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Cómo Obama convirtió las campañas electorales en máquinas de hacer miles de millones de dólares

  • La campaña de 2008 fue la más injusta de la historia desde el punto de vista financiero
  • Biden, en los comicios de 2020, logró recaudar más de 1.600 millones, cifra récord hasta ahora
  • Antes, los candidatos recibían 20 millones públicos, más la inflación acumulada

Chicago, la ciudad del viento, ha sido el hogar y fuente de inspiración de auténticas leyendas de la historia moderna de EEUU. Hablamos de gente como Hemingway, Oprah Winfrey o Michael Jordan, y pasando por el mismo Al Capone. Pero si hablamos de política no podemos dejar de mencionar a Barack Obama. Fue el primer presidente negro del país, pero también el candidato que cambió para siempre el sistema electoral de EEUU... ¿Y cómo? Con mucho dinero. Las campañas electorales se han convertido en una maquinaria perfecta de recaudar y gastar millones de dólares.

Uno de los temas más fascinantes y que más llama la atención son las millonadas que logran los candidatos en donaciones durante las elecciones. Casi se ha convertido en una carrera paralela a la Casa Blanca. Pero, ¿no siempre ha sido así? ¿Cuándo empezó la locura para que Biden levanten más de 1.600 millones?

Los gastos delirantes de las campañas electorales estadounidenses se remontan a 2008, cuando un semidesconocido senador negro de Illinois se convirtió en una estrella mediática capaz de recaudar dinero a espuertas. Y aquello rompió un sistema establecido desde 1971 para crear un terreno de juego equilibrado en las elecciones, en la llamada Ley Federal de Campañas electorales.

Aquella ley fijó los límites de donaciones que podrían recibir los candidatos, y estableció que el Gobierno ofrecería financiar todas las campañas presidenciales con dinero público. Los candidatos de los grandes partidos recibirían 20 millones de dólares, ajustados según la inflación acumulada desde entonces, más 50.000 dólares que podrían poner de su propio bolsillo. Y durante los dos meses de campaña oficial, de septiembre a noviembre, no podrían recaudar ni gastar un solo centavo más.

Y Obama no forzó la normativa de ninguna manera, era todo legalísimo. La ley ofrecía la posibilidad, pero no obligaba a nadie a aceptar los fondos de campaña. Obama rechazó ese dinero y anunció que se financiaría a sí mismo, pidiendo donaciones a sus seguidores. Y le llovieron 744 millones de dólares del cielo, casi 9 veces más del dinero público que le haría correspondido. En total, gastó 10 dólares por cada voto que recibió.

Lluvia de dinero

Para poner en contexto las cifras: Obama levantó en 2008 unos 744 millones. En 2004, tanto Bush como Kerry recibieron 74 millones de dólares de fondos públicos para gastar en la campaña, además de los 19 millones que recaudaron (y gastaron) ambos antes de esa fecha. Y en 2008, el republicano John McCain, el rival republicano de Obama, recibió 84,1 millones para gastar en los dos meses clave. Lo de Obama tuvo mucho mérito. Los 700 millones de dólares los consiguió en pleno pánico bancario y bursátil, en medio del desplome de Lehman Brothers.

El pobre McCain miraba a aquella lluvia de dinero con desesperación: Obama podía permitirse inundar estado tras estado de millones de dólares en anuncios sin que él pudiera competir. Durante meses, su campaña parecía estar al borde de la bancarrota. Y eso pese a que él también logró recaudar unos nada despreciables 240 millones de dólares en la precampaña, y que el Gobierno aumentó su dotación con 40 millones adicionales para gastos legales. Pero el resultado final fue una goleada financiera: 744 millones de Obama frente a 368 millones de McCain. El doble de gasto.

Las elecciones de 2008 fueron de largo las elecciones presidenciales más injustas de toda la historia de EEUU, desde el punto de vista financiero. Y supusieron el triunfo electoral más rotundo de cualquier candidato en décadas: mayoría absolutísima de delegados presidenciales, mayoría absolutísima en el Congreso y mayoría cualificada del 60% en el Senado, para que los republicanos no tuvieran ni el veto de emergencia en el senado, que suele ser el arma que les queda a los partidos que pierden las elecciones. Una victoria aplastante.

