
Desde que el presidente estadounidense Donald Trump anunció su ilógica batería de aranceles el 2 de abril, el rápido ritmo al que se suceden las noticias sigue prolongando la ya elevada incertidumbre. La sentencia judicial de finales de mayo, que anuló la mayoría de esos aranceles, y su posterior suspensión, pendiente de apelación, generan aún más perplejidad. Las bolsas no soportan la incertidumbre porque paraliza a las empresas, limita la inversión y frena el crecimiento económico. Estados Unidos está siendo el principal perjudicado de estas medidas. No obstante, es posible sacar partido de todo ello. Veamos cómo.
Para empezar, las acciones son un estupendo barómetro de la realidad económica, sobre todo cuando se producen enormes cambios de liderazgo entre los países y los sectores. De ahí que, entre el inicio del año y el cierre de mayo, fuera de Estados Unidos las acciones avanzaran un 4%. En Europa, la subida es del 10,1 %; en la bolsa española, impulsada por la banca, nada menos que del 24,5%; China, principal diana de los dardos de Trump, se ha revalorizado un 3,2%, y México, un 16,8%. Sin embargo, la renta variable ha retrocedido un 7,9% en Estados Unidos. En 2025 ocupa el puesto 40 en la lista de los 47 países del índice MSCI All-Country World. A modo de comparación, en 2023 y 2024, se situó de forma constante entre los primeros puestos.
En efecto, los malos resultados de Estados Unidos se explican por los giros de timón de Trump, que han provocado la huida del capital. Los aranceles siempre se vuelven en contra del país que los impone. Las acciones saben que las medidas para reducir los déficits comerciales son un despropósito. A fin de cuentas, el déficit comercial equivale al superávit en la cuenta de capital, que es la inversión extranjera en Estados Unidos. Saben, por tanto, que los intentos de la Administración estadounidense de intervenir en las economías y canalizar la demanda hacen su industria menos competitiva. De ahí que las acciones estadounidenses se tambaleen frente a las del resto de los países (que ostentan el 75% del PIB mundial). Los gravámenes de Trump favorecen los intercambios entre ellos sin contar con el gigante norteamericano. En estos momentos ya podemos ver señales tangibles de este nuevo rumbo: ejemplo de ello es el plan español de 14.100 millones de euros para ayudar a las empresas perjudicadas por los aranceles y orientar sus negocios.
Para muchos, los aranceles no son el objetivo de Trump, sino los acuerdos comerciales. Es posible, pero hasta ahora solo los ha firmado con el Reino Unido y China. Pero ambos son temporales, no vinculantes y pueden cancelarse para buscar nuevos pactos. Asimismo, los aranceles siguen siendo más elevados que en 2024, lo cual no tiene mucho sentido. Entretanto, Trump está cambiando su discurso constantemente. Días después de cerrar el acuerdo con China, por ejemplo, acusó al país de haberlo vulnerado en todos sus términos, aunque no explicó por qué. En otra ocasión, después de amenazar a la Unión Europea con recargos del 50%, se retractó algo más tarde. La vacilación, pues, es la norma casi a diario, con el consiguiente efecto que tiene en la incertidumbre.
Igualmente, el Tribunal de Comercio Internacional de Estados Unidos rechazó la condición de "emergencia" de los aranceles de Trump, alegando que se extralimitó en su autoridad constitucional. Aunque es una buena noticia, no despeja las dudas. Ese momento tardará en llegar. El asesor del Gobierno, Kevin Hassett, señaló el 29 de mayo que esos "jueces activistas" revocarán su decisión en la fase de apelaciones. Nótese la absurdez de llamar "activistas" al grupo de tres jueces que alcanzó un fallo unánime, ya que incluía a personas nombradas por el propio Trump y el también republicano Ronald Reagan. Ese tribunal fue, además, el elegido por la Administración para dirimir otros asuntos. Hassett también afirmó que Trump puede autorizar los aranceles recurriendo a otros poderes, pero no lo hace porque aún están vigentes mientras no se resuelva el recurso. Quizá sea cierto.
Con todo, el tribunal de apelación podría prohibirlos. Asimismo, Trump podría renunciar a aplicar más gravámenes de forma discreta y retroceder en una política que los votantes republicanos rechazan en las encuestas con una proporción de dos a uno. Según los republicanos, esto podría perjudicarles en las elecciones legislativas de 2026. También es posible que Trump ignore a los votantes. Al final, ni siquiera él sabe qué pasará. Ahora bien, aunque todos los aranceles entraran en vigor, el impacto no será tan grande como se teme. Se trata de un tema tan analizado en todo el mundo que los mercados, al ser eficientes, ya descontaron el peor de los escenarios casi de inmediato. Así, cualquier desenlace diferente se convertirá en un factor alcista. Ni más ni menos.
Las empresas cuentan con medios legales para eludir al escaso personal de la Agencia de Aduanas y Protección de Fronteras de Estados Unidos mediante el "fraccionamiento arancelario" (la reducción del valor de las mercancías mediante ajustes contables), el almacenamiento de las importaciones en depósitos aduaneros o, salvo para China, el envío de lotes de menos de 800 dólares (unos 700 euros). Por otra parte, las posibilidades ilegales, como el transbordo de mercancías, son numerosas. Las exportaciones de China crecieron un 8,1% interanual en abril pese a que las que tenían como destino Estados Unidos cayeron un 21%. ¿A qué se debió este cambio? La diferencia fue a parar a países del sudeste asiático, que reempaquetaron las mercancías y las reenviaron a Estados Unidos.
Esto explica la considerable expansión de las reexportaciones en Singapur (113% interanual) y que el efecto real de los aranceles de abril fuera muy inferior al esperado por la Casa Blanca. Y así seguirá ocurriendo. Sea como fuere, cualquier efecto arancelario que desmienta los malos augurios es una gran sorpresa alcista. Aun así, la espesa niebla de incertidumbre que cubre Estados Unidos no se disipará pronto, lo que favorecerá a las acciones del resto del mundo en 2025.