
Boris Johnson se ha ido, aunque no del todo: su intención es seguir en Downing Street unos meses más, mientras su partido le busca sustituto (y, de paso, aprovechar y celebrar a finales de este mes la fiesta de su boda, aplazada por la pandemia, en Chequers, la residencia campestre del primer ministro). Detrás de sí deja una larga serie de crisis internas y externas y un Partido Conservador en su peor momento en las encuestas en varias décadas y sin un sucesor claro.
En un discurso desafiante, y sin admitir las causas que le han llevado a vivir un éxodo sin precedentes de ministros y altos cargos, el 'premier' ha anunciado su intención de marcharse, pero no cuándo lo hará. Esta será la primera batalla a la que se enfrentará: todo tipo de figuras de su partido han dejado claro que no puede pretender seguir en funciones hasta el otoño, y que no puede intentar continuar con su programa político hasta el día de su eventual marcha como si nada hubiera pasado. O, peor aún, dejar al país en un limbo hasta entonces, con el Gobierno paralizado.
El ex primer ministro John Major (1991-1997) envió esta misma tarde una carta al Comité 1922, encargado de nombrar y cesar a los líderes 'tories', pidiendo su reemplazo inmediato por el viceprimer ministro, Dominic Raab, para que él se encargue de gestionar el Gobierno de forma interina. Raab ya ha anunciado que no se presentará a las primarias, colocándose como una alternativa neutral para estos meses. Por lo pronto, la oposición ya ha anunciado que presentará una moción de censura para obligar legalmente a Johnson a dimitir si no se ha ido antes del próximo lunes.
Con él o sin él, el sustituto que los diputados (en primera vuelta) y los militantes del Partido Conservador (en segunda) elijan para reemplazar a Johnson tendrá múltiples fuegos que apagar nada más jurar ante la Reina Isabel II. El primero, la grave crisis de credibilidad que vive el Gobierno -y el Partido Tory- tras los infinitos escándalos de Johnson. Un lastre muy grande para un país que se enfrenta a una crisis económica más grave que el resto de Europa, por culpa de las consecuencias del principal proyecto político de Johnson, el Brexit.
Precisamente una de las crisis abiertas por la marcha de la UE es la de Irlanda del Norte. El plan de Johnson era romper el tratado con Bruselas en lo que respecta a Irlanda del Norte para presionar a la Comisión Europea para dar concesiones. La UE, sin embargo, ha abierto procedimientos legales contra Londres y amenaza con romper el resto del acuerdo comercial si Reino Unido decide incumplir unilateralmente una parte, lo que supondría una grave crisis de suministros y de precios en medio de la escalada inflacionaria que ya vive el mundo. El que fuera negociador jefe europeo del Brexit, Michel Barnier, ha celebrado la marcha de Johnson y la posible apertura de "una nueva relación" más respetuosa. Desde Bruselas no hay grandes expectativas de un reinicio completo de las relaciones, ya que los diputados euroescépticos que elevaron a Johnson siguen ahí, pero cualquier mejora sería un paso adelante.
Mientras tanto, Irlanda del Norte se tambalea en un limbo que amenaza la delicada paz que vive la provincia desde 1997. Los unionistas abandonaron el Gobierno regional en protesta por el acuerdo firmado por Johnson, y los nacionalistas irlandeses, que ganaron las elecciones del pasado mes de mayo en un hito histórico, amenazan con hacer lo propio si Londres decide desvestir un santo para vestir al otro y revienta el acuerdo comercial con la UE que mantiene abierta la frontera con Irlanda. Buscar una 'tercera vía' que logre calmar a ambas partes y desactivar la bomba social colocada por Johnson es un reto político de primer nivel para cualquiera.
Su sucesor probablemente prometa recortes fiscales, después de las históricas subidas de impuestos firmadas por Johnson
Y la crisis territorial del país también llega a Escocia. La primera ministra del estado, Nicola Sturgeon, anunció la pasada semana su intención de celebrar un nuevo referéndum de independencia, esta vez de forma unilateral, en octubre de 2023. Y, si no se lo permiten los tribunales, dotar a las próximas elecciones generales de carácter 'plebiscitario', como las que propiciaron la independencia de Irlanda hace un siglo. Johnson, con un nivel de rechazo estratosférico al norte del país, era una de las principales balas de los secesionistas. El nuevo 'premier' tendrá que buscar una forma de calmar la tensión independentista sin desatar una crisis 'a la catalana' el próximo año.
Pero el mayor reto es la creciente crisis económica. Si a los tambores de recesión en EEUU y el posible efecto dominó en Europa se le suman los efectos del Brexit, que han golpeado las exportaciones y trabado las cadenas de suministro, el resultado puede ser mucho peor. Según Modupe Adegbembo, de AXA Investment Managers, si Johnson logra aguantar de forma interina tres meses más, la parálisis durante ese tiempo puede causar volatilidad en los mercados. Su sucesor probablemente prometa recortes fiscales -después de las históricas subidas de impuestos firmadas por Johnson- y alguna medida para frenar las disparadas facturas de la luz, que pueden llegar a las 3.000 libras anuales por hogar este otoño.
Toda esta lista de retos sería demasiado para un Gobierno con un mandato claro. Pero el nuevo primer ministro se enfrentará a la presión política de convocar elecciones generales en un plazo razonable para legitimar su posición. Las próximas están programadas para finales de 2024, pero es bastante probable que los británicos pasen por las urnas durante 2023 o principios del 24, como muy tarde. Eso, salvo que las encuestas no remonten y la sombra de Johnson siga lastrando a los 'tories' durante unos cuantos años más. La pregunta ahora es cómo de fácil será pasar página de tres años de un Gobierno que pretendía inaugurar una nueva era y superar los 11 años en el poder de Margaret Thatcher, y que ha acabado por caer con la misma velocidad que el de Theresa May.