Los que conocen bien la figura de Jordi Pujol cuentan que en su época dorada era un hombre que dominaba a la perfección el arte de la manipulación. Él no necesitaba pedir las cosas explícitamente, le bastaba con poner la mano en el hombro del aspirante a paniaguado y susurrarle un cálido "sé que estarás a la altura". Con eso conseguía que esa alma cándida, interiorizara, nítidamente, el sentido del mensaje y pasara a la acción como súbdito al servicio de la causa, una causa que más tarde se demostró que era compartida con toda su familia; la corrupción. El nuevo súbdito lo hacía, no por una cuestión mística, sino por puro interés, a sabiendas de que sería recompensado por su señor con el maná de las arcas públicas. Algún cargo, contrato, subvención o prebenda le caería en suerte y pasaría a formar parte de los vividores a costa del contribuyente, actuando siempre con la certeza de que si se comportaba progresaría. Esa es una de las características estructurales del pujolismo.

Diputado de C's en el Parlament de Catalunya