Opinión | Marcos Suárez Sipmann
- 10/01/2016, 12:00
10/01/2016, 12:00
Sun, 10 Jan 2016 12:00:04 +0100
Con la ruptura de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán se recrudece la pugna entre las dos principales corrientes del Islam. Reina el cinismo. En Riad nadie es tan ingenuo como para no prever las consecuencias internas y externas de las ejecuciones masivas. Con ellas desprestigia la "alianza antiterrorista" árabe que desde hace poco dirige. La reacción de Irán también es cuestionable. Con la admisión del asalto y saqueo de la embajada saudí, Teherán muestra que el cálculo político ha imperado sobre el derecho internacional, que obliga a garantizar la protección de la sede diplomática. Según un estudio del Centro de Investigaciones Pew, el 90 por cien de los casi 1.600 millones de musulmanes en el mundo es suní. Arabia Saudí pretende encabezar a los Estados suníes. Por su parte, Irán busca establecer un cuasi protectorado religioso sobre los numerosos colectivos chiíes de la región. El país con más chiíes del mundo se solidariza con las comunidades de otros países donde existen distintas ramas del chiísmo. Así ocurre en Irak, Siria, Líbano, Bahréin, Yemen? Incluso las hay en Azerbaiyán, Afganistán o Pakistán. Hasta en India. El origen de la división se remonta a la muerte del profeta en 632 ante la interrogante de quién sería su sucesor. Unos insistían en que gracia divina y sucesión sanguínea eran señal suficiente para elegir al futuro líder. Para otros, los suníes, debía ser escogido por la mayoría de los miembros de la comunidad musulmana. El factor religioso utilizado como arma arrojadiza se complementa con la división étnica e ideológica.