Periodista y presentadora de 'Trece al día'
Ana Samboal

El mejor exponente de que la consecuencia más directa del buenismo que nos asfixia será el desastre es Cataluña.

Ana Samboal

Los ayuntamientos acostumbran a elegir como pregoneros de sus festejos anuales a personas que han hecho algún bien a la comunidad o que destacan por su trayectoria vital o profesional. Con ese honor, aplauden públicamente su labor y les distinguen como referentes ante los vecinos. Es por eso por lo que cuesta entender la razón por la que el consistorio de Madrid ha designado para inaugurar oficialmente las fiestas en el barrio de Lavapiés al portavoz del Sindicato de Manteros y Lateros (sic). En el mejor de los casos, podemos llegar a pensar que lo ha hecho con el fin de dar visibilidad a ciudadanos anónimos, lo que en Podemos, erigiéndose en sus paladines, denominan la gente. En el peor, el más probable, la alcaldesa ha optado por mantener la tradición de realzar a una persona o a un colectivo.

Ana Samboal

Las calles de las principales ciudades están colapsadas. No se puede circular. Un numeroso grupo de taxistas, a los que puede asistir la razón en muchas de sus reivindicaciones, la ha perdido por completo. El país no es suyo, pero han decidido pararlo alentados por una alcaldesa populista que respalda todas sus demandas. Seguirán en la calle hasta que el ministro de Fomento les dé lo que quieren a golpe de ordeno y mando, por decreto-ley. Los municipios costeros, las ciudades de Ceuta y Melilla y los centros de internamiento de inmigrantes también están colapsados. Las mafias envían a España a los inmigrantes porque nuestro Gobierno prometió puerto seguro al Aquarius, el ministro del Interior anunció que retiraría las concertinas de la valla fronteriza de África y el mismo presidente les ha garantizado que tendrán acceso a sanidad universal. Para los guardias civiles heridos no tuvo una sola palabra pública de respaldo o consuelo. La seguridad nacional, aunque estemos en nivel de alerta 4 antiterrorista, parece haber pasado a un segundo plano.

Ana Samboal

Este pasado lunes, 23 de junio de 2018, bien podría pasar a los anales de la política como el día oficial del transformismo. Articulistas, opinadores y sesudos analistas se impusieron el deber de opinar sobre la nueva estrella emergente del PP, el vencedor contra pronóstico de las primarias, y algunos de sus comentarios provocaban tal hilaridad que a sus autores les hubiera resultado mucho más conveniente mantener el silencio, porque la gran mayoría no resistía un contraste con la hemeroteca más reciente. El cambio de camiseta en el panorama mediático ha sido fulminante.

Ana Samboal

Las vendettas entre excomisarios y agentes secretos se dirimen ahora en las páginas de los periódicos, a golpe de filtraciones, correos, cintas y rumores de escándalo. Los que antes empuñaban armas, se sirven ahora de las firmas de célebres plumillas para airear las vergüenzas ajenas, dejando en evidencia las propias y comprometiendo si pueden a los que las escriben. Y los que quieren derribar el sistema, que son muchos, demasiados, se frotan las manos porque les están poniendo en bandeja la munición necesaria para cargárselo. En el Congreso gozan de mayoría. Con ella, han llevado en volandas hasta la Moncloa a un Gobierno al que pasan al cobro las facturas de su investidura. La burbuja de felicidad ya ha explotado, es solo un Gobierno con un presidente ausente ante la opinión pública que aspira a ir ganando puestos en las encuestas a golpe de espuma, anuncios de primera página que saben que no podrán llevar a término la mayoría. Sin oposición, porque no existe y tardará en recomponerse, porque está fracturada, tiene el camino expedito. Y es demasiado débil. Sólo la Justicia y la Corona resisten de momento el envite. Pero están en el punto de mira. Las grabaciones en Suiza de la que se denominó en su día amiga entrañable del Rey se lo han puesto en bandeja. La ventana de oportunidad que creían cerrada tras la crisis se ha abierto de nuevo, cuando estaban a punto de tirar la toalla.

Ana Samboal

Pedro Sánchez y Quim Torra perdieron las elecciones a las que se presentaron, pero ambos gobiernan y aspiran a mantener ese poder. Su pacto es el de dos perdedores que dependen el uno del otro. El presidente tiene dos años en el mejor de los casos para convocar las legislativas y, si aspira a vencer, tiene antes que convencer a una gran mayoría de ciudadanos de que la única política válida para resolver el problema más importante que hoy tiene España pasa por hacer nuevas cesiones a los independentistas.

