
Donald Trump, con unos Estados Unidos de 340 millones de habitantes bajo su mando, ha lanzado una nueva ofensiva comercial, esta vez contra Brasil (más de 200 millones de habitantes) para presionar a ese país por procesar a su amigo el expresidente Bolsonaro, contra India, el país más poblado del mundo, y ahora amenaza con retomar sus castigos contra la Unión Europea tras el humillante acuerdo si no cumplimos a rajatabla la parte que nos obliga a gastar 600.000 millones en EEUU. ¿Cómo es posible que el líder de una nación con apenas una décima parte de la población conjunta que suman India y China se atreva a presionar casi al mundo entero, incluidos aliados y a la vez a dos gigantes demográficos y geoestratégicos como India y China con casi 3.000 millones de personas? La respuesta no está en el número de habitantes, sino en el poder estructural, económico y sistémico de Estados Unidos en el orden internacional.
El músculo económico frente a la demografía
India cuadruplica a EEUU en población, y China también lo aventaja casi en la misma proporción, y solo la UE y Brasil aventajan juntos en número a los habitantes de EEUU. Pero el poder económico de Trump sigue siendo descomunal. El PIB nominal de EEUU ronda los 30 billones de dólares, lo que representa casi un 25% del PIB mundial, y supera ampliamente los 20 billones de China y los 4 billones de India. A pesar de tener una población mucho menor, la productividad, el nivel de innovación, la influencia del dólar y el dominio de su sistema financiero global otorgan a EEUU una capacidad de presión inigualable.
No se trata solo de tamaño económico: EEUU controla las principales instituciones financieras, impone estándares regulatorios globales, y tiene capacidad para sancionar a países y actores privados gracias al papel del dólar como moneda de reserva mundial. Las amenazas de aranceles o sanciones tienen peso real, no por el número de habitantes, sino por las consecuencias económicas que pueden provocar.
El caso de India: petróleo ruso y doble juego
Trump ha acusado a India de aprovechar la guerra en Ucrania para enriquecerse. Según el presidente, Nueva Delhi no solo compra petróleo ruso masivamente, sino que revende parte en el mercado abierto, obteniendo "grandes beneficios" mientras ignora la tragedia ucraniana. En respuesta, ha anunciado un fuerte aumento de los aranceles a los productos indios. India, por su parte, se defiende. Alega que empezó a importar crudo ruso tras el desvío de suministros hacia Europa, y que su comercio energético busca la estabilidad del mercado global. Además, rechaza haber vendido crudo directamente, aunque sí admite exportar productos refinados como diésel y queroseno, muchos de ellos procedentes de petróleo ruso procesado en sus refinerías.
La tensión marca un giro inesperado en una relación que hasta hace poco parecía sólida. Washington había considerado a Nueva Delhi un socio clave para contener la influencia china en Asia, y ambos países estaban a punto de cerrar un ambicioso acuerdo comercial y de defensa. Hoy, ese horizonte parece cada vez más lejano. Un conflicto más político que comercial. La ofensiva de Trump no puede entenderse sin el contexto electoral y su estrategia de política exterior basada en la confrontación y el nacionalismo económico. A Trump le resulta útil mantener una postura dura contra países que considera "aprovechados", tanto para consolidar su imagen como para buscar concesiones que pueda presentar como victorias ante su electorado. Desde esta lógica, presionar a India no es contradictorio, sino coherente con su visión de "América Primero". Y aunque China no ha sido el objetivo directo en este episodio, también está bajo amenaza: el propio Trump ha sugerido en otras ocasiones que impondría aranceles del 60% a los productos chinos.
El poder de sancionar. Estados Unidos, pese a ser un país "pequeño" en términos de población comparado con China o India, ejerce un poder desproporcionado por su capacidad de influencia sistémica. Su dominio sobre instituciones globales, su liderazgo tecnológico, su red de alianzas militares y su influencia sobre los mercados financieros permiten que sus decisiones tengan efectos reales y profundos, incluso sobre potencias emergentes. India y China podrán tener poblaciones gigantescas, pero su peso geopolítico no es equivalente si no está respaldado por instituciones, alianzas y liderazgo económico. La arquitectura del mundo actual, en buena medida construida tras la Segunda Guerra Mundial bajo tutela estadounidense, aún ofrece a Washington herramientas de presión que ningún otro país posee en la misma medida.
El tamaño importa (pero no lo es todo). El hecho de que Trump, con un país de 340 millones de habitantes, pueda imponer su voluntad —o intentarlo— a potencias demográficas como India y China revela las asimetrías del orden internacional. El tamaño poblacional importa, pero no es determinante en las relaciones de poder global. El verdadero motor de influencia es la capacidad de proyectar poder económico, financiero, tecnológico y diplomático. Y, por ahora, EEUU aún domina esa partida.