de hormigón sin alma, resulta un acto de justicia poética detenerse ante la figura de Antonio Palacios, arquitecto gallego y visionario que, con el escuadra y el compás de los dioses, fue capaz de insuflar a Madrid no sólo grandeza monumental, sino un alma de metrópoli ambiciosa que aspiraba a codearse con las capitales del mundo sin renunciar a su barroco temperamento.