Todo en la sesión de investidura aparentaba estar atado y bien atado, rememorando las palabras atribuidas al general Franco, al que tanto gusta evocar a Pedro Sánchez. Incluso el candidato se mostraba tan seguro de que, ahora sí, a la tercera, iba a ser investido que puso el traje institucional a su discurso enunciando una batería de medidas que más parecían una carta a los Reyes Magos que un programa de gobierno.
Una alocución de 157 páginas, pleno de promesas vagas pero sin decir cómo y de qué manera se piensa pagar y ejecutar. Sólo la mención a la anunciada subida de impuestos que, confirmó, aumentará la recaudación en solo 5.000 millones de euros cuando las medidas enunciadas en ese nuevo acuerdo para España firmado con Pablo Iglesias suponen un aumento de gasto de 35.000 millones.
Un discurso este del candidato a Presidente en el que eran más elocuentes sus olvidos que sus compromisos, salvo en el caso de sus recados a los nacionalistas catalanes, insistiendo en llamar "contencioso político" al conflicto catalán y asegurando que renuncia a la vía judicial. Eso sí, ninguna referencia a la resolución de la Junta Electoral Central y a los ataques contra ella perpetrados desde sus socios de investidura y desde destacados miembros de su partido. Tampoco dijo nada de la rebeldía anunciada por Quím Torra contra su inhabilitación ni qué va a hacer si se consuma. Como tampoco habló en ningún momento de sus concesiones a Esquerra Republicana o de si es cierta esa mesa de igual a igual entre gobiernos o ese referéndum sólo en Cataluña, aunque tampoco era necesario que lo confirmara.
Eludió también hablar de la grave desaceleración de nuestra economía, de la fuerte ralentización en la creación de empleo, del alarmante crecimiento del déficit y la deuda o del deterioro de nuestra competitividad emulando legado del zapaterismo que, aunque tampoco lo citó, también es historia del PSOE.
Por eso, y puestos a rememorar citas históricas, nada mejor para definir esta investidura de Sánchez que ese "venceréis pero no convenceréis" con que Miguel de Unamuno respondió al general de la legión Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca.
Y tampoco convenció el candidato cuando hablaba de regeneración democrática y de reparación histórica. Porque no pidió perdón en ningún momento por el caso de los ERE en Andalucía por el que el PSOE ha sido sentenciado con la mayor condena por corrupción de la historia democrática de España, al tiempo que apoya su investidura con partidos como Podemos, PNV o ERC que están investigados o condenados por corrupción y por malversación.
Eso sí, volvió a acordarse del franquismo para prometer actuaciones de reparación a las víctimas de la guerra civil, que bienvenidas sean si son para todas y no para una parte, pero se olvidó en cambio de hablar de las víctimas del terrorismo. Algo que desde la oposición pero también desde algún diputado de la bancada socialista se interpretaba como un "tributo a Bildu" para asegurarse su abstención.
Controlar la información
Muchas omisiones y muy preocupantes. Tanto como los anuncios que hizo sobre la comunicación y la justicia, dejando en el aire, sobre esta última, una velada propuesta de cambio en la designación de los órganos judiciales que a muchos les sonaba como un aumento de control y politización del poder judicial, para "matar por segunda vez a Montesquieu".
Sí prometió el candidato Sánchez "impulsar una estrategia de lucha contra la desinformación". Una propuesta que algunos parlamentarios populares y de Ciudadanos interpretaban como una "amenaza a la libertad de prensa y a los medios de comunicación", mientras que algunos compañeros de los medios más veteranos recordábamos con inquietud la Ley de Prensa de Fraga en el franquismo.
Por cierto que esa libertad de información se vio seriamente limitada por el veto a los informadores de los medios económicos para acceder a la Tribuna de Prensa y a los pasillos del Palacio. Una exclusión que se justificó por el elevado número de periodistas asistentes porque, en palabras de un miembro de los servicios de la Cámara, "no es un debate económico". Y ello cuando la economía es siempre, pero hoy especialmente, una de las materias claves de cualquier debate económico y cuando la economía ocupó una parte importante del discurso del candidato, aunque sólo fuera para enumerar una larga declaración de intenciones y promesas.
Restricciones que también practicaba la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, al denegar la petición formulada por la portavoz popular, Cayetana Álvarez de Toledo, para que se leyera a la Cámara el texto de los acuerdos del PSOE con ERC. "Son públicos" afirmó la Presidenta en un ejercicio de ignorancia o de deliberado engaño. Si consintió, en cambio, el juramento en catalán del diputado de Junts per Catalunya, Jaume Abanco Cunillas, que no sólo aludió al conflicto catalán sino que ironizó sobre la Junta Electoral Central en una interpretación libre y dudosamente reglamentaria del acatamiento de la Constitución.
Ausencia de "barones"
Significativa fue también la notable ausencia de los "barones" regionales del PSOE. Ni García Page, ni Lambán, ni Ximo Puig, ni Fernández Vara, ni Barbón estuvieron en la sesión de investidura. Sólo Susana Díaz y la presidenta de La Rioja, Concha Andreu, arroparon a Sánchez desde la Tribuna de Invitados.
Quizás por eso el candidato comenzó su discurso aludiendo a la historia y la españolidad del PSOE, asegurando que "no se va a romper la Constitución" y quizás por eso el grupo parlamentario socialista escenificaba una imagen de unidad y de fervor sanchista como no se recordaba. Unas palabras y una escenificación que a muchos de los asistentes, incluido el popular Pablo Casado, les sonaba a aquello de excusatio non petita.
El festival de los reproches
Y del resto, ¿qué? Pues lo esperado y más de lo mismo. Un Pablo Casado mitinero, poniendo de relieve su desafección personal y política con Pedro Sánchez, compitiendo en radicalidad con VOX y perdiendo la oportunidad de ofrecer una propuesta alternativa a ese "gobierno Frankestein", que no iba a ser aceptada pero que serviría para desenmascarar a Sánchez y a su mentira cuando afirma –volvió a hacerlo- que no había alternativa.
Un Casado y un Sánchez que siguen siendo un mejor caladero de votos para VOX, como muestran las encuestas, y que se empecinan en agrandar la figura de un Santiago Abascal, que en su línea, se dirigió más a su electorado y puso en evidencia las contradicciones y engaños del candidato con mayor eficacia que el líder popular.
Y una mención especial para Inés Arrimadas. Irreductible en su propuesta de la vía 221 –gobierno del PSOE en solitario con el apoyo del PP y de Ciudadanos- y defendiendo un espacio de moderación que tras lo visto en este Pleno de Investidura, ni está ni se le espera.
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