Perfil de Obama en Facebook.
El perfil de Barack Obama en Facebook en 2008, con un espacio relevante para conseguir donaciones.

Todo empezó en las primarias de los demócratas. La ley aquella también ofrecía a los precandidatos dinero público para financiar las primarias, obviamente mucho menos. Hillary Clinton tenía todo el apoyo de los pesos pesados del partido y financiación de grandes figuras empresariales, así que un senador recién elegido solo podía enfrentarse a ella renunciando al dinero público y usando su piquito de oro para pedir dinero a sus seguidores.

Y aquello le salió espectacularmente bien. Logró mantener a raya a Clinton en recaudación, pero sin tener que darse préstamos a sí mismo ni recibir grandes cheques: en su lugar, obtuvo 800.000 donaciones pequeñas de más de 600.000 personas. Y todo eso suma: al final de las primarias, había recaudado 235 millones, a menos de 400 dólares por donante, muy por debajo de los 3.300 dólares que puede dar cada persona a una campaña como máximo.

Y entonces pensó: ¿qué pasa si en las generales me dirijo al doble o al triple de gente, y les pido esos 400 dólares? Pues que triplicaría ese dinero y se pondría en casi 700 millones. Pero es que con solo repetir esos 235 millones, o incluso con solo la mitad, ya superaba los 85 millones que le habría dado el Estado. Con hacer un par de cálculos, ya tenía claro cuál era la mejor opción.

¿Una batalla ideológica o monetaria?

La gran duda que sobrevuela la campaña es si el dinero que puedan gastar los candidatos es el motivo más decisivo para ganar unas elecciones. Y parece que no. Cuando los dos candidatos tenían el mismo dinero, estaba claro que había otros factores, como la popularidad, las ideas, la habilidad de campaña, el carisma, etcétera. Pero desde entonces, Trump ha logrado ganar unas elecciones y perder por poco las otras habiendo recaudado mucho menos dinero que los demócratas, cientos de millones menos.

El dinero, al final, sirve para poner anuncios en todas las cadenas de televisión, inundar YouTube y Facebook, organizar todos los mítines que quieras... Pero, aunque tengas el truco del dinero infinito activado, al final todo tiene un límite. Si eres un señor de Pensilvania que pone la tele para ver una serie y los descansos son todo una maratón de anuncios de que si Trump bueno, Trump malo, Harris buena y Harris mala, con un empate al 50% entre unos y otros, pues a los 15 minutos ya desconectas, y a los 15 días ya ni te cuento. Y a los dos meses ya probablemente tengas más ganas de quemar la tele y olvidarte de la serie esa para siempre que de volver a ver un anuncio político más.

Tener más dinero que tus rivales sirve especialmente en las campañas más pequeñas, para diputado estatal de Idaho o para la votación sobre una enmienda a la constitución de Nuevo México, que la mayoría de la gente no conoce a los candidatos o ni siquiera sabe que están ocurriendo. Ahí sí que gastar medio millón para que a los votantes les suene tu nombre al mirar las papeletas sí que puede decidir una votación. Para las presidenciales, en las que todo el mundo conoce a los candidatos y los informativos no paran de hablar de ellos, pues como no dupliques a tu rival, de poco te va a servir. Pero si le multiplicas por 5 en la recta final, como hizo Obama, hombre, pues algunos cuantos anuncios más que él sí que vas a poner.

Las elecciones antes de Obama

Antes de Obama, las cantidades que se manejaban eran muy inferiores. En 2004, George W. Bush y John Kerry recaudaron 38 millones de dólares para la campaña electoral. Unas cifras que se consideraron estratosféricas que convirtieron aquella campaña en "la más cara de la historia" hasta ese momento. 20 años después, todavía no ha llegado octubre y solo la candidata demócrata, Kamala Harris, ya ha recaudado 770 millones. Y no nos hemos acercado al récord: en 2020, Joe Biden gastó 1.624 millones y su rival, Donald Trump, puso 1.087 millones de dólares sobre la mesa. Los 38 millones que sumaban los dos candidatos en 2004 parecen calderilla en comparación.

