Opinión

Resfriado a la vista

Voy a tratar de describir en las próximas líneas qué le ocurre a la economía china y por qué caen tanto los mercados. Los periodistas tenemos a menudo una sensación frustrada porque por mucho que explicamos las cosas, nadie nos hace caso. En elEconomista adelantamos la crisis de 2008 mientras otros medios, y el propio Zapatero, la negaban; también advertimos del fiasco de las emisiones preferentes de las antiguas cajas de ahorros, aunque sirvió de poco a la luz de los resultados; y ahora hemos vuelto a ser los primeros en destacar el peligro de China y las olas de inestabilidad que provocaría la caída de su moneda y, por ende, de su economía.

China convive con varias burbujas (inmobiliaria, financiera, de exceso de mano de obra, etc.), que son fruto de más de 20 años con tasas de crecimiento por encima del 7 por ciento. El fin del boom económico de 2008 (allí se habla de la crisis del Atlántico Norte, como de algo ajeno y lejano) está sacando a la luz los excesos de una política destinada a financiar la construcción de viviendas y la adquisición de bienes, sobre todo en pequeñas ciudades, donde se están desplomando los precios inmobiliarios.

Además, cerca de la mitad de su Producto Interior Bruto (PIB) es industrial, frente a un tercio en Alemania, o menos del 20 por ciento en España, con lo que la transición hacia una economía de servicios, abierta y modernizada es la gran asignatura pendiente.

Es el primer productor mundial de metales básicos, como cobre ó aluminio, con tasas que superan más del 50 por ciento en este último caso. La fuerte caída de las materias primas, unida al frenazo del consumo de estos materiales en China, ha dejado una industria obsoleta, con exceso de mano de obra y al borde del abismo, por culpa de la merma de ingresos.

Para volver a relanzar su maquinaria industrial, Pekín tiene básicamente dos opciones: acometer una profunda reestructuración en los sectores industrial, financiero e inmobiliario, como se hizo en España, o devaluar su moneda, para restaurar su competitividad. Los ajustes son muy impopulares, como hemos visto en nuestro país con el surgimiento de fuerzas políticas radicales como Podemos, mientras que la devaluación tiene un coste interno menor.

La solución está en una mezcla de ambas cosas, ya que es necesario la reforma de sectores enteros de su economía para seguir creciendo, según reconoció esta semana el ministro de Finanzas. Pero parece que ha surgido una pugna interna entre los partidarios de seguir con la política de estímulos y de ayudas industriales de toda la vida y los que abogan por reformas estructurales, con menos intervención estatal.

El Partido Comunista Chino celebra a finales de año el Congreso en el que actualizará la hoja de ruta para los próximos cinco años. Esta cita provoca que sus dirigentes quieran llegar a esa fecha con una economía en plena forma y la vía más rápida para conseguirlo es mediante una devaluación.

Todo el lío comenzó a principios de este año, cuando un índice privado sobre sentimiento de mercado elaborado entre los gestores, conocido como Caixin, arrojó una lectura pesimista. El indicador alertó de que la producción industrial está en franco declive y provocó el primer desplome del mercado chino, el lunes 4 de enero.

La cosa podría haber quedado ahí, porque las autoridades rápidamente salieron a reafirmar la buena marcha del país y su intención de apoyar al yuan. Pero los hechos fueron contradictorios con sus palabras. Ese mismo día se descubrió que el Banco de Desarrollo no había logrado una inyección de 20.000 millones de dólares para infraestructuras, una de las políticas en que se apoya Pekín para mantener la rueda del crecimiento y la creación de empleo. Desde 2008, Pekín gastó 586.000 millones de dólares en estímulos, principalmente en obra pública. La medida se complementó con otro retroceso de su divisa, sin que el Banco Popular de China moviese un dedo.

El desplome de la Bolsa de Shangai lo forzó a inyectar al día siguiente, martes, los 20.000 millones que había negado a la entidad y a correr en apoyo del yuan. Para colmo de males, el viernes expiraba la prohibición de vender acciones a los grandes grupos, que poseen más del 5 por ciento del capital de una sociedad. Otra medida que tuvo que prorrogar para aplacar el nerviosismo de los inversores.

