Opinión

Más que un enfrentamiento religioso

Con la ruptura de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán se recrudece la pugna entre las dos principales corrientes del Islam. Reina el cinismo. En Riad nadie es tan ingenuo como para no prever las consecuencias internas y externas de las ejecuciones masivas. Con ellas desprestigia la "alianza antiterrorista" árabe que desde hace poco dirige. La reacción de Irán también es cuestionable. Con la admisión del asalto y saqueo de la embajada saudí, Teherán muestra que el cálculo político ha imperado sobre el derecho internacional, que obliga a garantizar la protección de la sede diplomática. Según un estudio del Centro de Investigaciones Pew, el 90 por cien de los casi 1.600 millones de musulmanes en el mundo es suní. Arabia Saudí pretende encabezar a los Estados suníes. Por su parte, Irán busca establecer un cuasi protectorado religioso sobre los numerosos colectivos chiíes de la región. El país con más chiíes del mundo se solidariza con las comunidades de otros países donde existen distintas ramas del chiísmo. Así ocurre en Irak, Siria, Líbano, Bahréin, Yemen? Incluso las hay en Azerbaiyán, Afganistán o Pakistán. Hasta en India. El origen de la división se remonta a la muerte del profeta en 632 ante la interrogante de quién sería su sucesor. Unos insistían en que gracia divina y sucesión sanguínea eran señal suficiente para elegir al futuro líder. Para otros, los suníes, debía ser escogido por la mayoría de los miembros de la comunidad musulmana. El factor religioso utilizado como arma arrojadiza se complementa con la división étnica e ideológica.

Con la ruptura de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán se recrudece la pugna entre las dos principales corrientes del Islam. Reina el cinismo. En Riad nadie es tan ingenuo como para no prever las consecuencias internas y externas de las ejecuciones masivas. Con ellas desprestigia la "alianza antiterrorista" árabe que desde hace poco dirige. La reacción de Irán también es cuestionable. Con la admisión del asalto y saqueo de la embajada saudí, Teherán muestra que el cálculo político ha imperado sobre el derecho internacional, que obliga a garantizar la protección de la sede diplomática. Según un estudio del Centro de Investigaciones Pew, el 90 por cien de los casi 1.600 millones de musulmanes en el mundo es suní. Arabia Saudí pretende encabezar a los Estados suníes. Por su parte, Irán busca establecer un cuasi protectorado religioso sobre los numerosos colectivos chiíes de la región. El país con más chiíes del mundo se solidariza con las comunidades de otros países donde existen distintas ramas del chiísmo. Así ocurre en Irak, Siria, Líbano, Bahréin, Yemen? Incluso las hay en Azerbaiyán, Afganistán o Pakistán. Hasta en India. El origen de la división se remonta a la muerte del profeta en 632 ante la interrogante de quién sería su sucesor. Unos insistían en que gracia divina y sucesión sanguínea eran señal suficiente para elegir al futuro líder. Para otros, los suníes, debía ser escogido por la mayoría de los miembros de la comunidad musulmana. El factor religioso utilizado como arma arrojadiza se complementa con la división étnica e ideológica.

Riad trata de impedir que Teherán alcance una mayor influencia. Le preocupa que la implementación del Acuerdo Nuclear lleve a entendimientos diplomáticos más amplios. Sus acciones para conseguirlo no siempre coinciden con Washington. Su alianza con EEUU es intensa en lo que se refiere a cooperación militar y de contraterrorismo pero diverge en cuanto a derechos humanos, tratamiento de la mujer y apoyo al fundamentalismo suní. La ultraconservadora monarquía saudí ha intentado esquivar toda turbulencia producto de los efectos de la Primavera Árabe, ahogando cualquier inestabilidad política como las vividas en países vecinos. La ejecución de 46 personas junto al conocido clérigo disidente Nimr al-Nimr, acusado de propiciar el terrorismo, responde a esta represión. El poder de la familia reinante comienza a verse amenazado por una serie de fisuras que se profundizan con el fin de la bonanza económica producto de la baja en el precio del petróleo.

La pugna entre Arabia Saudí e Irán es una disputa por el liderazgo geopolítico de la región. Un territorio convulsionado en lo religioso por un islam que nunca fue un bloque monolítico. Algo que Occidente prefirió ignorar durante demasiado tiempo. Sin embargo, el enfrentamiento va mucho más allá y se extiende a lo económico por su dependencia del petróleo. Con el fin de las sanciones internacionales contra Teherán el conflicto entre ambos países se ha extendido hasta la mesa de negociación de la OPEP donde Irán reclama para sí su antigua posición de poder. No obstante, dentro de la organización el peso pesado es Arabia Saudí que se niega de modo persistente a restringir las cuotas de producción. Irán insiste en una reducción, sin lograrlo hasta ahora. Riad no tienen interés en disminuir la presión sobre Irán, aunque los bajos precios petroleros conllevan problemas cada vez más grandes para los propios saudíes. El conflicto entre ambos amenaza con desestabilizar a la OPEP.

La actual virulencia de este enfrentamiento también se debe a la frágil arquitectura institucional. Así en algunos países del tablero regional hay vacíos de poder. El caso más claro - y estratégico - es Siria donde un cambio político afectará decisivamente el panorama presente. Para Irán y Rusia es de gran relevancia la suerte que corra su aliado el régimen alawí de Bachar al Asad. La ruptura entre Riad y Teherán ni facilita las conversaciones tendentes a poner término a la guerra civil siria ni ayuda a levantar el tan necesario frente común contra el Estado Islámico. La crisis se ha agravado asimismo con la acusación iraní a Arabia Saudí de haber bombardeado su embajada en Yemen y la prohibición de la entrada en su territorio de productos saudíes. La escalada es, pues, de consecuencias fatales para los civiles de Siria y Yemen. El mundo se pregunta atónito hasta qué punto dos teocracias enemistadas pueden ser considerados como ?socios? para la paz.

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