
Más alegría hay por un pecador que se arrepiente que por mil justos, y más alegría en Alemania por una reforma que se haga que por todas las que Grecia no hará.
El cansancio que se observa en las instituciones ante la correosa actitud del Gobierno griego es enorme y las turbulencias en los mercados, aunque no muy graves, vaticinan que un impago griego a fin de mes puede desencadenar una nueva tormenta, en este caso, de verano, pero que amargaría con toda seguridad las mejores perspectivas económicas que comienzan en la eurozona.
Y Grecia lo ha sabido siempre y por eso ha seguido tirando del carrete aunque se le hubiera agotado el hilo y por eso ha llevado al mismísimo Banco Central Europeo hasta el borde de la liquidez de emergencia, que se amplía y amplía para evitar la catástrofe final.
Grecia ha venido actuando como el boxeador grogui que se tambalea todo el rato por el ring, recibiendo un duro castigo sin caer a la lona y que, en el último segundo del asalto, te puede enganchar un directo a la mandíbula que te parte por el eje. Y Alemania lo sabía desde el principio y sabía que todo el postureo que ha mantenido sobre unas exigencias que al final no se van a cumplir en su integridad tenía como misión que, al menos, hagan algo de lo que se les pedía, porque a tenor de lo que estaban dispuestos a hacer, que era nada, que toquen algo el IVA, mantengan superávit primario -que hoy es quimérico- y no congelen las privatizaciones principales ya es mucho.
En la práctica, el Gobierno de Syriza ha conseguido destrozar parte del trabajo que había dejado hecho Samarás. Se ha desplomado la recaudación fiscal, se ha esfumado el superávit y la huida de capitales supera los 30.000 millones de euros, sin contar el dinero que ha salido de los bancos al colchón.
Ante la destrucción de la economía en el corto plazo y las escasísimas posibilidades de que Grecia haga frente a los próximos vencimientos de deuda, después de vaciar todas las cajas de todo lo que tuviera caja en el Estado, el único escenario que quedaba era la quiebra. Es como si en la pantalla hubiera salido el game over después de haber echado el último euro en la ranura y las llamadas instituciones se enfrentan, con toda seguridad, de no liberar el saldo que queda del rescate, a un escenario doloroso para todos.
Porque no llegar a un acuerdo con Grecia y permitir que no pague implica esterilizar en buena medida el QE del BCE, que tanto ha costado implementar, pues habría una severa subida de tipos, sobre todo a la deuda periférica, y además se tendría que seguir negociando con Grecia para reconducir el impago. ¿Realmente merece la pena? ¿Si ese escenario se produce muchos ministros no habrán pensado que lo que no se va en lágrimas, se irá en suspiros?
En el momento actual lo que menos le interesa a los gobiernos es enfrentarse a más problemas para tan sólo dar un escarmiento. El asunto es que deberán escenificar un acuerdo sin vencedores ni vencidos, pues si permiten que Tsipras venda la moto dejando caer que en la práctica no ha cedido en gran cosa, todo este tiempo de negociación habrá sido, no ya estéril, sino una soberana pérdida de tiempo. A los acreedores les hubiera gustado haber hecho más sangre, pero la que hayan hecho deberán ponerla sobre la mesa bien puesta para que la opinión pública de todos los países acreedores, incluyendo los rescatados, no se sienta estafada y, sobre todo, no desee votar opciones populistas al calor del éxito obtenido.
El más que probable acuerdo de Grecia con sus acreedores al suavizarse la postura alemana es una buena noticia para los mercados y para toda la economía europea, lo que no implica que Syriza deje de dar problemas. Es un hijo pródigo, pero no viene con la intención de ser el jornalero de su padre, sino con las ínfulas del caradura que lo que pretende es que le paguen la fiesta, y esa actitud no ha cambiado ni va a cambiar, porque si han sido capaces de llevar la situación hasta prácticamente el default es que son capaces de cualquier cosa.
Así que ahora es posible que se cierre una página de este culebrón, pero el culebrón va a seguir, porque a cada hito de negociación la actitud pedigüeña y demagógica del deudor que le echa la culpa de sus males a quien le ha prestado el dinero volverá a aflorar.