El miércoles, día de Reyes, volvió a las rectificaciones tras fijar el cambio frente al dólar en el menor nivel en cinco años (alrededor 6,54 yuanes por cada billete verde); y el jueves volvió a permitir su debilitamiento hasta cerca de 6,6 renmbis por dólar. La Bolsa de Shangai se desplomó en los primeros compases de la sesión del jueves otro siete por ciento, entró en marcha el sistema de cortocircuito y se clausuró el mercado hasta el día siguiente.

Se dice que limitar los descensos bursátiles al 7 por ciento provoca ansiedad y carreras entre los inversores para no quedarse fuera y precipita las caídas. Por eso se suprimió este mecanismo de freno automático. En mi opinión, lo peor son las permanentes contradicciones y mentiras de las autoridades chinas. Estas reconocen que no están acostumbradas a trasladar mensajes al mercado, como ocurre en Occidente debido a la ausencia de comunicación con el exterior. Pero detrás están las divisiones entre el gobernador del Banco Popular, el encargado de negar ante los medios las depreciaciones de la divisa, y la cúpula del poder político, partidaria de todo lo contrario.

El Banco Popular atribuyó en un comunicado el último desplome bursátil a ?las fuerzas especulativas que están tratando de tumbar el renminbi?. Sin embargo, el secretario general del Partido Comunista, Xi Jingpin, abría el viernes la puerta a más devaluaciones al señalar que ?China no puede confiar en los estímulos oficiales para lograr sus objetivos, porque ello acarrearía problemas de todo tipo?. Xi es, además, proclive a liberalizar y suprimir los múltiples controles estatales, cuyo impacto es impredecible.

El problema es que las autoridades chinas comienzan a perder la credibilidad después de que en verano lograron calmar a los mercados tras asegurar que no pretendían devaluar más porque la economía estaba en buena forma. El resultado es que tras depreciar la divisa china en torno al tres por ciento en agosto, ahora lo vuelven a hacer en un porcentaje similar.

A esta incertidumbre se añade la caída del petróleo, alimentada por la disputa entre Arabia Saudí e Irán, el primer y el quinto productor mundial de la OPEP. El descenso del crudo desde el entorno de los 100 dólares a cerca de los 30 actuales es preocupante porque, junto con la caída de las materias primas o la desaceleración china, presiona a la baja a los precios y despierta el temor a una deflación en Occidente.

Una devaluación del yuan de alrededor del 10 por ciento, como vaticinan los expertos, hundiría más el coste de las materias primas y provocaría el cierre de empresas occidentales, incapaces de sobrevivir con estos precios.

Las autoridades chinas tienen, sin embargo, que pensárselo dos veces antes de lanzarse a una loca carrera para depreciar su divisa, porque podrían arrastrar a la quiebra a muchas de sus empresas y provocar una huida del capital extranjero, lo que debilitaría aún más al yuan. Las reservas de divisas utilizadas en defender su moneda cayeron en diciembre en 108.000 millones, cinco veces más de lo previsto.

Otro de sus problemas es el endeudamiento en divisa extranjera, sobre todo de las inmobiliarias, que alcanza los 60.000 millones de dólares. La deuda con el exterior se sitúa en 1,58 billones, más de una vez y media el PIB español, mientras que el endeudamiento total de China casi se duplica desde 2007, al pasar del 160 al 240 por ciento del PIB.

Con un yuan muy débil no podrán hacer frente a sus compromisos financieros. Por ello, las autoridades tienen que buscar un equilibrio que permita ir devaluando para impulsar la actividad, pero sin ahogar al sistema ni al tejido empresarial.

Y cuál será el impacto en el resto del planeta. Pocos creen que estemos ante una recesión como la de 2008, pero sí ante un fuerte enfriamiento, que obligará a la Reserva Federal a retrasar la subida de los tipos de interés y al Banco Central Europeo a acelerar y ampliar el programa de recompra de deuda. En fin, una situación complicada, que en el caso español se añade al incierto devenir político. Espero que, al menos, los Reyes se hayan portado este año.

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