Opinión | Juan Fernando Robles
16/05/2015, 18:00
Sat, 16 May 2015 18:00:17 +0200
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Desde que hace años leí que Pericles fue acusado por la asamblea ateniense de grandes sobrecostes en el Partenón, comprendí que ciertas cosas no iban a tener remedio. Ya entonces, había sospechas de que Pericles fomentaba que Fidias, el contratista, ganara más de lo debido. Pero a la corrupción política le faltaba un elemento importante, el consejo de administración, que es ese lugar en el que acaban algunos sentándose con el único mérito de haber ocupado un cargo público, que habrá quien piense que es mucho, pero vista la situación en que está España (e incluso México) desde la perspectiva de cómo podría estar, seguramente no es ninguno. La Administración es quien maneja más dinero. De hecho, es el principal cliente de casi todo y en determinados sectores el único cliente posible. Además, el afán por regularlo todo convierte al político en el factor determinante para ganar o perder en según qué actividades. A nadie que quiera hacer negocios de primera división se le ocurre formar un consejo de administración que no esté adornado por varios políticos y ex altos cargos. ¿Pero en la práctica, sólo están de adorno? Si hemos podido ver cómo hay quien estaba dispuesto a pagar miles de euros al mes sólo por conversar con un diputado de vez en cuando, que es como hablar con un pedacito de la soberanía nacional, ¿cómo es posible resistirse al privilegio que supone tener sentado en el consejo de tu empresa a un expresidente, exministro, exsecretario de estado o "exloquesea"? Porque, independientemente de que algunos de esos ex hayan arruinado al país en un momento dado, no tienen por qué haber hecho lo mismo con la empresa en cuestión y eso es muy de agradecer, ya que el BOE puede arruinar a cualquiera o hacerle rico y, de hecho, no para de hacer tanto lo uno como lo otro.