Profesor de Historia y Relaciones Internacionales de la Universidad de Princeton
Harold James*

Hasta ahora, el escándalo Volkswagen se ha desarrollado siguiendo un guion trillado.

Opinión | Harold James

Hasta ahora, el escándalo de Volkswagen se ha desarrollado siguiendo un guion trillado. Primero trasciende la noticia de una conducta corporativa deshonrosa (en este caso, la programación del fabricante de coches alemán de once millones de vehículos diésel para que se encendieran los sistemas de control de contaminación sólo cuando eran sometidos a pruebas de emisiones). Acto seguido, los directivos se disculpan y algunos pierden su empleo. Sus sucesores prometen cambiar la cultura corporativa y los gobiernos se disponen a imponer multas copiosas. Después, la vida sigue. Este escenario se ha vuelto familiar, sobre todo desde la crisis financiera de 2008. Los bancos y otras entidades financieras lo han representado en muchas ocasiones, incluso mientras los escándalos sucesivos seguían erosionando la confianza en el sector. Esos casos y el fraude del "diésel limpio" de Volkswagen deberían hacernos repensar nuestro planteamiento de la deshonestidad corporativa.

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