Opinión
Si hay una palabra que en los últimos cuatro años ha repetido Mariano Rajoy hasta la saciedad, esa ha sido 'herencia'. La 'herencia recibida', afirmaba el hoy presidente en funciones cada vez que un mal dato económico le estropeaba el discurso presidencial. No le faltaba razón, al menos en parte, cuando achacaba el temporal a la acción de Gobierno anterior. Su predecesor en el cargo legó un déficit que bordeaba el 9%; un paro que aumentaba vertiginosamente; un PIB que se asomaba a España a una segunda recesión consecutiva; y lo peor, un país con la imagen destrozada en los foros internacionales que, en el escenario más optimista, parecía condenado a un rescate suave por parte de la temida troika.