Opinión

La huella digital invisible: redes sociales, mensajería y el impacto que no queremos ver

  • Pasar solo 10 minutos al día en redes sociales como Facebook, Instagram, Twitter o TikTok genera aproximadamente 0.007 kg de CO?
  • El 40% de las emisiones anuales derivadas del uso digital personal provienen del streaming de video
  • Además, cada nuevo teléfono que compramos requiere entre 50 y 95 kg de CO? solo en su fabricación, y la mayoría se renueva cada dos años
Logos de aplicaciones de mensajería instantánea sobre un iPhone
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Una llamada de voz puede parecer inofensiva. Apenas tres minutos, un par de teclas pulsadas y listo. Ningún indicio de humo o gases. Parece que no contamina. Sin embargo, en un mundo que mide la sostenibilidad en gramos de CO?, hasta el más mínimo gesto digital tiene un impacto ecológico. Y si bien hasta hace poco las llamadas eran el epicentro de nuestras comunicaciones, hoy han quedado relegadas a un segundo plano. Si antes necesitábamos hablar para comunicarnos, ahora lo hacemos por medio de las redes sociales y las aplicaciones de mensajería.

O dicho de otra manera, ya no llamamos: enviamos audios o compartimos fotos y videos de alta resolución por WhatsApp o Instagram. Pero este cambio de hábitos, aparentemente inocente, tiene consecuencias directas sobre nuestro planeta. Porque aunque hablar contamina, lo que más contamina ahora… es compartir. Según un estudio del Carbon Literacy Project (2021), pasar solo 10 minutos al día en redes sociales como Facebook, Instagram, Twitter o TikTok genera aproximadamente 0.007 kg de CO?. Esta cifra puede parecer baja, pero al extenderla a una hora diaria, una práctica muy común en la actualidad, las emisiones alcanzan los 0.042 kg de CO?. Esa cifra puede incrementarse significativamente si se consumen vídeos, transmisiones en vivo o se publican contenidos con elementos multimedia. Esto evidencia que nuestra huella digital crece a medida que aumenta nuestra hiperconectividad.

¿Quién contamina más: TikTok o ChatGPT?

En el debate sobre el impacto ambiental de la tecnología, la inteligencia artificial suele llevarse los titulares. Se advierte del coste energético de modelos de entrenamiento y del consumo de sus servidores. Pero rara vez se dice que ver videos breves en redes sociales o compartir imágenes puede tener un impacto incluso mayor, dependiendo del formato y la duración. Por ejemplo, ver una hora de vídeo en streaming en alta definición puede generar hasta 440 gramos de CO?, más que muchas tareas asociadas a la IA, según un estudio de The Shift Project.

Según estimaciones recientes, el 40% de las emisiones anuales derivadas del uso digital personal provienen del streaming de video. Y aunque la transmisión digital en plataformas como Netflix o YouTube sea la gran protagonista, las redes sociales y las apps de mensajería también suponen una carga significativa, pues su uso constante implica transferencias de datos permanentes, un funcionamiento ininterrumpido de servidores y el consumo energético que acarrean los dispositivos que quedan en la función de standby.

El informe de sostenibilidad de Meta (2022) estima que el uso diario de redes sociales genera emisiones cercanas a 0,07 kg de CO? por persona, cifra que, aunque parezca baja, se acumula rápidamente. A lo largo del año, ese hábito representa más del 14% de la huella digital personal. Las videollamadas y el gaming online también tienen un peso considerable, con una huella combinada superior al 20%, especialmente si se utilizan pantallas grandes o equipos potentes.

No es solo la nube: también es el dispositivo

Un aspecto poco visibilizado es el papel de nuestros propios dispositivos. Tener el móvil continuamente encendido, cargándolo por la noche o dejándolo en modo espera parece inofensivo. Pero esa energía fantasma también suma: representa más del 12% de las emisiones digitales anuales. Además, cada nuevo teléfono que compramos requiere entre 50 y 95 kg de CO? solo en su fabricación, y la mayoría se renueva cada dos años. Reducir la frecuencia de renovación y alargar la vida útil de los dispositivos es una medida clave para disminuir este impacto y avanzar hacia un consumo digital más sostenible.

En este sentido, el aumento exponencial de dispositivos conectados también es preocupante. Según GlobalSign, se estima que en 2030 habrá 29.000 millones de dispositivos online. Cada uno de ellos genera tráfico, consume electricidad y depende de materiales críticos cuya extracción es altamente contaminante. Y luego está la infraestructura. Toda esa actividad social, esos audios, GIFs y stickers que compartimos descansan sobre una arquitectura energética masiva: centros de datos y redes móviles, donde la energía no siempre proviene de fuentes renovables. Incluso si no hacemos nada con el móvil, la nube sigue trabajando por nosotros, y su impacto, aunque menor, no es irrelevante: casi el 5% de la huella digital total.

¿Qué podemos hacer?

No se trata de desconectarnos ni de demonizar la tecnología. Pero sí de entender que cada vez que abrimos Instagram, subimos una foto o reenviamos un vídeo, hay una huella ecológica asociada. Podemos tomar decisiones más sostenibles: usar redes WiFi en lugar de datos móviles, desactivar la reproducción automática de vídeos, reducir la calidad de los contenidos, cerrar las aplicaciones en un segundo plano y optar por dispositivos más duraderos o reacondicionados. También es esencial exigir más transparencia a las plataformas digitales sobre su consumo energético y su compromiso con las energías limpias. Y por supuesto, fomentar desde la infancia una educación en sostenibilidad digital, donde no solo sepamos usar la tecnología, sino también hacerlo de forma consciente. Porque no se trata solo de dejar de llamar: se trata de entender que la nueva forma de comunicarnos también deja huella. Y que, aunque no lo veamos, el planeta sí lo nota.

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