Ana Samboal

Una de las consecuencias más terribles de la crisis es el déficit de representatividad política. Salvando a un reducido porcentaje muy ideologizado de la población, la mayoría no se siente identificada con partido alguno. Votarán cuando les llamen, si lo hacen, por la opción que les resulte menos molesta, por la que sientan más cercana a sus intereses, pero no se percibe ilusión por sigla alguna entre las clases medias, las que ponen y quitan gobiernos. La causa de esa abulia podría ser el letargo democrático, como en otros países de nuestro entorno. Pero es probable dada la accidentada legislatura y el alto voltaje del debate en los medios. Todo indica que el origen de esa pasividad nace de la incapacidad de los partidos de ofrecer a la población un modelo de país, una tarea común prometedora, un simple proyecto de futuro. Hasta ahora, nos hemos agarrado como a un clavo ardiendo a la selección de fútbol, pero se nos ha quedado en nada después del fracaso en Rusia.

Ana Samboal

Ada Colau no iba a ser menos que Joan Ribó. Tras el éxito de audiencias que cosechó el alcalde de Valencia recibiendo al Aquarius, ahora ella ofrece Barcelona a mil personas que han partido desde Libia. Un popular gesto de humanidad de la misma alcaldesa partidaria de celebrar un referéndum de autodeterminación por el que los independentistas quieren echar de su propia casa, de una región de su propio país, Cataluña, a millones de españoles. ¿Gozarían ellos, en opinión de Colau, de la condición de refugiados políticos?

Ana Samboal

Más de mil trescientos migrantes han llegado a las costas de Andalucía y Canarias sólo este último fin de semana. Ninguna autoridad pública fue a recibirles. Muchos de sus compañeros de viaje no tuvieron la fortuna de arribar a puerto seguro y ningún dirigente político asistirá a su entierro. Yacerán en una fosa sin nombre en la que nadie nunca dejará flores. El terrible drama de la inmigración remueve la conciencia de cualquier ser humano, pero mientras que el ciudadano de a pie se conmueve, el hombre de Estado está obligado a encontrar remedio a la tragedia esquivando la tentación de usarla de modo torticero para favorecer intereses espurios. Por eso, la obsesión por hacerse la foto al pie de la escalinata del Aquarius retrata la condición moral de nuestros gobernantes. Recibir a un buque en alerta humanitaria es una obligación, pero alardear de ello del modo en que se ha hecho, alertando a la prensa para que diera cuenta de su presencia como hicieron unos cuantos, es miserable. Lo peor es que esos que celebran sus supuestamente bienintencionados actos hasta la náusea acabarán por provocar el efecto que aparentemente aborrecen. No tienen más que mirar al norte de Europa. El auge de la extrema derecha y los nacionalismos xenófobos en Alemania o Austria no es casual, es la respuesta de unos ciudadanos aterrados que, con razón o sin ella, se sienten atropellados en sus derechos e inseguros en sus ciudades y pueblos ante el efecto de las políticas promovidas por el populismo de extrema izquierda. No es casual la victoria de Trump en Estados Unidos o la pujanza de Le Pen en Francia.

Ana Samboal

Por el precio de una moción de censura, Pedro Sánchez nos ha dado a los españoles dos gobiernos. En uno milita Meritxell Batet, abanderada de la autodeterminación de los pueblos, de la nación discutida y discutible que ideó el brujo Zapatero o de la confederación asimétrica. En el otro, el José Borrell ferviente europeísta látigo de los nacionalismos egoístas y excluyentes o una Margarita Robles que en su primer discurso como ministra de Defensa puso ante todo, por si había dudas, la ley y la Constitución. En el gabinete en el que milita Batet, apunta maneras para integrarse también la titular de Hacienda. Y no porque se le supongan veleidades independentistas, que es probablemente lo contrario. Lo que de Montero se espera, como buena socialista andaluza que es, más impuestos, al menos en Patrimonio o Sucesiones, para derramar por las taifas en forma de generoso gasto público, la herramienta más potente para mantener alimentado el voto cautivo. Y en el otro gobierno, el de Borrell y Robles, cabría colocar a la ministra Calviño, guardiana de la ortodoxia presupuestaria. Recién llegada de Bruselas, constituye el mejor antídoto contra el temor de los mercados. Si fuera del PP, los prolijos fabricantes de fake news dirían que nos la ha impuesto la Troika. Como es del PSOE, Sánchez ha sido un tipo listísimo por encontrarla. Tan listo, que ha hecho en uno dos gobiernos. Uno es para derrotar a Podemos haciendo uso de su propia propaganda feminista y social. El otro es para empujar a Ciudadanos hacia la derecha devolviendo a los de Rajoy toda la quina que le forzaron a tragar. La jugarreta de fraccionar a la izquierda jaleando a Podemos para arrinconar al PSOE la va a sufrir el PP en sus propias carnes a poco que, enzarzados los de Génova en sus guerras de tronos, den tiempo a Pedro Sánchez y a su asesor aúlico a enredar.