Sabemos quién recibe el dinero, ¿pero quién lo pone? ¿Quiénes financian a los candidatos? Detrás de los ingresos de Obama estaban sobre todo pequeños donantes. Y la ley de campañas pone límites muy estrictos de cuánto dinero puede donar cada persona a un candidato en concreto, y obliga a dar nombres y apellidos.

Pero en 2010, para igualar el terreno de juego, el Tribunal Supremo permitió crear lo que se llaman Super Pacs, organizaciones que se dedican a apoyar a candidatos siempre que sean independientes del candidato en cuestión. Pueden pedir el voto para Trump pero sus directivos no pueden reunirse con él, ni pagarle un mitin, ni grabar anuncios en los que salga Trump hablando en directo, ni compartir sus encuestas privadas con él. Y esas organizaciones no tienen límite de donativos, les puedes dar 100 millones de golpe, si quieres. Cuando Elon Musk dijo que le iba a dar 50 millones a Trump, se refería a esto, a un Super Pac afín a Trump, no a él personalmente. A él le puede dar 3.300 dólares y punto.

Igualmente tienen que declarar de dónde sacan el dinero. Pero siempre se pueden usar sociedades pantalla o testaferros, y no sería la primera vez que ha ocurrido.

Qué partido recauda más

Los demócratas han ganado en recaudación en todas las elecciones desde 2008, y normalmente los candidatos demócratas a cargos más pequeños, como diputado nacional o estatal, suelen ganar en fondos a los republicanos. Además, los dos partidos han creado plataformas para concentrar los donativos y entregar el dinero a los candidatos más pequeños y que más lo necesiten, ActBlue los demócratas y WinRed los republicanos. Y la plataforma demócrata gana sistemáticamente a la republicana.

El truco es que los demócratas han crecido mucho entre la clase media, que son los que más pueden permitirse donar mil o dos mil dólares a campañas electorales, mientras que los republicanos tienen más apoyos entre los multimillonarios que tienen que dar a los Pacs, que también hace lo suyo pero no es lo mismo, para un candidato es mucho más útil y eficiente tener el dinero él mismo que confiar en que un tercero lo gestione en tu nombre.

La gran duda que surge es por qué los republicanos, en 2004, no pusieron el grito en el cielo ante el dispar escenario que se les presentaba. Pero es que, en aquel momento, los periodistas que cubrían la campaña tenían claro que lo de Obama era algo extraordinario, y que los siguientes candidatos volvería a optar por el dinero público. Veían imposible que la mayoría de políticos pudieran recaudar más de 100 millones en dos meses.

Pero resulta que ahora que todos conocen las nuevas reglas, pues todos los políticos ya pueden recaudar lo que se propongan. En realidad, lo que ha ocurrido es que el gasto en las campañas se ha disparado hasta el infinito. Hillary Clinton superó la histórica recaudación de Obama en 2016, y Harris ya la ha batido a falta de dos meses. Trump superó por 250 millones al récord de Obama en 2012. Y Biden, el que fuera el vicepresidente de Obama, nada menos que duplicó en 2020 la cifra marcada por el icono del carisma americano.

Da igual que los candidatos sean mucho menos carismáticos que el expresidente negro: las campañas electorales en EEUU se han convertido en una carrera por recaudar y gastar dinero, donde sea, como sea. Y hasta el peor candidato puede recaudar cientos de millones de dólares sin despeinarse: es la nueva normalidad. Al final, recaudar 1.000 millones ya no te sirve para ganar las elecciones, solo te vale para poder competir en ellas. La pregunta es si los presupuestos van a llegar a 2.000, 5.000, 10.000 millones, o si algún día volveremos a ver un tope.

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